Opinión

El chaleco (I)

Entre los diseñadores de moda parece ser que está difundida una aseveración, que dice más o menos: “Si ves en corto espacio de tiempo algo a más de tres personas, se trata de una tendencia”. Por supuesto, para ellos, es un ilustrativo indicador sobre el camino hacia el que pueden orientar su actividad profesional. Con los inicios del otoño me he cruzado por la calle innumerables personas de todas las edades, sexo y clase social luciendo chalecos acolchados de diferentes colores y tonalidades. Se ha superado ampliamente el número de tres, por lo que intuyo que más que una tendencia es ya una confirmación y una moda.

He recogido conscientemente el aspecto sociológico de los usuarios porque hace pocos años −con esa innata costumbre celtibérica de poner etiquetas y calificar a las personas− a estos chalecos acolchados se les denominaba “cayetanos” e incluso “fachalecos” en referencia peyorativa a que eran una prenda usada por la gente de derechas y particularmente por la denominada pijería.

Indagando en la historia de este chaleco −de componente sintética− parece ser que nació en los EEUU en los cuarenta como un elemento de utilidad para abrigar con más efectividad que la lana en los deportes de nieve. Posteriormente la aristocracia inglesa lo adoptó y lo utilizaba en la tradicional caza del zorro. Puede ser que el carácter clasista atribuido a la prenda nazca de esta utilización por parte de las clases adineradas británicas.

Estas formas de calificar políticamente a las personas por usar cierto tipo de indumentaria tienen una larga historia en unas y otras opciones políticas. Los abrigos loden de color verde en los años 90 así como unos suéteres abiertos, con bolsillos laterales, de punto, calificaban a sus usuarios como de derechas. Las americanas de pana las usaban algunos dirigentes de izquierdas, así como cazadoras en los mítines electorales. Los pantalones vaqueros con americana era usual en la izquierda y por supuesto excluyendo la elegante corbata que identificaban como un símbolo clasista. En la actualidad, casi todos los políticos de ambas opciones lucen descorbatados sin duda para parecer más populistas y progres.

Con respecto al chaleco acolchado me alegra que mucha gente de todo tipo -obviando su denostado cayetanismo- a pesar de que aumenta el volumen corporal uno o dos centímetros, haya dado prioridad a su utilidad, claro está que, en parte por la influencia, como en tantas otras ocasiones, del fenómeno moda. Pero, en definitiva, lo ideal es que cada uno vista como le apetezca sin que por ello lo califiquen políticamente.

No obstante, tras estas particulares apreciaciones, me parece interesante -ya que estamos con el tema- hacer un recorrido por la historia, los tipos, el uso y otros aspectos ilustrativos que están relacionados con la utilizada prenda, en todas sus modalidades, llamada chaleco.

El vocablo Chaleco tiene procedencia del turco yelek o yalak con el significado de prenda que se usa para cubrir el torso. A Europa nos llegó como una alteración en árabe, llamada yalika. Posteriormente evolucionó hasta el italiano giulecco y transitó a su actual denominación.

Según el diccionario de la RAE tiene varias acepciones. Con la que más lo identificamos es: “Prenda de vestir sin mangas, que cubre el tronco hasta la cintura y se suele poner encima de la camisa o blusa”, pero en otra acepción dice: “Jubón de paño de color, cuyas mangas no llegaban más que a los codos, puesto sobre la camisa, escotado, abierto por delante y con ojales y ojetes. Era prenda común entre los turcos”. No deja de ser un tanto misógina la tercera acepción: “Mujer despreciable y sin atractivos”.

En el diccionario de americanismos se recogen diversos significados utilizados en varios países hispanoamericanos, como “guardaespaldas”, “estafa en la que no se recibe el dinero de un trabajo realizado”, “nombre dado al bubí” −ave marina− o “religioso de la Congregación Salesiana”. También suele atribuirse el término a persona poco diestra en un oficio o que comete errores por falta de experiencia o habilidad y en el mismo tono, refiriéndose de manera despectiva, a persona insignificante, insustancial o poco relevante.

El chaleco tiene un amplio recorrido histórico si nos acercamos a sus lejanos antecedentes. Podemos iniciarlo en la Edad Media en Europa desde el siglo XII cuando los militares lo utilizaban, debajo de las armaduras, como instrumento de protección y estaba fabricado usualmente de cuero u otros elementos que ofrecieran resistencia. Dicha prenda también se utilizaba para protección contra el frio por parte de los campesinos e incluso por la nobleza y religiosos. En la época del Imperio español se utilizaba bajo el abrigo −compuesto de cuero o almohadillado− como protección frente a las estocadas que en los frecuentes encuentros violentos se producían.

Adentrándonos ya en la segunda mitad del siglo XVI y durante el XVIII se usaba por parte de los hombres una especie de abrigo que cubría hasta las rodillas. Con origen en Francia luego se extendió a Inglaterra y recibía el nombre de justaucorps, que en español puede traducirse por casaca.

Sin embargo, la iniciación histórica del chaleco se encuentra, parece ser, en la decisión del rey Carlos II de Inglaterra que en 1666 ‒quizá influido por las noticias de los viajeros ingleses que habían visitado Persia en la corte de Shah Abbas el Grande y le informaban de la vestimenta de los persas‒ introdujo la nueva prenda en el buen vestir. Para diferenciarse de cultura francesa y del justaucorps le impuso la denominación inglesa de vest.

Los nobles utilizaban la prenda que llegaba hasta las rodillas y disponía de mangas. Con el tiempo y fundamentalmente por hacerla más cómoda y práctica, a finales del siglo XVIII se la suprimieron las mangas y se fue acortando dándole entalladura. De esta manera se llegó a un diseño parecido al de la actualidad.

Durante el siglo XIX la prenda tuvo una gran difusión e incluso era utilizada por las clases populares, tanto para las indumentarias formales como en las actividades diarias. Cuando surgió el estilo y la estética dandi −que buscaba efectos visuales que jugasen y definiesen el carácter masculino− fue fundamentalmente acogido por las clases aristocráticas, adineradas y la intelectualidad. El chaleco alcanzó un protagonismo de elegancia y distinción integrado en el traje de tres piezas. Su diseño se estrechó para ajustarlo y ceñirlo a la silueta masculina. Sin embargo, no duró mucho esta tendencia ya que hacia 1850 se fueron diseñando formas más rectas y cintura más ancha para hacerlo más cómodo.

El chaleco tenía una doble función práctica ya que servía para ocultar los tirantes que sujetaban el pantalón y para guardar los relojes de bolsillo que eran muy utilizados. La aparición del cinturón y los relojes de pulsera −a partir de los años 20− hizo perder protagonismo del chaleco y al traje de tres piezas, con lo que la moda se hizo más informal. En esta época la población femenina también empezó a incluirlo en su vestuario combinándolo con faldas y vestidos. Con la aparición de las tendencias feministas en los 60 y 70, las mujeres utilizaron chalecos masculinos, aunque a partir de los 80 empezaron los diseños para chalecos femeninos que componen ya parte esencial de su vestuario.

El chaleco cobró nueva presencia pintoresca cuando en los 60 las comunidades hippies lo adoptaron junto con los pantalones acampanados. En los 80 volvió a utilizarse en el traje de tres piezas, aunque también en la indumentaria informal.

"A principios del Siglo XX hubo propuestas de chalecos antibalas a base de tela de seda"

En la actualidad −como se indicaba al principio del artículo− el chaleco ha vuelto a la moda popular en la forma de chalecos acolchados con mangas y sin mangas.

El pintor posimpresionista francés Paul Cezanne realizó entre 1888 y 1990 cuatro retratos al óleo, en diferentes poses, de un joven italiano llamado Michelangelo Di Rosa. En todas ellas el modelo lucía un chaleco de color rojo por lo que llevan el título de El niño del chaleco rojo. La que ha tenido más difusión es aquella en que aparece sentado apoyando el codo izquierdo sobre una mesa, la cabeza apoyada en la mano y mostrando una actitud melancólica, aportando el tono rojo del chaleco una vistosa sensación pictórica. Sus dimensiones son 80 por 65 cm y es propiedad de la Fundación E.G. Bührle de Zürich, Suiza. Las otras tres versiones se encuentran en diferentes museos de EEUU.

Anecdóticamente, debe referirse que el valioso cuadro fue robado por tres encapuchados armados junto con otras famosas obras de señalados pintores, el día 10 de febrero de 2008. Afortunadamente, cuatro años después, en abril de 2012, fueron recuperadas en Belgrado.

El pintor alemán -aunque nacido en Suiza- Paul Klee, que transitó por diversas tendencias pictóricas, desde el expresionismo a la abstracción geométrica y el surrealismo, creó en 1938 su pintura en óleo dentro del estilo abstracto Chaleco Rojo. En el mismo representa un distorsionado personaje, en la cual predominan sus características de estilización y simplificación con una tonalidad roja en el centro que da título a la obra.

Jacques-Louis David, nacido en Paris en 1748, fue un pintor francés muy vinculado en el estilo neoclásico y creó en 1795 su obra Gaspar Mayer o el hombre en el chaleco rojo, óleo sobre tela de 116 por 90 cm que se encuentra en el Museo del Louvre. Es un retrato donde el personaje, un astuto y perspicaz diplomático, está sentado escribiendo con pluma sobre una mesa elegantemente vestido, luciendo un colorido chaleco rojo bajo la casaca

El chaleco−con referencias a diversos temas y argumentos− aparece en numerosos títulos bibliográficos y me permito hacer una relación ilustrativa no exhaustiva de algunos de ellos:

Sueños de libertad (Francisco Abad “Chaleco”), de Cristina Galán Rubio, sobre el famoso guerrillero en la Guerra de la Independencia; El brigadier Chaleco: tragedia de un comunero, de Juan Diaz-Pintado Pardilla; El chaleco blanco, de Miguel Ramos Carrión, episodio cómico lírico en un acto dividido en dos cuadros y fue representado con música de Federico Chueca. En libros para niños pueden citarse: El chaleco de Ratoncito, de Yosio Nakae; Los chalecos del labrador, de Mercé Miracle y El oso hormiguero de chaleco, de Anne Señol. En otras diversas temáticas: La tierra del chaleco, de José Joaquín Bermúdez; Un Chaleco de Fantasía, 1930-1936, de Isabel Castells, sobre la poesía de Emeterio Gutiérrez Albelo; El muchacho del chaleco negro, de Luis Carlos Suárez; Chaleco antibalas, de María Venegas; Epílogo bajo un chaleco de punto, de Joaquín Márquez; El chaleco del licenciado Tejera, de Anuar Jalife Jacobo; Corte de chaleco, cuento de Lizandro Chávez Alfaro; Un chaleco de acero, de Gustav Hasford −novela semi-autobiográfica− acerca de sus experiencias en la Guerra de Vietnam, llevada al cine por Stanley Kubrick; La vida en el chaleco. Novela Original De Costumbres No Menos Originales Á Los Habitantes De La Isla De Cuba, de Juan Martínez Villergas ; El chaleco, cuento de 1882, del polaco Boreslaw Prus; Señora con sombrero y chaleco de cuadros cogiendo una flor, portada de la revista Blanco y Negro; Cancionero del Chaleco, de José Fernández de los Santos, genial cantaor flamenco; El Chaleco Negro: Juguete Cómico-Lírico en un Acto y Tres Cuadros de Manuel Meléndez París; Con chaleco y con bombín, de  Alfonso Flaquer; El chaleco o el velo: una disculpa sin complejos por las afirmaciones ofensivas del cristianismo, del Dr. Richard E. Blanco y Chaleco humano, thriller psicológico, de Graciela María Juri.

"El hombre además de utilizar armas ofensivas también recurría a elementos de protección"

Podemos encontrar el término chaleco entre nuestros refranes e incluso alguno en dichos de países hispanoamericanos. Recogemos varios de ellos:

“Más corto que las mangas de un chaleco”, significa ser tímido y poco espabilado; “No le busques mangas al chaleco”, situaciones en que las personas insisten inútilmente en algo; “Estate a lo que estás y deja en paz el chaleco”, céntrate en lo que haces y no te distraigas; “No todos tienen cuerpo para chaleco”, Eugenio d´Ors lo ilustró humorísticamente en un corto relato publicado en ABC el 9/X/1928, que tituló Los dos tipos de chaleco de un sastre andaluz; “En Noviales, llevan en el chaleco los botones sin ojales” irónica referencia en el ámbito rural a Noviales, pueblo de Soria; ”En Robledo hay buenas mozas, en Fresnedillas canela y si quieres ver chalecos vete a Navalagamella”, también en el ámbito rural; “Cortar chalecos”, en Argentina, parece ser que es criticar; “Quedar como chaleco de mono”, en Chile, se refiere a hacer el ridículo, ya que los organilleros callejos llevaban un mono casi siempre con un raído chaleco.

Algunos compositores e intérpretes se han referido en sus títulos y temas al chaleco. Fundamentalmente se trata de corridos e incluso rap. Recogemos algunas referencias:

Mi chaleco, de MC Albertico; El chaleco al revés, de Sonido del Cielo; Chalecos Antibalas, de Hensy Black; Chaleco antibalas, de Las Morochas; Mi chaleco antibalas, de El makabelico; Chaleco antibalas, de Dylan; El Chaleco, de Santiago Jiménez y Sebastián Pérez; Aquí en El Chaleco, de Marca MP; Chaleco, de Charlie Palmieri; Chaleco, de Ataquemos; Deja de Quemarme el Chaleco Eco (Amarella Amarella), de DJ Bryanflow; El Chaleco Blanco, de Miguel Ramos Carrión; Chaleco Anti Bla Bla Bla, de Raulin Rosendo.

Hay que citar a dos intérpretes que han utilizado el término chaleco como nombre artístico: José Fernández de los Santos, cantaor flamenco, conocido artísticamente como “El Chaleco”, nacido en La Línea de la Concepción (Cádiz) y Juan José Fernández Jiménez “Chaleco”, también conocido como Chaleco Fernández, cantaor de la familia Los Chaqueta, muy vinculada al flamenco, nacido en Málaga.

Durante toda la historia de la humanidad, el hombre ha sido permanente protagonista de enfrentamiento y guerras. Además de utilizar armas ofensivas también recurría a elementos de protección. Originalmente se utilizaba el cuero y la madera. En la Edad del Bronce empezó a utilizarse el metal.

Por citar alguna referencia histórica, en el año 331 a.C. se enfrentaron Darío III al mando del ejército persa y Alejandro Magno que dirigía el ejército macedonio, en la batalla de Gaugamela. El historiador Plutarco −cuando hace un relato de la misma− señala que Alejando Magno se protegía con un peto de lino doblado frente a las flechas persas que parece ser, a pesar de su sencillez, rendía utilidad. Por las informaciones gráficas recogidas en dibujos, relieves y libros, varios investigadores han llegado a la conclusión que también había dotado a sus soldados de unas corazas de tejido laminado llamadas linotorax que ofrecía una gran resistencia. En la Edad Media y parte de la Edad Moderna, estamos acostumbrados a contemplar en los museos a los caballeros luciendo unas pesadas armaduras de acero. En el siglo XV en Europa se utilizó el gambesón, acolchado, fabricado con lino o algodón que vestían debajo de la coraza y protegía de heridas y golpes y quemaduras. Durante el siglo XVI hubo reseñas históricas de varios intentos de crear chalecos protectores de balas.

En épocas más recientes la incomodidad y pesadez de las armaduras motivó que se fuesen diseñando elemento de protección más livianos. El primer chaleco de este tipo fue inventado durante el Imperio Joseon, en 1860, en Corea en los enfrentamientos con las tropas francesas y el elemento protector era el algodón.

En la década de 1880 el doctor norteamericano de Arizona George Emery Goodfellow realizó investigaciones utilizando la seda en los chalecos para reducir el impacto de las balas, aunque a finales del siglo fue reemplazada por capas de algodón y lino.

A principios del Siglo XX hubo propuestas de chalecos antibalas a base de tela de seda. Durante la I y la II Guerras Mundiales, las tropas combatientes utilizaron algunos tipos de chalecos antibalas de diversas características. En la guerra de Corea, los EEUU utilizaron chalecos de nailon y plástico con fibras de vidrio.

El capítulo más decisivo en la fabricación de estos chalecos se inició en 1965 cuando Stephanie Kwolek, una química estadounidense, descubrió −parece ser de forma accidental− una poliamida ligera, poliparafenileno tereftalamida, que soporta altas temperaturas, es más resistente que el acero y se denomina Kevlar. A partir de entonces y hasta la actualidad es el componente esencial de los chalecos antibalas, utilizados mundialmente por policía y las fuerzas de seguridad. Científicos de la Universidad de California, que estudian la tela de araña han propuesto su utilización en los chalecos por su altísima resistencia.

El fundamento de la protección que ofrecen los chalecos consiste en que el relleno del panel hace que la bala −sobre todo si son de baja velocidad− se desacelere y envíe toda su energía a la totalidad del panel. Usualmente no son resistentes a los acuchillamientos y puñaladas ya que para este objetivo se emplean otro tipo de fibras y tejido. Los chalecos exigen una serie de cuidados de manipulación y protección para que su efectividad y duración sean las adecuadas.

Estos chalecos protegen para disparos e incluso son fabricados para resistir impactos de esquirlas y metralla. A este respecto los componentes de las brigadas antiexplosivos, deben utilizar unos chalecos armaduras de mayor tamaño y envergadura que puedan proteger caso de explosionar las bombas que se utilizan en el terrorismo. Para los perros y caballerías utilizadas por las fuerzas armadas y las de seguridad, se han diseñado también chalecos antibalas si se utilizan en operaciones de fuego o de explosivos. En el sector doméstico, para los animales de compañía, muchos de sus propietarios los dotan de chalecos no para protegerlos de balas, pero sí de las bajas temperaturas. Es curioso y pintoresco el chaleco para gallinas que las protegen de picotazos de aves rapaces y de gallos desenfrenados.

La investigación en estos temas continúa, y últimamente se están elaborando propuestas de chalecos más ligeros, camuflados que tengan casi la consideración de invisibles. Otro paso más son los chalecos inteligentes que recaban características del organismo del usuario e incluso detectan lesiones o adelantan alertas.

La antítesis de los chalecos antibalas, son aquellos que utilizan los terroristas suicidas acoplándoles uno o varios cinturones cargados de material explosivo que accionan cuando llevan a efecto un atentado.

Como dato curioso un chaleco antibalas, decorado con la bandera de Reino Unido −del artista urbano de grafitis británico Banksy− ha sido vendido en una subasta en Londres por 780.000 libras esterlinas equivalente a 932.000 euros.

Un tipo de chaleco, bastante original, fue el que decía usaba Fidel Castro. En 1979 se desplazaba a Nueva York para asistir a una sesión de la ONU. En el avión un periodista le preguntó si era cierto que siempre iba protegido por un chaleco a prueba de balas. El dirigente revolucionario cubano, se desabrochó la camisa y mostrando el pecho desnudo, exclamó: “Llevo un chaleco moral que me ha protegido siempre”.

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