Acaso venimos a este mundo para sucumbir al vacío? ¿O acaso lo hacemos para albergar la esperanza?
Quien dice esperanza, dice verdad.
¿Acaso hacemos el camino para luego olvidar nuestros pasos? ¿O acaso lo hacemos para acercarnos al soñado lugar?
Quien dijera justicia, volvería a acertar.
El camino hacia la paz solo es posible si imaginamos las palabras, que son como señales que nos dicen a donde ir, y también donde no volver a pisar.
Al principio, las palabras habitan en el mundo de las ideas. Allí, las palabras son puras y virginales, hasta que un ángel mensajero las viene a buscar, y tras un largo viaje, quedan mancilladas por una voz imperfecta. Las palabras aparecen confundidas si quien las dice no las supo pensar.
Otra cosa es el reposo de la escritura. Allí, las palabras conservan su faz, y las musas se paran a conversar, con la intención de agotar su significado, hasta el día de su lectura, cuando tendrán nueva vida y juicio universal.
Por lo tanto, la palabra más alta, como es la promesa de paz, es aconsejable que quede escrita, y ha de ser abundante. Ha de ser cierta, tan sincera como el río que se acerca al mar, tan dulce como el agua sin sal.
Las sedas caras no son vestido para emprender el viaje de las palabras; más bien son para tapar nuestras vergüenzas en el palacio de la vanidad. Si es que queremos rodear la tierra para cubrirla de generosidad, hemos de acudir al ejemplo de los humildes. La palabra del humilde es aquella que respeta la palabra de su rival.
Son tantas las palabras que queremos recordar, que los ángeles mensajeros no dan abasto, y hay lista de espera en la antesala de la paciencia, aguardando el momento mágico de abandonar el silencio, y de proyectarse a lo lejos. Tan lejos como pueda su verdad.
Muchos sueños se olvidaron, y muchos otros no llegaron a despertar. Quizá es tiempo de que arrecie la luz, y que amaine la oscuridad.
Todo esto pensé mientras perseguía a la estrella de la amistad, conocida por ser una luz experta, antigua y natural. Pude distinguir en sus destellos un mensaje celestial: allí donde alcanza la oscuridad, allí es donde debemos llegar.
¿Acaso venimos al mundo solamente para respirar este humo infernal?
No creo que sea así. Nuestra alma respira y se hincha gracias a las palabras, si es que nos ayudan a caminar.
Quizá seamos nosotros los ángeles mensajeros de una conciencia global, portadores de unas palabras que buscan un inicio, que buscan un final.
Mirando la hoguera del destino, pude ver el futuro de un niño, pude ver una chispa, un átomo de luz, y en la profundidad de la noche, hubo una palabra que me hizo dudar.
La palabra más cristalina es aquella que habla de la humanidad como unidad de destino. Gracias a su estirpe nuestra existencia es breve e infinita a la vez, si es que hacemos de la paz un lugar adonde llegar.