Opinión

El yoga ibérico

Nuestro Nobel Camilo José Cela, dio a luz algunas ingeniosas expresiones que a mí me hacen gracia. Una de ellas, fue la calificación de la siesta como “yoga ibérico”, de la que me apropio para el título del artículo. En realidad, es inexacta, ya que la siesta no se inventó en la península ni− como luego veremos− es donde se practica más asiduamente.

Su etimología procede del latín, como abreviatura de la expresión horam sexta. La antigua Roma utilizaba una duración del día de 12 horas, por lo que la hora sexta debía corresponder a nuestro mediodía. Si hay que citar un protagonista precursor y pionero de la siesta institucional, el mérito le corresponde a San Benito de Nursia −San Benito Abad− que, en el siglo XI en sus reglas monásticas, incluyó para los monjes benedictinos, la obligatoriedad de retirarse y descansar en silencio, desde mediodía hasta las tres de la tarde, a fin de recargar energías. Los apacibles monjes, seguro que no tardarían en caer, en un agradable sueño. La bienllegada norma se extendió a otras congregaciones religiosas y adoptada por la población en general. La original expresión sextear o guardar la sexta, se transformaría en la popular sestear o guardar la siesta.


En verdad, el sueño bifásico – largo durante la noche y corto durante la tarde− es el modelo común a todos los seres humanos, con evidencia antropológica, biológica e incluso genética. Es independientemente de la ubicación geográfica, la costumbre o las condiciones climáticas, aunque éstas puedan influir afectando más o menos. El paso de la sociedad agrícola a la industrial acentuó, en las comunidades más desarrolladas, el abandono del sueño bifásico.

Diversos estudios científicos han demostrado los beneficios de la siesta para la salud. La actividad de trabajo mañanera, agradece el descanso que proporciona la siesta. Se alivia la tensión y las situaciones de estrés. La desconexión mental y la relajación lleva a un estado zen − quizá por eso, Cela la calificó de yoga− que repercute en una mayor capacitación de los sentidos y del razonamiento. Algunas mediciones científicas de la actividad cerebral y la respuesta antes y después de la siesta, detectaron un aumento de la capacidad de procesamiento y beneficios en la función cognitiva, así como mejora de la memoria, el humor, la creatividad, la seguridad y la productividad. De hecho, se la está eximiendo−en algunos países desarrollados− de su connotación perezosa y vaga y se capitaliza el descanso como elemento productivo. La relajación cardíaca tiene asimismo efectos en el sistema circulatorio y se ha comprobado que en las personas que duermen siesta de forma ocasional se reduce un 12 % las afecciones cardiovasculares, aumentando la reducción al 37 % cuando la siesta se hace con regularidad. El presidente de la Sociedad Española del Sueño, proclama: “Una breve siesta nos ayuda a aliviar el estrés, fortalece el sistema inmunológico y mejora el rendimiento"

El psicólogo social estadounidense James Mass, puede considerarse como el promotor del power nap o siesta energética. La considera una medicina gratuita y sin efectos secundarios, para tratar la enfermedad de la falta de sueño que afecta a las sociedades modernas. De hecho, asesora a empresas norteamericanas para incluir un tiempo de siesta a sus empleados. Pionera en esta modalidad fue la Gould Evans Goodman Associates en 1995 y la han adoptado otras muchas grandes compañías, dotando sus instalaciones con cómodos sillones y salas en penumbra, que permitan unos minutos de descanso a los trabajadores. El también psicólogo norteamericano Williams Anthony, es autor de libros sobre el tema y se considera un “sesteador” militante que llama a seguir su ejemplo. A nivel de infancia escolar, un reciente estudio entre niños de tres a cinco años ha demostrado que, cuando duermen un rato después de la comida, aumenta el rendimiento y la capacidad de atención en las aulas.

El poeta francés Stéphane Mallarmé, compuso en 1876 el poema pastoril La siesta del fauno, que describía los oníricos recuerdos de la mitológica criatura al despertar

Como todo en este mundo, los excesos no son buenos consejeros. Con la siesta ocurre igual. Para que sus beneficios sean palpables, su duración debe ser razonable. Parece exagerado el estrambótico consejo del genial Camilo: “La siesta debe de hacerse con padrenuestro, pijama y orinal”. Para evitar una siesta pesada−a causa de la digestión− es recomendable dejar pasar un rato para comenzarla, después de la comida. Un estudio de 2016 en Endocrine Abstracts, concluía que una siesta muy larga desarrollaba mayor riesgo de síndrome metabólico.

Quienes han entrado en estudios de precisión, cifran en 26 minutos la duración de la siesta perfecta, para cubrir el objetivo de las exigencias de descanso. Si se prolonga más de 30 minutos, se entra en la fase II de sueño ligero y puede producirse un aturdimiento al despertarse, incluso dolor de cabeza. Sin embargo, a pesar del cierto atontamiento al despertar, en las de 60 minutos se ha comprobado que proporcionan efectos rejuvenecedores y mejora de los recuerdos. La siesta de 90 minutos abarca todas las etapas del ciclo del sueño, con la fase REM y el sueño profundo de las ondas lentas. El despertar es más fácil, pero no debe ser sustitutiva del continuado sueño nocturno de 7 u 8 horas.

Como dato anecdótico, pero representativo del surrealismo del genial y excéntrico Salvador Dalí, hay que referirse a lo que él llamaba la “siesta de la cuchara”. Dormitaba con el doméstico utensilio en la mano y cuando se le caía al suelo y el sonido lo despertaba, la daba por terminada.

Según datos de una encuesta sobre cómo se realiza la siesta en nuestro país, tres de cada cuatro durmientes la realizan en el sofá o sillón, mientras que solo uno decide irse a la cama.

En algunos países donde la siesta ha tenido un lugar prevalente, se ha producido últimamente una propaganda de desaliento de esta costumbre. Concretamente, en nuestro país, datos estadísticos reflejan una disminución de más de siete puntos de 1998 a 2009. Sin embargo, en otros países como EEUU se está promoviendo a nivel empresarial − lo hemos dicho anteriormente− y regulada, como beneficiosa para la productividad de los empleados. En Japón se ha promovido la siesta en la jornada laboral, para evitar el elevado número de muertes anuales por exceso de trabajo o karoshi. La Universidad de Harvard, realizó un estudio−en amplia población sana− sobre los efectos cardiovasculares del abandono de la siesta en Grecia, uno de los países donde la tendencia de supresión de la misma era más acentuada. En un periodo de seis años, se concluyó que se había incrementado el riesgo de muerte por enfermedad cardiovascular un 37 % en aquellos que habían abandonado la siesta, en comparación con los que la mantenían regularmente. El porcentaje se incrementó hasta el 60 %, para la población de trabajadores.


Además de la tradicional siesta después de comer, existe la que se realiza antes de la comida y que recibe diversas denominaciones. La más usual es la de “siesta del carnero”, pero también del “borrego”, del “burro” o del “gorrino”. Dicen los expertos que es la de más calidad. Esa denominación bucólica procede de la que realizaban los pastores al final de la mañana, mientras el ganado pastaba. También se la llama “siesta del canónico” o del “obispo” y desde luego, nos vienen a la memoria la imagen, de otras épocas, de aquellos eclesiásticos− casi siempre orondos− que hemos visto cabecear, sentados en sus sillones, en ciertas sesiones religiosas. Algunos estudiosos han afirmado− curiosamente−que la mejor siesta es la que llaman “del café”, cuando antes de iniciarla se ingiere una bebida con cafeína. También, casi todos hemos practicado en alguna ocasión la agradecida “siesta relámpago”, de escasos minutos, en los viajes, reuniones pesadas e incluso en el trabajo.

El reconocimiento institucional del derecho a la siesta tiene algunos ejemplos. Como en la población valenciana de Ador, de unos 14.000 habitantes, donde el alcalde en un bando recomienda durante el verano guardar silencio, evitar ruidos y los juegos de los niños, entre las dos y las cinco de la tarde. Desde 1984 rige en Cáceres el bando del silencio, prohibiendo provocar ruidos dando voces, tocando instrumentos, cantando e incluso ejecutando obras con elementos mecánicos, entre las tres y las cinco de la tarde y de las 12 de la noche a 8 de la mañana, pero, con la actualización del 2011, solo desde el 15 de junio al 15 de septiembre.

En EEUU, el ya citado profesor de la Universidad de Boston, William Anthony y su esposa, instituyeron el Día Nacional de la Siesta, cada segundo lunes de marzo, para concienciar de sus beneficios para la salud. Es una llamada a superar los prejuicios sobre la misma, aunque ciertamente una significativa cifra de estadounidenses−que muchos no confiesan− la practican.


Equivocadamente, en bastantes países extranjeros, la siesta se nos ha atribuido a los españoles como una característica nacional. Concretamente y no hace mucho, una guía británica de viajes aseguraba que los españoles eran vagos por dormir la siesta. A esta apreciación puede ayudar posiblemente nuestro horario de trabajo partido, que relacionan con tener horas libres asignadas para la siesta. Posiblemente, el origen de esta fragmentación horaria se remonta a la época de la posguerra, cuando bastantes personas tenían que compartir un par de ocupaciones.

Es cierto que, en la cultura europea, se ha considerado la siesta como propia de pueblos con poca disposición al trabajo. Sin embargo, como hemos dicho al principio, la siesta tiene explicaciones biológicas. Después de comer, la glucosa en la sangre se eleva moderadamente − glucemia postprandrial− provocando una depresión en el organismo, al desviarse energía para compensar el pico de glucosa originado. En consecuencia, es normal que se produzca un amodorramiento. Si a eso unimos que las comidas a mediodía en España son más copiosas que en Europa y a ello se suma, sobre todo en verano, el aumento de temperaturas, la propensión al descanso es más que explicable. Por esta razón es lógico que, en los países mediterráneos, la costumbre de la siesta sea corriente, aunque también lo es en Hispanoamérica, Oriente Medio, Norte de Africa, India e incluso China. No es un fenómeno exclusivo de los humanos, ya que al parecer el 85 % de los mamíferos dan cabezaditas durante el día.

Sin embargo, los datos desmienten muchos de los tópicos. En nuestro país, según estudios realizados en 2009 por la Fundación de Educación para la Salud del Hospital Clínico San Carlos y la Asociación Española de la Cama, a través de una encuesta a 3.000 adultos de toda España, el 58,6 % de los españoles no hacen siesta, el 16,2 % lo hacen cada día, el 22 % admiten hacerlo de forma esporádica y el 3,2 % solo la utiliza el fin de semana. En cuanto a la distribución regional, el estudio concluyó que los murcianos (21,2 %) y aragoneses (21,1 %) son los más amantes de sestear, mientras que los vascos (12,2 %) y los gallegos (12,4 %) son los menos adictos.

Continuando con la ruptura de tópicos, la exportación de la siesta a Europa ha dado como resultado, según la revista científica Neurology, que los laboriosos alemanes ocupan el primer lugar con un 22 % de durmientes habituales, les siguen los italianos con un 16 %; en Reino Unido, sucumben el 15 % y curiosamente los españoles y los portugueses−según sus datos− vamos por detrás cuantitativamente. En EEUU alrededor de un 34 %, según encuesta del Centro de Investigaciones Pew, utilizan el reparador sueño de la siesta.

Una recientísima investigación, realizada por el Massachusetts General Hospital y la Universidad de Murcia, ha concluido con unos importantes descubrimientos. La necesidad, frecuencia, duración y efectos de la siesta dependen en cada individuo, de sus características genéticas. Se podrán establecer− por encima de los argumentos de sus generales efectos beneficiosos−recomendaciones personalizadas sobre la realización o no de la siesta, su duración y sus efectos favorables o perjudiciales.

La siesta ha servido de inspiración a manifestaciones artísticas. En la pintura, Van Gogh se inspiró en un dibujo de Millet − por el que sentía gran admiración− y durante su estancia en un asilo en Saint -Remy de Provence, plasmó es su lienzo La siesta (1889-1890) el plácido descanso de una pareja campesina, sobre un montón de paja. El óleo postimpresionista, se encuentra en el Museo de Orsay de París.

El poeta francés Stéphane Mallarmé, compuso en 1876 el poema pastoril La siesta del fauno, que describía los oníricos recuerdos de la mitológica criatura al despertar. Inspirado en el mismo, en 1884, el compositor también francés, Claude Debussy estrenó en Paris su poema sinfónico impresionista Preludio a la siesta del fauno.

El Nobel colombiano Gabriel García Márquez, incluyó en su obra Los funerales de la Mamá Grande, publicada en 1962, el cuento La siesta del martes, calificado por algunos−aunque a mi juicio, exageradamente− como el mejor del autor. El filósofo y ensayista parisino Therry Paquot, en 2003, publicó El arte de la siesta en el cual manifiesta: “La siesta es un momento importante de un arte de vivir −¡sí, un arte de vivir! − que conviene defender, popularizar, practicar con convicción, placer y seriedad”. Recientemente, el año pasado, el profesor e historiador de arte, Miguel Angel Hernández, publicó su ensayo El don de la siesta. Defiende su práctica, como un lugar de refugio, un arte de interrupción y un reencuentro con nuestra biología.

Finalmente, sin ánimo de agotar el catálogo de ilustres personajes que han practicado y alabado la siesta, merece la pena citar a: Leonardo da Vinci, Brahms, Napoleón −incluso en los intermedios de sus batallas−, Larra, Unamuno, Albert Einstein o Churchill. Para los soldados del Vietcong, era casi una consigna revolucionaria. Y no digamos del glorioso y práctico San Isidro Labrador al que, mientras dormía la siesta, los ángeles le araban el campo y cosechaban.

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