Quién no ha oído hablar de Tula Fernández? Amiga, compañera, escritora, articulista, pionera en estrategias educativas, comprometida con la docencia para poner patas arriba sistemas de enseñanzas anquilosados y caducos. Tula es un rayo que no cesa en lo que se propone, un río cargado de ilusiones cuya corriente arrastra muchos aspectos de la política educativa.
Ayer, sin ir más lejos, para realizar una de esas actividades a las que es imposible decirle un no como respuesta, me sugirió someterme entrevista con una alumna de 16 años sobre la Guerra Civil.
Las preguntas de la “futura periodista” fueron muy interesantes. Después de casi 87 años de aquel lejano y cercano 1936.
El proyecto consistía en recordar la Guerra Civil desde distintas personas que nacimos muchos años después pero que oímos a nuestros padres, abuelos, bisabuelos, tíos de nuestros tíos, familiares que, seguramente, fueron fusilados y enterrados en la cuneta del olvido.
Rescatar el recuerdo de lo que recordábamos cuando nos contaron, cuando no sabíamos qué paso, cuando ahora, en la edad adolescente fue algo que no pasó nunca porque el tiempo difumina la memoria con la levedad de la hojarasca.
Allí estaba la alumna, papel, preguntas y grabadora en ristre, intentando recorrer las vivencias que alguna vez me relataron familiares que ya eran tierra que vuelve a la tierra.
¿Por qué se inició? ¿Cuáles fueron sus consecuencias? La posguerra, los países que apoyaron a los golpistas y los que se aliaron a luchar con la República, la recuperación de una nación destrozada, la pérdida de las libertades: prensa, radio, el derecho de otras religiones, la posibilidad de ser distintos, la represión.
Guernica, campos de concentración, fusilamientos, delaciones, miedos, makis, topos, cunetas en las que desaparecían los muertos, la España triunfadora y derrotada, el hambre, la miseria, las trincheras del horror.
Yo tenía 11 años cuando el director de la escuela, con lágrimas, anunció la muerte de Franco, yo era un adolescente cuando comenzó la democracia, yo salí del instituto cuando los profesores nos hablaron de libros clandestinos, yo crecí en la Democracia, en las urnas, en las libertades que se iban recuperando aunque siempre mirando hacia atrás con un pánico en la sangre. Yo tenía 17 años cuando Tejero y la intentona del golpe de Estado. Yo fui a los primeros mítines y conté los votos del triunfo del cambio.
Yo no tengo derecho a olvidar lo que sé, los secretos que me contaron, lo que vi y oí con los ojos y oídos de la historia.
Olvidar es un delito contra la dignidad. Tenemos que defender la memoria histórica, pasar la voz de generación en generación; si no lo hacemos volveremos a alinearlos con los vencedores y volveremos a enterrar a los vencidos.
Tula y sus alumnos, de una manera o de otra, han ganado esta guerra.