Esa Calima en Sevilla que transforma los coches en fantasmagóricas siluetas de un improvisado apocalipsis, es la misma que runrunea en las cumbres entre España y Marruecos. Son los beneficios de la Banca, los intereses aupados de las hipotecas. Son los créditos al consumo, dados a manos llenas, a gente que tendrá que hipotecar alma y cuerpo de por vida. Todos somos personajes de una serie sin estrenar… Los ancianos moribundos en la soledad de sus casas, los cultivadores de marihuana entre plantones de pimientos y los perritos apaleados tras las fiestas navideñas.
No me convence el mañana, pero tampoco el hoy. Ni escribir me da ya el balón de oxígeno de antaño. Seguramente me esté convirtiendo en pelleja hueca, empolvada y mustia en el fondo de un desván. La Calima desde luego no ayuda. Tampoco el lamento callado de los saharauis, ni las veleidades de un dictador endiosado.
Las balas que le regaló el Serbio al Archiduque dolieron, y lo que es más, propiciaron treinta millones de muertos, la mayoría por enfermedad. La Gripe española arrasó sin desigualdades, porque así son las plagas.
Un día ves ambulancias chinas en la pantalla de tu móvil creyendo que es un meme, pero al día siguiente estás tosiendo y con fiebre de 40. Si algo les queremos recriminar a las plagas no puede ser ni la eficiencia, ni el afán por sobrevivir, ni el poco apego a las convenciones sociales. Las plagas son como el dolor, de una eficacia de bisturí de acero.
La Calima sevillana que es incorpórea y altiva como los propios saharauis, no ha llegado todavía a los entrantes del Lipa que ya se prepara para recibir aguijonazos de metal en la subida de las casetas. Ahora son solo armazones feos de ramalazos varios sin orden, ni concierto- a mi modo gaditano de ver, que ya saben que ninguneo de Carnavales, semanas santas y otras efemérides.
No puedo dejar de pensar en los saharauis de desbandada en campamentos, desterrados de patria beneficiosa para Estados que aman el imperialismo y la potencialidad, nunca la libertad, ni el apego. En cambio fugas humana, nos llegan en desbandadas. Los más tiernos se convertirán de hecho en hijos de España, amamantados por ella y luego revenidos en furibundos patriotas en cuanto ondea una bandera extranjera en un mundial.
Ya hemos pasado por eso, sin resacas, ni rencores. Pero algo queda, como que hemos fracasado en la integración puesto que se sienten tan extraños al igual que nuestros hijos biológicos cuando vuelan lejos del hogar familiar y forman una nueva cápsula del tiempo en la individualidad y el desapego.
Es difícil vivir sin poder respirar aire limpio. La Calima no nos deja, tampoco la sucesión de eventos que nos conforman la piel dejándonosla yerma como la arena del Lipa siempre dispuesta para que empiece la temporada de feria, deseando en sus carnes los hierros que hilvanan el cuerpo rayado de las casetas.
Es curioso lo que unos ojos deslucidos como los míos, desconfiados y pertrechados de ironía, pueden hacer con esa imagen de Sánchez firmando solo. De las casetas vistas desde embriones, de mis hijos llevándome a empujones hacia el precipicio de la edad, para que Pecado pase por mi lado y me haga ver lo profundo de la caída.