Es enfermera y tras el golpe asistió a dos heridos con una fractura en la pierna y en el dedo Llega a la redacción de ‘El Faro’ acompañada por las pruebas médicas que confirman las secuelas física que sufre tras el golpe, pues acaba de visitar al forense. Son diarias las migrañas y, sin necesidad de que lo comente, se le nota que tiene cierta dificultad para girar el cuello. “No me llegué a caer al suelo, pero sí que me dio un fuerte latigazo porque iba sentada en una de las mesas bajitas junto a la cafetería”, explica Isabel Meléndrez, “pero sí que llevaba entre los brazos al perro y tuve que hacer mucha fuerza para sujetarle y tratar de no caerme de la silla con el golpe”. Tras el shock, recuerda, todo el mundo empezó a correr. Ella, sin embargo, se quedó paralizada. “No podía ni hablar, incluso cuando las azafatas empezaron a preguntar si había algún sanitario a bordo no pude responderles y tuvo que ser mi marido quién les indicó que yo era enfermera”, confiesa.
Fue entonces cuando le tocó ponerse ‘manos a la obra’. A pesar de estar dolorida atendió a uno de los señores que había sufrido los golpes más fuertes. Tuvo que inmovilizarle la pierna sin contar con los medios necesarios, tirando de imaginación y a pesar de que le temblaban las manos, se le había secado la boca, los nervios le pedían a gritos fumarse un cigarro y un incómodo olor a gasoil le hacía marearse ligeramente. “Terminé cortando una parte de mi chaleco, que por cierto estaba roto y me di cuenta después de habérmelo puesto, para atender al señor que tenía una gran fractura, todo el hueso fuera”, cuenta la enfermera. Cuando prácticamente había terminado se personó a su lado un médico marroquí que dio su aprobación y entre ambos entablillaron también el dedo de una chica que se había hecho una fractura. “Como estuve un buen rato ocupada en todo esto no fui realmente consciente de lo que había sucedido hasta mucho después”, reconoce, “pues hubo un momento en que el resto de pasaje ya había sido trasladado hacia otra zona del barco y en la parte más cercana al golpe, con el ferry totalmente escorado hacia un lado, solo quedábamos el herido, mi marido, un guardia civil, un par de azafatas y yo”.
Durante un buen rato llevó las riendas de la evacuación del herido, indicando a los hombres que lo cogieron entre sus brazos el modo más correcto para que la fractura no sufriera más daños. Aunque en un principio, viéndola actuar, todos pensaban que ella era de las personas más tranquilas después le llegó el bajón. “Todavía no sabíamos qué había pasado, hablaban de una pequeña embarcación pero todos sabíamos que era algo más”, relata tras lamentar la falta de medios sanitarios.
Isabel tardó ocho meses en volver a montarse en un barco. Durante esos meses fue su familia, de Jaén, quien vino a visitarla. “Pensaba que era capaz, pero conforme iba pasando el tiempo me costaba más trabajo tomar la decisión de montarme”, reconoce, “hubo un momento en que el médico me propuso mandarme al psicólogo, pero quería superarlo yo misma porque sabía que no era para tanto a pesar del pánico que sentía”. Incluso, narra de modo anecdótico, en su segunda travesía tras el golpe pensó que la historia se repetía. “Se paró el barco en la bocana para esperar la salida de otro buque, pero para mí fue la misma sensación porque segundos antes del choque también noté movimientos raros en el buque, imagino que porque estarían maniobrando para evitar el accidente”, cuenta, “encima se dio la coincidencia de que, como entonces, mi marido se había levantado al baño... fue un sentimiento muy raro”.
El viernes volvió a firmar una declaración jurada y aportó la documentación al médico forense encargado de examinar a las víctimas estos días. Comparte con el resto de los afectados la indignación por la falta de información, la carencia de medios sanitarios en el buque y, también, porque en todo este tiempo no han recibido ninguna noticia por parte de la naviera. Incluso, cuenta, tuvo problemas para ser atendida en la Seguridad Social. “Me mandaron una carta diciendo que al ser un accidente de un barco no se me cubría la atención y tenía que pagar la consulta”, explica. Pero, ante todo, le molesta el pasotismo que ha percibido por muchas personas que consideran que la agonía que vivieron dentro del ‘Milenium II’ queda en pura anécdota por el simple hecho de que no hubo que lamentar, afortunadamente, ninguna pérdida humana: “Como no hubo muertos muchos han olvidado lo que pasó”.