Categorías: Carta al director

¡Chitón... que estamos en elecciones!

Avergonzado, estoy viendo y escuchando los debates políticos de las elecciones andaluzas, que como prólogo se nos muestran ante las próximas elecciones autonómicas y nacionales. Y en ellas solo observo un denominador común en sus discursos. Solo hay una idea base: “Los unos se acusan a los otros de corrupción, es decir… que solo se escucha aquello de… ¡Y tu más!”.

Luego, simplemente nos están diciendo “¡Votadme a mí que soy menos corrupto que el otro!”, es decir, “¡Corrupción y vasallaje!”. Sorprendente, pero cierto, y si no escuchen lean y vean lo que hay. ¡Y esto también se ve y escucha en el Congreso de la nación! Todo ello me hace reflexionar sobre la casta política que nos hemos otorgado. Y también sorprenderme de que aquellos que elegimos para gobernarnos se convierten en uno de nuestros mayores problemas por su corrupción. Pero… ¿por qué pasa esto, si su poder se basa exclusivamente en nuestra opinión? Esta pregunta me obliga a dirigir mis pensamientos a las personas que nos unimos para estructurar el poder de los partidos políticos… es decir… de los afiliados y simpatizantes. Y de acuerdo con esta reflexión creo que es en nosotros donde esta el verdadero problema, osea, ¡en nosotros mismos! Así, me he dado cuenta de que muchos cuando militamos en un partido somos capaces de olvidar, sin vergüenza ni remordimiento, los dictados de la conciencia, para servir al partido elegido por cada uno de nosotros, como si de una deidad nueva fuera. Por ello, ser hombre de partido es ser vasallo de su líder, a quien se le debe obediencia ciega y sumisión absoluta, si no se quiere ser tachado de reaccionario y resentido, amén de enfrentarse a fieras animosidades de aquellos que normalmente son amanuenses a sueldo del líder. Porque los presidentes de los partidos, una vez elegidos, tienen todo el poder como desee, ya que solo él puede limitarse. Y no nos engañemos, seguro que piensan… “si no abuso de mi poder para que lo quiero…”. ¿Verdad? Concluyendo… el político que no tenga en cuenta su influencia en los asuntos internos de sus afiliados probará ser un hombre de muy corto alcance, porque su único sustento es la opinión de los demás y por ende, debe saber manipularla en su propio interés, y así al ser elegidos podrán manifestarse como defensores públicos de la libertad de todos. Y esto es cierto, ¡la pena es que nos la siguen dando con el mismo hueso! Así, que a votar al menos corrupto conocido, que es a fin de cuentas lo que nos están ofreciendo a los ciudadanos en prueba de su significativa honestidad y honorabilidad. Y como solemos tener un gran apego al Gobierno tradicional… ¡nada que hacer! ¡Somos tontos, y nuestros gobernantes lo saben! Por ello… en las próximas elecciones votemos al menos corrupto de ellos, que así nos ira de bien. Sin olvidarnos de que la libertad de pensar y de expresar lo pensado suele traer funestas consecuencias para aquellos que lo hacen. Pero… ¿quién nos ofrece otra alternativa…?

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