Desperté y observé una habitación de hospital. Yo estaba con un montón de tubos puestos. A los pocos minutos se me acercó una enfermera y me dijo: “Tranquilo muchacho has vuelto otra vez a la vida”. Quería moverme pero tenía dolores por todas partes. Empecé a mover las manos. Tenía sed y le solicité un poco de agua a la guapa enfermera que tenía al lado mía. Me contestó que debía de consultarlo. Creo que al cabo de una hora y poco vinieron tres médicos a visitarme. Me empezaron a interrogar si me acordaba de algo. Yo la verdad que no sabía ni quién era.
Una de ellos me informó que había sufrido un accidente de tráfico hacía ya nueve años y que había estado en coma durante todo ese periodo de tiempo. Le dije que sólo conseguía mover las manos y muy poco. Ellos me dijeron que era normal. Empezarían a darme con un fisio masajes y poco a poco iría teniendo movilidad. Era normal, tenía una atrofia muscular debido a la falta de ejercicio, eran muchos años los que había estado tirado y debería de ser estimulado nuevamente el riego sanguíneo. También me advirtieron que vendría mi familia.
Tenía una mujer y ella me iría diciendo todos los datos igualmente, es decir, poco a poco para que mi cerebro pudiera ir asimilando y recordando las vivencias del pasado reciente. Yo la verdad que estaba alerta y asustado a la vez. Mis preguntas en ese momento eran ¿quién sería? y ¿cómo serían mis parientes? Estaba intrigado. Pasaron un par de horas cuando apareció una fémina muy bella que me dijo que era mi mujer. Yo la verdad que dejé que hablara ya que no la reconocía. Me dio un montón de besos y abrazos. Y entonces fue cuando empezó a presentarse. Soy Yolanda tu mujer. El médico me ha dicho que debo de ir preparándote. Dándote información como si fuera una papilla a un niño chico. De momento me ha dicho que te proporcione un poco de agua impregnada en esta gasa. Es para que vayas tolerando los alimentos. Llevas mucho tiempo siendo alimentado a través de tus venas. Lo primero que voy a hacerte es darte un afeitado.
Yo le dije que por favor si me podía proporcionar un espejo para poderme ver. Tenía curiosidad para saber cómo era. Salió al pasillo y estuvo un buen rato. Y vino con el médico y una enfermera. El médico me explico que todo lo que iba descubriendo debería de ser poco a poco para no saturarse de información. Y me puso el espejo para que me viera. Era un hombre de unos cuarenta y poco de años con una barba bastante larga de color negra. Era muy rizada. Tenía unas entradas bastante considerables y unos ojos de color marrón miel. A simple vista me di un siete en la valoración de guapura. Le pregunté si tendría que estar mucho tiempo en el hospital. Él me contestó que debía de hacerme muchas pruebas pero en apariencia era poco lo que estimaba que me hacía falta para mi recuperación total.
Nos quedamos solos Yolanda y yo y me dijo que teníamos tres hijos: dos niñas y un niño. El mayor tenía 26 años y se llamaba Juan como mi padre, y las niñas una tenía 22 y se llamaba Yolanda como ella y la otra 18 y se llamaba Sonia. Fue el nombre que le gustó a ella. Que querían verme tanto ellos como mis padres y hermanos pero que el médico ha hablado con todos nosotros y que tan sólo al principio debemos de visitarte unas dos horas al día. Y darte la información a cuenta gotas. Intentaba buscar recuerdos pero la verdad no me venían ninguno. Serían las dos de la tarde ya que me trajeron una sopa que me la fue dando mi mujer despacito. A la tercera cucharada me dio una pequeña arcada. Teniendo que desistir de darme más sopa. Ella fue a hablar fuera con el médico y vino una muchacha, la cual me informó que tenía que procurar comerme este alimento. Eso sí poquito a poco. Una cucharadita y al rato otra. No tenía que tener ninguna prisa. Otra vez estas palabras. La serenidad. La tranquilidad. Yo empecé a hablarme sólo. No debes de ponerte nervioso poco a poco. ¿Que prisas tiene? Y así estuve durante dos largos meses. El principal reto fue por la tarde. Vino un hombre y me empezó a dar masajes por las piernas. Me dijo lo mismo que todos.
Tenía que tener mucha paciencia. Pero yo notaba la evolución. Podía mover los dedos de los pies. Aunque tenía mis piernas muy delgadas como todo mi cuerpo. Para la merienda me trajeron una sopita que tenía que beberla y entre mi mujer y una enfermera me pusieron el cuerpo un poco más hacia arriba. En mi espalda me metieron almohadas.
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