El derrumbe del Imperio español en 1898 duró menos de lo que nadie esperaba. Entre la explosión del acorazado Maine en la Habana y la destrucción de la mayor parte de la Armada por los EE.UU. transcurrieron menos de tres meses. De Cuba y Puerto Rico, la guerra prendió luego rápida mecha en Filipinas, de modo que para mediados de 1898 el archipiélago se había “hundido”. El rápido colapso de las fuerzas españolas y el hecho de que algunos de los mejores acorazados de nuestra Armada no pudieran defenderse en la contienda dio la impresión a la opinión pública de que se estaba asistiendo a una demolición controlada de unas colonias ingobernables.
Una guarnición formada por 54 soldados españoles resistiría lo indecible hasta 337 días. Anteriormente, en cuestión de meses, 9.000 españoles habían ido siendo hechos prisioneros de los revolucionarios. Habían sido enviados a combatir a los rebeldes filipinos, quedando incomunicados en la pequeña población de Baler, en la costa oriental de la isla de Luzón. La zona había sido un constante foco de insurrecciones el año anterior, lo que incluyó dos asedios casi consecutivos. Los españoles sabían que el enemigo estaba encima. Se acuartelaron en la iglesia, ya inhabilitada, sin apenas techo. El día 30 fue tiroteada una partida de quince soldados que reconocía el pueblo. Se refugiaron en el templo con el resto de compañeros.
Sin que aún lo sospecharan, la iglesia de San Luis de Tolosa se convertiría durante 337 días en la embajada, cuartel, comedor y baño de 54 soldados y varios frailes, cuando no en la tumba de muchos. Los insurgentes, armados con enormes machetes, exhibieron toda su fuerza alrededor de la iglesia, con cientos de hombres repartidos en trincheras. Al lugar acudieron rebeldes bien adiestrados en la lucha contra la hasta entonces “madre patria” (España) procedentes de otras provincias.
La lucha por la independencia de las colonias españolas en América y Asia y la defensa de la españolidad de las mismas por parte de las tropas de nuestro país entonces destacadas en ellas, dio lugar a que estas últimas tuvieran que luchar a muchos miles de kilómetros de la Metrópolis, en muchas ocasiones sin poder recibir ni refuerzos, ni apoyo, ni ayuda y en bastantes ocasiones ni siquiera medios para poder subsistir. Tales situaciones hicieron que en algunos casos nuestros soldados tuvieran que resistir de forma numantina y dando ejemplo del valor y del heroísmo del que en todos los tiempos han sabido hacer gala los soldados españoles, llegándose hasta el extremo de que, tras su capitulación, cuando ya estaban al límite de todas sus posibilidades humanas, sin municiones, sin víveres y sin otra oportunidad que no fueran la rendición o la muerte, hasta las tropas vencedoras no dudaron en rendir honores a los soldados españoles vencidos en señal de reconocimiento por la bravura y el gran valor derrochados en la resistencia y en el combate.
Eran “Los Últimos de Filipinas”, que asombraron al mundo; donde el principal protagonista fue un extremeño, el teniente Saturnino Martín Cerezo, que desde soldado llegó a alcanzar el grado de general. La hazaña tuvo lugar en el pueblo de Baler (Filipinas), que llegó a resistir sitiado durante más de once meses después de la capitulación de Manila. La resistencia se organizó tras la rendición de dicha capital filipina en el decisivo combate naval que llevó a la pérdida de la ciudad y también de aquella antigua colonia española. El pueblo de Baler se hallaba situado en la costa oriental de la isla de Luzón, que quedó completamente aislado del resto del archipiélago, sin poder comunicarse, de manera que no pudieron enterarse de la rendición de sus compañeros y siguieron resistiéndose en una lucha a muerte.
Eran “Los Últimos de Filipinas”, que asombraron al mundo; donde el principal protagonista fue un extremeño, el teniente Saturnino Martín Cerezo, que desde soldado llegó a alcanzar el grado de general. La hazaña tuvo lugar en el pueblo de Baler, que llegó a resistir sitiado durante más de once meses
Dicha localidad estaba habitada por unas 2.000 personas, y al frente del destacamento se hallaba inicialmente el capitán Enrique de las Morenas, quien, teniendo en cuenta tan apurada situación que les dejó totalmente incomunicados y sin esperanza alguna de ser socorridos ni de recibir ninguna clase de auxilio, dispuso se practicara un reconocimiento de las casas abandonadas por los naturales del lugar para hacer todo el acopio posible de los víveres que se encontraran, disponiendo el racionamiento de los mismos. Pero las tropas independentistas sitiaron la iglesia donde los españoles se hicieron fuertes, estrechando cada vez más el cerco sobre los mismos, realizando sobre la posición española un intenso fuego que llegó a producir numerosas bajas entre los españoles asediados.
Por si fuera poco, nuestros soldados sitiados se contagiaron de la enfermedad llamada “beriberi”, típica de la zona, que produce la parálisis corporal, haciendo presa en la guarnición y produciendo numerosas muertes, entre ellas las del capitán jefe del destacamento, el primer teniente, Juan Alonso Zayas y el cura párroco. Debido al fallecimiento de los dos primeros jefes, asumió el mando de los el segundo teniente, Saturnino Martín Cerezo, nacido en Miajadas (Cáceres), siendo valerosamente secundado por el médico Rogelio Vigil de Quiñones y por los pocos hombres a que quedó reducida la guarnición tras haberse producido hasta 14 bajas.
Los rebeldes avisaron al mando español de la derrota de la Armada a manos norteamericanas y derrumbe del Imperio. Su resistencia estaba fuera de lugar: si se rendían serían tratados conforme a las leyes internacionales. El capitán Enrique de las Morenas, un veterano de guerra rudo y bravucón, se negó a creer la información de los rebeldes que cercaron la iglesia. Durante meses, los filipinos instaron una y otra vez a rendirse al capitán español, que harto de mensajes deshonrosos aseguró que «la muerte es preferible a la deshonra».
A pesar del gran número de atacantes, la escasez de rifles (al principio solo 35) y artillería entre los locales limitó el número de españoles abatidos por las balas a solo dos en todo lo que duró el sitio. Los soldados afirmaron haber causado ellos más de medio millar de bajas a los isleños. El verdadero enemigo español fue las enfermedades. La mala alimentación y el hacinamiento propagó la disentería y, sobre todo, el beriberi, un mal provocado por la carencia de alimentos frescos. Hasta el final del asedio murieron 15 defensores por estas epidemias, entre ellos De las Morenas y el teniente Alonso Zayas.
Tras haber tomado el mando el teniente EXTREMEÑO Martín Cerezo, recibió numerosas proposiciones de capitulación de los insurrectos tagalos, haciéndosele ver por las fuerzas atacantes que no tenían posibilidad alguna de salir con vida si no se rendían; pero, mientras tuvieron víveres y municiones para sobrevivir y resistir, todas las propuestas fueron enérgicamente rechazadas, hasta que el día 2-06-1899, ya todos hambrientos, con numerosos heridos y sin medicamentos, agotada toda la munición y sin la menor posibilidad de defensa, Martín Cerezo no quiso sacrificar inútilmente el sufrimiento y las vidas de los españoles que quedaban y se avino a una digna rendición, mandando entonces tocar la corneta e izar bandera blanca.
Siete meses después de haberse encerrado con 50 hombres en la pequeña iglesia del pueblo de Baler, los Últimos de Filipinas, el tenienteMartín Cerezo, se recitaba a sí mismo de memoria, el artículo 748 del Reglamento Militar de Campaña: "Recordando que en la guerra son frecuentes los ardides y estratagemas de todo género, aún en el caso de recibir orden escrita de la superioridad para entregar la plaza, suspenderá su ejecución hasta cerciorarse de su perfecta autenticidad, enviando, si le es posible, persona de confianza a comprobarla verbalmente". Pero el obsesivo bucle de Cerezo se debía a que el 15-02-1899, los tagalos filipinos que rodeaban el improvisado fuerte donde estaban atrincherados los españoles del Batallón de Cazadores Nº 2 pidieron parlamentar.
Traían a un tal capitán Olmedo que venía con instrucciones del gobierno de España, en concreto una carta del general De los Ríos, en la que se leía: "Habiéndose firmado el tratado de paz entre España y los EE.UU, y habiendo sido cedida la soberanía de estas Islas a la última nación citada; se servirá usted evacuar la plaza, trayéndose el armamento, municiones y las arcas del Tesoro, ciñéndose a las instrucciones verbales que de mi orden le dará el capitán de Infantería don Miguel Olmedo y Calvo. Dios guarde a usted muchos años. Manila, 1-02-1899”.
La capitulación no pudo ser más honrosa para la dignidad de los militares españoles, al haberse llevado a cabo incluso con todos los honores de guerra. La salida del convento en el que se hicieron fuertes los soldados españoles que quedaron fue presenciada por muchos millares tagalos por la enorme curiosidad que tan heroica resistencia había suscitado entre la población autóctona. El jefe de los sitiadores, grandemente impresionado por el valor de los soldados españoles, ordenó que a los bravos defensores de la posición se les rindieran honores militares, desfilando ante ellos y disponiendo que fueran acompañados hasta Manila por una escolta de honor hasta la llegada a las mismas puertas de la capital, donde el público congregado también les tributó un masivo y acogedor recibimiento.
Después, los 33 supervivientes de aquella valerosa gesta, más los dos civiles, fueron repatriados a España. El 28-07-1899, embarcaron aquellos valerosos españoles para España, llegando a Barcelona el 1 de septiembre siguiente, siendo recibidos en el puerto con vivas muestras de reconocimiento y cariño por un importante núcleo de población. El día 7 siguiente, el teniente Martín Cerezo llegó a Madrid, a donde fue requerido por el entonces Ministro de la Guerra para ser personalmente felicitado por el mismo. Después, igualmente fue felicitado por el rey Alfonso XIII y por los altos mandatarios de la Nación. El rey le concedió la máxima condecoración militar española, la Cruz Laureada de San Fernando. Y con posterioridad, el heroico teniente extremeño fue muy agasajado en su pueblo natal, Miajadas, donde había nacido el 11-02-1866, en la calle Reina número 23 que, tras su hazaña, pasaría a tener el nombre del propio teniente.
Es de resaltar que este extremeño tan ejemplar era hijo de trabajadores humildes del campo, en cuyas faenas labriegas él mismo había trabajado. Pero desde pequeño sintió gran afición por los libros, aunque como la economía familiar era tan modesta, no pudo cursar los estudios que él hubiera deseado. Pronto se dio cuenta de que con la cultura tan precaria que entonces se adquiría en la escuela, ni en su pueblo ni en ninguna parte tenía nada que hacer, de modo que decidió abrirse paso hacia otros derroteros. En 1883, con sólo 17 años de edad, se alistó como voluntario en el Ejército, tratando de buscar en la milicia un horizonte de vida más prometedor.
Con gran espíritu de superación óptimo aprovechamiento y aptitud para el estudio y para el mando, fue ascendiendo a los distintos empleos militares, hasta que alcanzó joven el grado de teniente. Y como quiera que el Ejército necesitaba enviar una compañía al pueblo de Baler (Filipinas), para intentar sofocar la insurrección que allí se había producido, acaudillada por el dirigente de la rebelión, un tagalo llamado Rizal, pues pidió ser él uno de los voluntarios que se necesitaban, cuando ya era por todos conocido que el archipiélago se hallaba en abierta insurrección contra España y que la situación allí era extremadamente peligrosa.
La capitulación no pudo ser más honrosa para la dignidad de los militares españoles, al haberse llevado a cabo incluso con todos los honores de guerra. La salida del convento en el que se hicieron fuertes los soldados españoles que quedaron fue presenciada por muchos millares tagalos
Tras su regreso luego a España, fue destinado en Madrid, donde fue objeto de numerosos homenajes y agasajos por distintos estamentos de la sociedad, y allí falleció el 2-12-1945, a los 79 años, cuando ya había alcanzado el grado de general. Sobre esta heroica gesta también fueron escritas numerosas novelas y asimismo se rodaron para el cine varias películas, en las que quedó representada la heroicidad de aquellos valientes soldados españoles en Filipinas.
Y es por ello, que también he querido traer a esta modesta página de El Faro de Ceuta, en primer lugar, en señal de reconocimiento y admiración hacía aquellos héroes españoles que fueron capaces de acometer tan valiente resistencia; pero, sobre todo, al héroe extremeño, Saturnino Martín Cerezo, y así darla a conocer a las nuevas generaciones que habrán oído menos de hablar de dicha gesta.
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