La vida, caprichosa por naturaleza, nos trae y nos lleva sin que nos demos ni cuenta y, el día que uno echa la vista atrás, sólo nos queda el recuerdo.
Al menos, si no se ha estado recopilando a lo largo de los años fotografías, recortes de prensa, postales, invitaciones, billetes, monedas, cuchillas de afeitar, billetes de lotería nacional, estampas de santos, figuritas de plomo...
Agustín Marañés Morilla es de éstos últimos, tiene en su casa una recopilación de colecciones que bien darían para llenar un museo (de los de tres plantas como poco). A sus casi 88 años, que cumplirá el día 22 de este mes, se le ve joven, despierto. Asombra su capacidad para recordar los detalles de las historias que ha vivido y la humildad de su trato, “A mí me gusta que me llamen Agustín, no Marañés. Es la persona la que da forma al apellido, no al revés”, comenta como inciso mientras cuenta historias de su familia, más que conocida en Ceuta.
Él sólo ha ido recopilando a lo largo de los años extensas colecciones de todo tipo, además de las indicadas al principio del artículo hay que añadir que también recopila almanaques de bolsillo, recuerdos de nacimientos, comuniones, bodas y esquelas de familiares y amigos. Todo ello contando con que ha dejado media casa en su anterior residencia, por problemas de espacio. Semejante archivo es posible gracias al esfuerzo y el cariño que Agustín ha dedicado a recopilar, comprar e intercambiar tan preciados items. En la familia lo llaman ‘El Historiador’, y el mote le hace justicia. Comenta que comenzó a coleccionar desde los años setenta, en aquel momento Agustín ya estaba casado y era padre de tres hijos, aunque algunos de los objetos que guarda datan de tiempos anteriores. Dice que lo hace con mucho gusto, aunque requiere esfuerzo y dedicación. No es de esas personas que le guste aparentar ni exhibirse aunque bien podría hacerlo. No tiene pensado montar una exposición ni nada similar ya que según cuenta, “lo hago por gusto, por satisfacción propia”. Ante la cantidad y variedad de colecciones asegura que, “tengo madera para ello. Guardo de todo, incluso algo que no me suscita interés al final acabo cambiándolo con alguien por otra cosa. Colecciono de todo menos mujeres”, dice con una sonrisa en la cara, lo que apostilla con un “¿Usted me ha entendido no?”.
Comenzó su vida laboral casi sin saberlo, de pequeño pasaba los días en la tienda que regentaba su padre de artículos militares, que era también camisería, sombrerería y sastrería. Allí fue creciendo y ya de muchacho empezó a trabajar como ayudante. Poco tiempo después saldría a buscarse la vida a Marruecos, con novia y la cabeza llena de ideas y proyectos, su carácter inquieto le llevó a Agadir. Allí trabajaría como sastre y como hombre para todo en una fábrica de conservas, en la que se ocupaba del proceso entero, recogida, limpia, envase y prácticamente todos los procesos necesarios para transformar el producto fresco en el envasado final. Como sastre no terminó de irle bien del todo, paradójicamente su minuciosidad y esmero jugaban en su contra ya que allí se trabajaba de una forma diferente a la de aquí. Mientras que elaborar una chaqueta podía conllevar trabajo durante un día y medio, en Agadir había otro ritmo, se buscaba la cantidad más que la calidad y la misma chaqueta debía estar terminada en el plazo de un día. Si a las diferencias en la forma de entender la sastrería no fueran suficientes, el ínfimo salario no acompañaba. Amoldándose a la situación, Agustín se trasladó a las bases americanas de Sidi Slimar para posteriormente, ya entrados los años 50, recalar en Alhucemas, más concretamente en Villa San Jurjo. Allí fue donde su padre había montado una sastrería y podría volver a ejercer su profesión. Poco le duraría la alegría pues unos años después, sobre el 56, comenzó en Marruecos el proceso de marroquinación, lo que conllevó muchos cambios en el país, como el cambio de la moneda nacional o el traslado de las administraciones de la zona sur a las norteñas tierras del Rif, llegando incluso a haber algún atentado durante esos años. Aquella fue una época en la que los españoles que trabajaban y vivían en el país vecino se vieron obligados a colaborar con al menos un socio marroquí si querían mantener sus negocios. La aventura marroquí había terminado para él y para muchos españoles que se encontraban en situaciones similares a la suya, era momento de regresar a La Perla del Mediterráneo que tanto ama.
De Ceuta al mundo
Reinstalado en Ceuta, continuó como sastre, pero esta vez fue su confianza en las personas la que condicionaría de nuevo el camino de su vida. Por aquel entonces era frecuente la concesión de crédito por parte de los negocios. Un buen traje no era algo que se comprase todos los días y muchos no tenían la posibilidad de esperar hasta tener el dinero suficiente para pagarlo. De este modo Agustín hacía los trajes y los entregaba a crédito a sus clientes esperando percibir el dinero cuando éstos pudieran. Algo que hoy puede ser descabellado o incluso inconcebible a menos que estemos hablando de personas muy cercanas. Raro era en aquellos años no conocerse entre el pueblo, pues eso es lo que era la ciudad, por lo que en un principio uno no se esperaría que, pasado el tiempo, el importe de los trajes no fuese abonado. Pero como ya se dijo, la vida es caprichosa y eso fue lo que precisamente ocurrió. Viéndose escaso de efectivo, Agustín acudió a don José María Borrás a pedir trabajo, lo que a este último le generó sorpresa pues, como rememora Agustín, “¿Cómo el hijo de Marañés va a venir a por trabajo teniendo el padre dinero?”. Con dinero y sin él, el hijo de Marañés no quería ser tal, si no Agustín, lo que lo llevó a embarcarse en la Marina.
Fue gracias al comandante de la Marina Delgado, quien le recomendó, que terminase recorriendo medio mundo a bordo de un buque trabajando como camarero de la oficialidad, desde el año 61 al 63. Impresiona la cantidad de lugares que en tan poco tiempo visitó, Montreal, Nueva Orleans, Copenhague, Liverpool, París, Lisboa, Boston, Port España, Santos o Río de Janeiro son sólo un ejemplo de un cuaderno de bitácora que bien merecería un reportaje propio, como tantas otras cosas de la vida del ceutí.
Los otros otros tiempos
Si a algunos les parece de otra época las vivencias descritas, la sensación crece cuando es el propio Agustín quien rememora las anécdotas de su abuelo materno, José María Morilla Benítez. Cuenta que en su momento fue tratante de ganado y que comerciaba por toda España, lo que le permitió tener un terreno en la zona que ahora se conoce como playa de Benítez. Allí se desplazaba en ocasiones junto a su familia a pasar unos días. La finca, más allá de las Murallas Reales y en tiempos todavía de guerra entre España y Marruecos, era un lugar al que uno se desplazaba más que atento a lo que pudiera suceder.El propio abuelo acudía al trayecto armado con una navaja y una pistola, por lo que pudiera pasar. La familia acudía al lugar escoltados por los mozos que trabajaban para Morilla, para ello se servían de caballos, burros y carretas creando un pequeño convoy familiar. Una vez en el lugar había que tener cuidado, especialmente cuando caía la noche, momento en el cual la escasa visibilidad limitaba la capacidad de discernir al enemigo. En la oscuridad de la noche no podían encender ninguna luz ya que eso era ponérselo demasiado fácil a los pacos, los francotiradores rifeños que se apostaban en la zona y cuya puntería alcanzaría una fama que aún hoy se conserva. A estos tiradores se los denominaba así por el sonido que las armas producían al disparar ¡pac pac!. Su abuela, por otro lado, conoció los presidios cuando en su época, lo que le permitió ser testigo de cómo se ejecutaban a los reos en aquellos años. A los ajusticiados se los metían en sacos dejándoles la cabeza fuera antes de la ejecución. Posteriormente, sus vidas eran segadas cuando les rebanaban las testas y eran arrojados al mar. También habitual era la existencia de la figura del verdugo, quien tenía su residencia entre los muros de las Murallas Reales. De hecho, la escalera que se encuentra al lado del actual Centro Gallego era antaño conocida como la escalera del verdugo pues además de ser la residencia de éste, la zona superior de las murallas era escenario de muchos ajusticiamientos.
Su otro abuelo, Joaquín Marañés Franco, nacido en Épila (Aragón) fue fundador de la aseguradora Fénix y cofundador del Banco Popular. Antes de semejantes gestas en 1921, trabajaba en la tienda de material militar. De aquélla época Agustín conserva todavía facturas en las que un gorro podía ser adquirido por 3’50 pesetas y una petaca costaba 6.
Colecciones
Con semejante bagaje de anécdotas en la mochila de la vida, lo corriente es que las historias se queden en historia narrada y nada más. No es el caso de Agustín, él ha ido recopilando a lo largo de su vida elementos de todo tipo que narran la historia de Ceuta y la de su propia familia, creando una colección en la que casi todo tiene cabida. En apenas unos metros uno puede perderse admirando álbumes, billetes y libros, entre otras cosas, que el ceutí tiene recopilados y organizados con una minuciosidad exhaustiva. Todo está organizado, las maquinillas de afeitar se organizan alfabéticamente siguiendo el nombre de la marca, los álbumes de fotografías antiguas de Ceuta van por zonas geográficas y barrios, incluso los propios viajes que ha realizado Agustín están listados por fecha y acompañados de datos que muestran el transporte utilizado, nombre del lugar y del país visitado. El artesano textil es un gran aficionado a la lectura, especialmente de la novela negra, y seguidor de autores como Reverte, Galdós o Stephen Keeler. Como ávido lector no le podía faltar una colección de libros, lo que sumado a su amor por Ceuta, “cuando me muera quiero hacerlo aquí, en Ceuta”, confiesa, devino en una gran colección de libros que sobre la Ciudad Autónoma a los que hay que sumar los que tratan de Marruecos y los escritos y editados en la propia Ceuta. En una libreta enumera todos los libros que tiene en las estanterías de su casa, en una lista acompañada de marcas y números que indican cuáles ha leído ya, además de la columna y la balda de la biblioteca en la que se encuentran. Un trabajo digno del mejor archivista. La aparente normalidad del lugar se transforma en una asombrosa colección que nadie esperaría encontrar tras los lomos de las cubiertas de las estanterías.