El próximo curso estrenaremos ley educativa, la LOMLOE. Aunque parezca una broma, a estas alturas de la película desconocemos currículos, cargas horarias, asignación de materias por departamentos y un largo etcétera que tendremos que resolver deprisa y corriendo el primer día en que las aulas comiencen de nuevo a funcionar.
Los profesores nos enfrentaremos con un avión a medio hacer que tendrá que levantar el vuelo al grito de sálvese quien pueda. En nuestro país esta suele ser una tónica habitual; ir improvisando y tomando decisiones sobre la marcha capeando la testaruda realidad.
Nos tendremos que ver las caras con infinidad de asuntos que competen a la enseñanza en toda su profundidad cuantitativa y cualitativa. Será la buena voluntad y el trabajo invisible de los docentes lo que nos salve de la tormenta perfecta y del posible naufragio pues el rumbo es incierto y los peligros acechan en mares desconocidos.
Enseñar está muy vinculado al conocimiento de lo que sucede en un mundo convulso y amenazado por todos los flancos.
Como no puede ser de otra manera la materias de Filosofía también deberán adaptarse intentando sortear las urgencias y premuras anunciadas que deberemos solventar.
Sobre la ética de la supervivencia el filósofo José Antonio Marina reflexiona al respecto: “No son más que tres: cómo mantenerse a flote, cómo construir una embarcación y gobernarla, cómo dirigirse a puerto. Sobrevivir, navegar, elegir rumbo son los tres decisivos niveles éticos. Hay una ética de la supervivencia, una ética de la felicidad y una ética de la dignidad”.
Mantenerse a flote y sujetarse a cualquier tabla mientras llegamos a tierra. Sortear los sucesos cotidianos: la guerra de Ucrania, las dictaduras, la masacres habituales en los Estados Unidos, la pobreza, la desesperación de lo sin techo, sin trabajo, la matanza y apaleamiento de seres humanos a unos metros de la frontera, el mirar para otro lado de España y Marruecos en una vergüenza sin precedentes, los gastos militares y todo lo que subyace en una sociedad mundial próxima a la hecatombe. Seguir a flote es un ejercicio de valentía, como decía Walter Benjamín: “Solo de aquellos sin esperanza nos es dada la esperanza”.
Construir una embarcación y gobernarla supone mirar hacia nuestro interior, comprometernos, actuar individualmente pensando en lo colectivo, salvar una persona para salvarnos en un mar embravecido.
Sobrevivir, navegar, elegir rumbo. Seguir remando en pos de utopías alcanzables, dialogar entre iguales para rasgar el velo de la ignorancia que cubre los ojos. Establecer un consenso en el que la posición inicial de los participantes sea imparcial como señala Rawls reflexionando desde la teoría de la justicia como equidad.
Ser víctimas de este tsunami existencial implica que cada uno de nosotros debemos tomar el timón, amotinarnos contra el poder que arrasa cualquier atisbo de salvación. El posicionamiento individual estará ligado a la revolución colectiva.
Ahí estaremos los profesores de Filosofía bombardeados desde esta LOMLOE que se olvida del ejercicio del pensar en la enseñanza obligatoria.
No nos esconderemos en la caverna. Caerán las torres de marfil y construiremos refugios. Estaremos en los consejo escolares, en los recreos, en los pasillos de los centros. Nada nos podrá enmudecer porque la Filosofía es la lluvia en el largo camino del desierto.
Llegará la paz perpetua por la que Kant apostaba, dejaremos de esperar a un Mesías con el que nos han conseguido adormecer a lo largo de los tiempos. Construiremos la vida en una batalla en la que seremos invencibles.