Opinión

El clamor de los árboles

El pasado miércoles recibí el siguiente mensaje de un amigo: “otra salvajada más”. Este mensaje iba acompañado de una fotografía en la que se observaba un ejemplar de ficus talado y alrededor de él los restos de sus ramas y su tronco esparcidos por el suelo. La imagen resultaba muy triste a la vez que despertó en mí un sentimiento de indignación y rabia al contemplar un nuevo acto de arboricidio. Al poco tiempo me llegaron otras imágenes que me permitieron ubicar la zona del crimen en la barriada del Polígono Virgen de África y, más concretamente, en la parte trasera del edificio Polifuncional de la Policía Local y el parque de bomberos. No era sólo un árbol la víctima de este atentado medioambiental, sino toda una hilera de ficus. Alertado por lo que había pasado me puse en contacto con este medio de comunicación para denunciar estos hechos encontrando la acostumbrada receptividad a este tipo de denuncias ciudadanas. Al parecer no había sido el único que se había puesto en contacto con el periódico “El Faro de Ceuta” para llamar la atención sobre lo sucedido. Algunos vecinos del polígono estaban igual de sorprendidos y consternados por la indiscriminada tala de los ejemplares de ficus, incluso temían que no fueran las últimas víctimas de la sierra mecánica. Desde Septem Nostra manifestamos a este mismo medio nuestro enfado por el nuevo arboricidio perpetrado en Ceuta a lo que nos tienen acostumbrados quienes deben velar por nuestro medio ambiente, incluyendo, claro está, el arbolado urbano. Según la normativa urbanística, las talas de árboles en el área urbana no están permitidas y si por alguna razón resulta imprescindible debe ser justificada por un informe técnico emitido por un experto en la materia. No obstante, incluso en los casos justificados (enfermedad del árbol, peligro para los viandantes, etc…), el lugar que ocupaba el árbol sacrificado debe servir para alojar otro ejemplar de similar porte. Esto es lo que dice la normativa, pero ya sabemos que los primeros en incumplir las normas son quienes tiene la obligación de velar porque se respeten. Reflexionando sobre los motivos de fondo que subyacen en el continuo maltrato al arbolado urbano en nuestra ciudad, he llegado a la conclusión de que son muchos quienes piensan que un árbol es un ser inerte, algo así como un elemento más del mobiliario urbano que se puede quitar y tirar a la basura si molesta. Este tipo de personas, tan abundantes en nuestro tiempo, ignoran que los árboles son seres vivos que tienen su propia forma de consciencia y que se comunican con otros árboles a través de redes fungicas. A quienes desconocen este fenómeno les recomiendo la lectura de libro “la real oculta de la vida” del investigador Merlín Sheldrake o el capítulo sobre la comunicación de los árboles que le dedica Robert McFarlane en su obra “Bajo tierra”. Que los árboles sienten y piensan es algo que sabían de manera intuitiva muchas culturas y civilizaciones del pasado. No es casual que los primeros templos fueran bosques habitados por divinidades que personificaban el alma del mundo y la vida. Los árboles eran las moradas de hamadríades y otras ninfas. Cuenta un mito que en cierta ocasión un marino griego que pasaba cerca de la isla de Paxos escuchó un grito que anunciaba la muerte del gran Pan, el dios de los bosques. Su muerte, tal y como comentamos en un artículo anterior (“Muerte y resurrección del dios Pan”), simboliza la pérdida de las imágenes y los símbolos que fueron fundamentales para nuestros antepasados. Su desaparición supuso el inicio del proceso de desacralización de la naturaleza que nos ha llevado a este punto en el que para algunos los seres vivos que nos rodean carecen de valor e importancia. Por suerte, aún queda mucha gente que aprecian los árboles, los animales y todas las formas de vida; y a los que les indigna el maltrato a los árboles y a otros seres vivos. Los árboles no son simples objetos decorativos. Ellos son elementos destacados de unos paisajes exteriores que se han proyectado hacia nuestro mundo interior desde nuestra infancia conformando los paisajes de nuestra psique individual y colectiva. Si cierro los ojos acuden a mi mente los árboles de la Plaza de los Reyes o de África antes de sus respectivas remodelaciones o el olor a azahar de los naranjos del Paseo del Rebellín a comienzo de la primavera. No menos clara es la imagen de los centenarios laureles de Indias de los jardines de la República Argentina. Tampoco olvido los antiquísimos castaños de Calamocarro o el pino centenario que preside este conocido arroyo ceutí. Algunos de estos árboles forman parte de una lista de árboles singulares de Ceuta a los que la administración autonómica no presta la atención que merecen. Poco a poco estos árboles van enfermando o muriendo sin que nadie se apiade de ellos. Una parte de los castaños de Calamocarro se quemaron en uno de los recientes incendios forestales, el gran alcornoque de doscientos años del embalse del Infierno murió por causas naturales, lo mismo que le sucedió a un algarrobo situado dentro de la base Teniente Ruiz. El arbolado urbano no es sólo “asesinado” con sierra mecánica. Estas mismas sierras son utilizadas para mutilarlos por manos inexpertas y carentes, en algunos casos, de la mínima formación en materia de cuidado y mantenimiento de los árboles. Las podas salvajes y extemporáneas son muy frecuentes generando malestar y críticas entre las personas que amamos los árboles. Es una mala praxis que llevamos denunciando desde hace décadas sin que haya suscitado un cambio de actitud en la Consejería de Medio Ambiente de la Ciudad Autónoma de Ceuta. La conclusión a la que uno llega es que les importa poco lo que digan los ciudadanos, excepto el día en el que depositan la papeleta electoral para renovar a las personas que ocupan asiento en el Pleno de la Asamblea. Espero con curiosidad el momento de conocer en detalle los programas electorales que nos ofrecen los distintos partidos políticos que concurren a las elecciones municipales del próximo 28 de mayo, es decir, en apenas quince días. Cierto es que los árboles no votan, pero sí lo hacemos quienes vivimos en Ceuta. Ojalá algún partido se tome en serio la conservación y protección de nuestro patrimonio natural y cultural más allá de eslóganes vacíos y de ideas vanas sobre el medio ambiente y la cultura. El cambio global en la tierra que ha provocado el ser humano es cada día más evidente y sus consecuencias más claras. Las temperaturas no dejan de crecer y las lluvias de disminuir. El aire, sobre todo en las grandes ciudades, es irrespirable y el agua de ríos, mares y océanos contienen todo de tipo de sustancias contaminantes y de basuras que el mar nos devuelve a diario. Los árboles podrían ser nuestros mejores aliados en la lucha contra el cambio global, como lo hacen los Ents en la batalla por la Tierra Media. Sin embargo, aquí en Ceuta no dejan de talarlos y maltratarlos sin compasión. En otras ciudades de Europa, por el contrario, se están plantando árboles por todas las calles para oxigenarlas, captar el CO2 y ayudar a reducir las altas temperaturas aparejadas al cambio climático. Los árboles, además, son el hogar y refugio de las aves que están desapareciendo de los núcleos urbanos. A este paso los únicos seres vivos que queden en las ciudades serán las ratas, las cucarachas y los humanos. Los ciudadanos tenemos el derecho y el deber de exigir a las autoridades el cumplimiento de las normas y leyes que nos hemos dado para lograr para todos una vida digna, plena y saludable. La salud física depende en gran medida de lo que respiramos, bebemos y comemos. La mala calidad de aire, la calidad del agua y el uso de todo tipo de sustancias para la conservación, la coloración y la potencia del sabor no parece que sean los más saludables si no atenemos al constante incremento de enfermedades como el cáncer, la diabetes o los problemas cardiocirculatorios. Por otra parte, y en cuanto a la salud psíquica, existen cada día más prueba de la influencia de un entorno cuidado y con suficiente dosis de naturaleza en nuestro bienestar y felicidad. Va siendo hora de que abandonemos la idea de conquistar la naturaleza y dejemos que sea ella la que recupere parte de su espacio perdido para equilibrar la balanza entre medio urbano y medio natural. Allí donde los árboles crecen la vida y la belleza regresan. Ojalá nuestros candidatos a la Asamblea de Ceuta lean este mensaje y se tomen en serio el cuidado de nuestros árboles en la próxima legislatura.

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