Alguien dijo que el de Ceuta era un puerto a ninguna parte. Y, lamentablemente, tenía razón. Antes del fin del Protectorado de Marruecos en 1956, las instalaciones portuarias servían para asegurar el tráfico de toda la zona occidental del país magrebí. Desde Larache hasta Chauen, las importaciones, incluso militares, y las exportaciones, se hacían por el puerto de Ceuta y ello aseguraba su desarrollo. Sin embargo, después de la llamada independencia de Marruecos, se anuló el tránsito de mercancías hacia el país vecino, al no dejar en vigor la Aduana comercial como se hizo en Melilla. Esto convirtió a Ceuta en un cul de sac desde el punto de vista portuario: unas enormes instalaciones sin hinterland, donde había que inventar soluciones para asegurar el tráfico.
Y las soluciones vinieron de manos del régimen de territorio franco, ahora tan olvidado como vulnerado. En 1980, antes del ingreso de España en la Comunidad Europea, hoy Unión Europea, los barcos guardaban turno en la bahía para repostar en el puerto de Ceuta, porque los combustibles tenían precios extraordinariamente competitivos. Por otra parte, una extensa red de provisionistas de buques ponían a su disposición todo tipo de artículos que se embarcaban sin restricción alguna, situación que cambió injustamente con posterioridad.
Así mismo, Ceuta era base para cientos de pesqueros que tocaban en la dársena correspondiente para tomar combustibles y cargar todo tipo de vituallas a través de docenas de otros provisionistas especializados en esta clase de tráfico. Este es otro negocio que se perdió con posterioridad y los pesqueros dejaron de venir, mientras las empresas que los servían emigraban a diferentes puertos o, sencillamente, cerraban sus puertas.
La actividad era frenética y sustentaba a una serie de empresas y trabajadores que vivían del puerto, mientras varias compañías petrolíferas competían por atender a ese ingente tráfico marítimo que mantenía a comisionistas, intérpretes, transitarios, agencias, consignatarios, agentes de aduanas, prácticos, estibadores y un sinfín de colectivos que trabajaban en tres turnos para mantener aquella fuente de riqueza que parecía inagotable.
Y cada día miles de turistas llenaban los barcos para llegar a Ceuta, comprar una enorme diversidad de artículos como quesos de bola o paraguas y regresar por la tarde. Eran tiempos en que nadie se preocupó de cuidar aquella riada de personas y dinero. Ni los comerciantes actuaron con visión de futuro, ni las autoridades aprovecharon la ocasión para mostrar las excelencias turísticas de Ceuta.
El puerto de Ceuta, en fin, generaba un movimiento que nada tenía que envidiar a Algeciras, donde el tráfico de contenedores aún no había adquirido la importancia de ahora, como tampoco resultaba relevante Gibraltar, que permanecía con su Verja cerrada hasta la decisión de abrirla decidida por el primer gobierno socialista. Y desde luego Tangermed no existía.
Estos antecedentes nos deben hacer meditar sobre lo que han evolucionado otros puertos de la zona y cual es la situación de Ceuta.
La han dejado morir lentamente para hacerla dependiente y hacerle perder su carácter autóctono.