Realmente la noticia sorprendió a muchos: un residente en Ceuta y miembro destacado del Instituto de Estudios Ceutíes había recibido el Premio Nacional de Literatura del Perú 2019. Por ello, el profesor Saúl Yubero entrevistó al recién galardonado, que es su compañero en la Institución cultural citada, para conocer detalles del personaje y el premio.
–Buenos días, Antonio, mis felicitaciones por el reciente Premio Nacional de Literatura del Perú 2019, ¿qué representa para ti haber recibido dicho premio?
–Buenos días, Saúl, muchísimas gracias. Este premio es de muy reciente creación, los gobiernos del Perú han estado durante más de treinta años ignorando totalmente la cultura, en especial la literatura y más concretamente la poesía; por tanto, es un reconocimiento que, aunque tardío en mi caso, precisamente por las razones que he expuesto es más significativo aún.
–Ahora que ha salido la nota de prensa con tu currículum, a buena parte de la población le ha sorprendido saber que vive entre nosotros un poeta de reconocimiento internacional, incluso a personas de tu círculo profesional, ¿cómo te explicas eso?
–En principio, a mí me gusta ser discreto, no soy de los que van alardeando de nada. Incluso he rehuido siempre hacer el tan necesario marketing, sobre todo en poesía. Puedo contar la anécdota de que, cuando Mario Vargas Llosa llegó a Ceuta en 2013 con motivo de la entrega del premio Convivencia, la Ciudad organizó unos actos en cuyo escenario estaba lógicamente Mario, el director de la Biblioteca y dos profesores de instituto. La anécdota es que yo conocía personalmente a Mario y cuando Julio Ortega (un prestigioso crítico literario peruano, profesor universitario en los Estados Unidos) estaba preparando su Imagen de la literatura peruana actual a comienzos de los 70, Vargas Llosa le escribió indicándole que debía incluirme a mí, pues Julio y yo –tan amigos ahora– entonces no nos conocíamos aún, y naturalmente acabé apareciendo en dicho libro gracias a Mario. Puedes ver que los organizadores del homenaje a Mario desconocían completamente mi amistad con él, debido a mi discreción, aunque también era de imaginar, si no una relación personal, al menos una cualificación mía para estar ahí, no sólo por mi condición de catedrático de lengua y literatura del Instituto Abyla en aquel momento, sino también por ser peruano como Mario, pudiendo hacerle preguntas más concretas acerca de Lima, del Perú o de su relación con otros escritores peruanos contemporáneos. Lo mismo me pasó con los homenajes a Mario Benedetti, Blas de Otero o Gabriel Celaya, en que se invitó a diversas personas para que cada uno recitara un poema del poeta homenajeado; yo únicamente estuve invitado al primero y por indicación de Simón Chamorro al organizador del homenaje; te puedo referir la anécdota de que a todos ellos los conocí personalmente y como mi amigo Simón no tenía ningún ejemplar de Benedetti le presté el mío que me dedicó éste cuando nos reunimos a comer en Madrid. Yo conocí a Mario Benedetti en 1973 cuando pasó por Lima y yo era entonces el director de la Editorial del Instituto Nacional de Cultura del Perú. Discúlpame por haberme extendido tanto en la respuesta.
–Al contrario, te lo agradezco y te pido que te explayes cuanto quieras en beneficio de los lectores. En tu biografía hay premios como ‘El Poeta Joven del Perú’, el ‘Premio Extraordinario de Poesía Iberoamericana’, el premio ‘César Vallejo’, todos premios poéticos, pero también se habla del ‘Parque del Amor’ y de su monumento en cuyo pie hay unos versos tuyos, ¿puedes hablarnos más de todo esto?
–Cómo no. Empezaré por el final, que es más divertido. Yo conocí a Arturo Corcuera en Madrid en 1964, yo era por entonces un poeta absolutamente inédito y él acababa de recibir el Premio Nacional de Poesía de 1963; para mí él era la viva representación de la poesía y yo fui para él algo así como su ahijado poético. El tema es que Arturo publicó a finales de los años 80 su poemario Los amantes, que abrió con una cita de unos versos míos de mi primer libro Verso vulgar de 1968; esos versos son el comienzo de toda esta historia del ‘Parque del Amor’ y del monumento ‘El Beso’. Los versos son estos: “En las ciudades no hacen/ monumentos a los amantes”. Corcuera, al ser un poeta muy reconocido en Lima, hizo que mis versos resucitaran, y al estar fuera del contexto no sólo del poema sino del libro, hizo que resonaran más, al punto de que la Municipalidad de Miraflores, un distrito de Lima en el que yo vivía en el Perú, decidió hacer dicho parque y dicho monumento. De hecho, el monumento refleja exactamente la postura que se plasma en el poema, no porque Delfín, el escultor, conociera el poema, sino porque Arturo, amigo de él, se lo indicó. Y la anécdota final es que hacia 2010, un 14 de febrero, día de los enamorados, uno de los periódicos de Ceuta publicó la fotografía del monumento e hizo alusión al parque, pero no mencionaba nada acerca de que su inspirador vivía en Ceuta, porque yo discretamente lo callé antes y después, hasta hoy.
Todas estas historias sobre el desconocimiento social entre sus ciudadanos me recuerdan otra anécdota, la de Pablo Neruda en una reunión en su propia casa diciéndole a la concurrencia ante los libros de su biblioteca mientras abría sus brazos “cuánto ignoramos”; y es verdad, ignoramos tanto de nuestros vecinos como de nuestras lecturas. En cuanto a los premios, también hay anécdotas curiosas. No del poeta joven de 1970, que fue todo un espaldarazo por mi segundo libro Después de caminar cierto tiempo hacia el este, porque hay que tener en cuenta que se da a poetas menores de treinta años y que se convoca cada cinco años, mucho más difícil que el premio Adonáis español, que es anual y para poetas menores de treinta y cinco años. El ‘Premio Extraordinario de Poesía Iberoamericana’ de 1985 sí que tiene muchas particularidades; primero, porque se convocaba en el homenaje a Antonio Machado, Federico García Lorca y Miguel Hernández, y yo me dije, uno muerto en el exilio, otro fusilado y otro fallecido en la cárcel, me presento; segundo, porque la convocatoria abarcaba España, Portugal e Iberoamérica, no sólo Hispanoamérica. Pero la verdadera anécdota viene después de ganarlo, porque el gerente de la Fundación Banco Exterior, que convocaba el premio, me confesó que sufrió presiones por parte de superiores para modificar el fallo cambiando de ganador: que hubo cosas raras lo creo, porque mi libro no se lo dieron ni a Benedetti que era miembro del jurado y cuando la Embajada de Cuba me obsequió ejemplares de la revista Casa vi que en uno de los números venía una reseña de Benedetti sobre los libros finalistas, pero ni una línea sobre el mío, que era el ganador; días después, en un acto de homenaje al hijo de Dolores Ibárruri, nos encontramos ambos y Mario me preguntó por mi libro, ahí descubrí que no se lo habían entregado, pero los otros sí. El premio ‘César Vallejo’ de 1999 es el más significativo para mí, por una razón muy simple, porque se decidía dicho premio, que ya no existe, por votación popular.
–Recibiste el premio César Vallejo, ¿qué significa para ti no el premio sino Vallejo?
–César Vallejo es, no sólo para mí, sino para cualquier experto en poesía uno de los máximos exponentes de la poesía del siglo XX, de la poesía en lengua castellana y de la poesía universal. Yo lo leí de muy pequeño, de cuando me tropecé con la poesía en tercero de media, a los catorce años, como alumno del Colegio de la Inmaculada de los jesuitas en Lima, siendo mi profesor Jesús Valverde S.J., sí, el cura Valverde: para ustedes no significa nada eso del “cura Valverde” pero muchísimo para un peruano; el cura Valverde es el sacerdote que le dio la Biblia al Inca Atahualpa, gesto con el que comenzó la conquista del Perú. Bueno, volviendo a mis comienzos, el padre Valverde era hermano de José María Valverde, el poeta español. Ahí, en sus clases, me cautivó la poesía y desde ahí comenzaron mis lecturas de poetas fuera de los programas de estudio, entre ellos Vallejo. Me cautivó a tal punto que dejé de leerlo durante muchos años para huir de su tono, de su voz; para alejarme leía a Maiakovski, a Ebtuchenko, a Brecht, a Benn, a todo poeta que cayera en mis manos, cuanto más alejado de Vallejo mejor. Pero después con la madurez volví a él. No hace mucho, con motivo de que el catedrático de literatura hispanoamericana de Murcia me invitó a dar una conferencia sobre Vallejo, hice pública por primera vez en una universidad mi tesis de que el último Vallejo, que está entre Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz está ya en cierto modo en el también último García Lorca del Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejía, Poeta en Nueva York y Tierra y luna, tesis que se había publicado en la revista de Barcelona Guaraguao.
–Dinos, para ti ¿qué es la poesía?
–Tú sabes que la poesía no necesariamente es versificación, sino la existencia de unas cualidades líricas en el texto, como la emotividad, que puede estar en verso o prosa. En la poesía hay dos aspectos que se deben considerar, la concepción artística que expresa el texto y la visión del mundo que representa. Los grandes poetas muestran una originalidad en ambos, son los canónicos o clásicos. Si la novedad sólo se refiere a uno de ellos, entonces son los buenos poetas. Aquellos poemas, que no resultan originales en absoluto, son redundantes y por tanto menores.
Hoy la literatura está mezclada con la lengua y porque ya no se valora la excelencia del profesorado”
–¿Qué proyectos tienes ahora?
–Aunque acaba de salir Victoriosos vencidos en Italia, Usina de dolor, que ha ganado el Premio Nacional de Literatura este año, después Tríptico de las Furias y está en prensa Versión del otorongo, así como al margen de la poesía un libro de ensayo, Crítica & Poética, y una novela breve, Así así nomás, mis proyectos actuales son seguir leyendo y escribiendo. Yo he tenido la suerte durante muchísimo tiempo de poder comer de la poesía. Vicente Aleixandre, a quien conocí en su casa de Wellingtonia 3, contó una vez que cuando le preguntaron si vivía de la poesía dijo que la poesía no le daba ni para merendar. Mi caso tiene trampa igual que su respuesta, porque él padecía de una tuberculosis renal por lo que recibía una pensión que le permitió leer y escribir, y yo daba clases como profesor de literatura, incluso en el instituto donde estuve más años, el Ramiro de Maeztu de Madrid, donde además de ser profesor fundé el Aula de Poesía que todavía funciona y cuya dedicación a la misma a mí me contabilizaba como horas lectivas, aunque se impartía al margen del horario lectivo y hasta con alumnos de fuera del instituto, tanto ex alumnos como otros que jamás habían estudiado en el Ramiro; por eso todo esto giraba en torno a la poesía que a mí me permitía vivir, así que en cierto modo he vivido para, por y en poesía.
Pero esos fueron otros tiempos, porque hoy la literatura está mezclada con la lengua y porque ya no se valora la excelencia del profesorado. Por ejemplo, en 1993 tuve problemas para aceptar la invitación del catedrático de literatura hispanoamericana de la Universidad de Siena, Antonio Melis, para asistir a un debate con sus alumnos acerca de mi obra que estaba en el programa de estudio, porque ni el director del Ramiro ni el inspector me autorizaban el viaje; y fueron precisamente mis alumnos quienes dijeron que eso prestigiaba al Centro y quienes presionaron y lograron que finalmente pudiera acudir a Siena.
–Muchas gracias, Antonio, ha sido un placer conversar contigo
–Un placer también para mí hablar siempre contigo. Muchas gracias.