Hoy es nuestro último día en Grecia y terminamos el periplo por un crucero que recorrerá tres Islas: Poros, Hidra y Égina.
Pasa lo de siempre, que te venden un crucero y luego te intentan venderte visitas a lugares de las Islas; que si un castillo, que si un baño donde Hércules tomaba el sol, que si una visita a la playa por 35 euros y te dejan 30 minutos para remojar los pies en los que se los había lavado la diosa Atenea y todo lo que se les ocurría a los organizadores del crucero.
Mi compañero y yo, con ese buen criterio de no perder la dignidad, recorrimos las islas por nuestra cuenta dándonos más tiempo a los que habían caído el timo de enseñarles el olimpo.
Tal que así visitamos las islas, callejeamos, refrescamos nuestros gaznates secos por los 46 grados, vimos dos iglesias bizantinas, dos museos arqueológicos dando tiempo para bañarnos sin necesidad de compartir las aguas con Atenea.
Ya, terminada la visita a Égina, nos sentamos en un chiringuito para hacer tiempo y volver a la morada de los humanos en la calle Marny.
Y allí, consumiendo dos helados nos fijamos que en la mesa cercana estaba una señora nerviosa, con muchas botellas, cientos de colillas, sombrero de paja y una vestimenta que se movía al compás del viento. Pensé que de un momento a otro saldría volando elevada por una cometa y el pareo desbocado por la brisa del mar.
No paraba de mirar a mi compañero que andaba haciendo unos largos y buscando caracolas para el recuerdo.
Nos habló en Inglés pero pronto descubrió que éramos españoles, “la patria es la lengua”. En cinco minutos nos contó mil historias mientras derramaba lágrimas desviándolas por las mejillas. Era chilena, su esposo se había muerto de un infarto y llevaba año y medio recorriendo el mundo. Había oído la noticia de la muerte de Isabel Allende, parecía haber perdido a un familiar cercano. El realismo mágico era el espacio de Susana y “La casa de los espíritus” le había abierto las puertas a bucear en otras dimensiones de la literatura.
También comentó el carácter de la gente de otros países, de la necesidad que tenía de hacer el amor en cualquier momento, de encontrarse, de no olvidar sin recordar nada, de volver a ese realismo en el que la fantasía resucita a muertos, los perros son azules y la “Increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada”, que escribió Gabo, una crónica tan veraz como imaginada.
Susana era profesora de arte buscando el oráculo de Delfos para que le pronosticara el nuevo rumbo de sus andanzas.
¡Me gastaré el último céntimo que me quede! fueron sus últimas palabras. Interpreté que era una forma de vengarse del destino.
Le dimos dos besos cada uno.
- El próximo vuelo lo tengo para Sevilla. Así se despidió y nos despedimos pues el barco comenzó a anunciar a bocinazos que era su última llamada.
Ahora, en el avión rumbo a Madrid, confieso que la he buscado entre los pasajeros; no la encontré, lo mismo nos espera en Chamartín para seguir contándonos.