La salvación del ahogamiento y la posibilidad de posterior rescate de seres humanos en el mar, ríos y lagos ha sido gran una preocupación de quienes trabajan y transitan por sus aguas. Antiguamente ya existen referencias como la de un elemento utilizado en el 850 a. C. por los guerreros asirios. Durante siglos se han utilizado para este fin pieles y vejigas de animales rellenas de aire o calabazas huecas. En épocas posteriores, en los países nórdicos se comenzó a utilizar la madera ligera y el corcho y durante la Edad Media también pudieron proliferar cinturones flotadores de este material
La historia del salvavidas es apasionante, de una gran variedad y desarrollo de ingenio. He encontrado un texto de Luis Fernando Blázquez Morales muy exhaustivo y descriptivo de la evolución histórica de este instrumento de salvamento.
Dice el autor que la primera alusión a permanecer en el agua sin hundirse la hizo en 1742 el científico y teólogo luterano Johann Bachstrom, declarando haber fabricado un chaleco flotante de corcho. El sacerdote y matemático francés Jean- Baptiste La Chapelle, en 1775, inventó lo que llamo escafandra, un traje de corcho que permitía flotar y nadar en el agua, aunque he recogido versiones que dicen que el primer traje salvavidas, fabricado en corcho, lo patentó en 1765 el inventor británico John Wilkinson.
Recoge Blázquez en su texto que ya en 1804, un inglés apellidado Madison vendía por 100 guineas un auténtico chaleco salvavidas con dos piezas de corcho conectadas por los hombros que denominaba “El Amigo del Marinero”. El capitán y explorador, también británico, John Ross Ward, en 1854, lo adaptó colocándolo en forma de chaleco a base de corcho laminado. Se incluyó como equipamiento de los botes del servicio británico de salvamento marítimo y puede decirse que fue el precedente de los chalecos actuales.
En 1869, un neoyorquino llamado Alfred Gregory patentó un chaleco salvavidas a base de goma inflada con aire. Parece ser que la poca fiabilidad de las válvulas le restaron difusión.
El norteamericano Clark S. Merriman, consiguió patentar en 1972 un traje de caucho vulcanizado que podía hincharse y constaba de dos piezas impermeables que se unían por la cintura y disponía asimismo con una capucha para la cabeza, ajustable. El traje de Merriman sirvió para que otro estadounidense, Paul Boyton, cruzase en 1875 el Canal de la Mancha en 24 horas, repitiendo otra hazaña en 1878 descendiendo por el río Tajo, desde Toledo hasta Lisboa.
Un español Antonio López de Haro, piloto de la marina mercante patentó en 1886 un chaleco salvavidas a base de carbón de suberina, componente de las células del corcho
Original fue la idea del francés Boulligny que en 1891 patentó en España y Suiza un aparato insumergible consistente en una caja metálica cerrada, colocada en la espalda, que podía albergar algún líquido nutritivo y algunas provisiones. Era un elemento de supervivencia para un náufrago.
Al iniciarse el siglo XX, en 1900, el francés Gustavo Trouvé dio innovaciones a los chalecos existentes utilizando tela impermeable que podía hincharse a través de unas baterías eléctricas incorporadas. Completaba las prestaciones con unas señales luminosas de socorro, un embudo recolector del agua de lluvia y el suministro en latas de pan, agua y bengalas de rescate. En 1903, el también francés Laurent Matignon diseñó un chaleco de caucho que contenía carburo de calcio que permitía inflarlo ya que se generaba gas acetileno el contactar con el agua.
Con el nuevo siglo y el aumento del tráfico marítimo, se estandarizó el uso de los chalecos salvavidas, fundamentalmente construidos con lona impermeable que albergaba bloques de corcho en varios compartimientos. Como referencia anecdótica, el Titanic llevaba para sus pasajeros este tipo de salvavidas cuando en 1812 ocurrió su trágico naufragio. Se recuperaron seis chalecos salvavidas, alguno expuesto en el Museo Titanic en Belfast (Irlanda del Norte). En el 2007 se subastó uno de ellos en Londres alcanzando el precio de 119.000 dólares (unos 75.000 euros) y en 2008, en otra subasta en Nueva York, otro ejemplar −parece ser no usado− se vendió por 68.500 dólares (unos 44.000 euros).
En los chalecos el corcho era muy pesado y se pretendió sustituirlo por otro material o sistema flotante. Se eligió un relleno a base de una fibra sedosa, natural, ligera, de textura suave y lisa llamada kapok, que se obtiene de las vainas de las semillas de un árbol de ese nombre existente en la actual Indonesia, Tailandia y Filipinas. Paralelamente, en 1928 el norteamericano Peter Markus patentó un chaleco que puede considerase el más cercano antecedente de los actuales. Era de tela engomada que podía inflarse tirando de unos cordones que abrían unos cartuchos de CO2 que llenaban unas bolsas de aire. Era ligero y de fácil colocación por la cabeza.
Entre que el suministro de kapok se paralizó con el conflicto mundial, debido a la ocupación de los territorios de producción por Japón y que el chaleco de Marton tuvo unos buenos resultados, los soldados aliados lucieron este modelo −de color amarillo que aumentaba su visibilidad− en la II Guerra Mundial. El aspecto que presentaba al inflarse, semejando protuberancias mamarias, motivó que, de forma humorística, fuera bautizado por las tropas como “Mae West” en honor a una estrella de cine norteamericana que lucía una prominente delantera. Incluso posteriormente, en la guerra de Vietnam, la asignaron el nombre de otra actriz −también norteamericana− llamada “Dolly Parton” que igualmente estaba muy bien dotada.
Hay que resaltar el gesto generoso del inventor Peter Markus que durante el conflicto renunció a los derechos sobre su patente, tanto en guerra como en paz, ya que se daba por satisfecho saber que salvaba muchas vidas.
Hay que citar también al danés Haakon Kierulf, que en 1939 fabricaba chalecos salvavidas de lona impregnada con látex de caucho en crema. La escasez de látex de caucho por la guerra motivó la búsqueda de un sustituto y curiosamente lo encontró en el océano con la utilización del ácido algínico. Es un espumante natural espesante y gelificante que se obtiene extrayéndolo del kelp, unas algas marinas pardas de la familia laminaria. Una solución del mismo servía para impregnar la lona. El ácido algínico tiene además una serie de propiedades como complemento alimenticio y para tratamientos médicos, e incluso se utiliza en pasta de dientes y otros productos, por lo que Haakon Kierulf derivó su actividad comercial hacia la producción de ácido algínico.
En la actualidad, los chalecos salvavidas están constituidos por dos partes frontales y un espaldar, cerrados y ajustándose con cuerdas o correas y hebillas. Se utilizan materiales sintéticos como la espuma, el neopreno y el nailon que son resistentes al agua y admiten una vida o duración prolongada. Se les da el color naranja para que sean más visibles en el azul del mar, ya que al tratarse de colores complementarios resaltan con más intensidad cuando se colocan juntos.
El chaleco de buceo se conoce también como “jacket” y permite una regulación de la flotabilidad mediante hinchado y deshinchado, con lo cual se puede flotar en superficie y ajusta la flotabilidad neutra cuando se está sumergido. Lleva una botella o vejiga del gas que va a respirarse sujetada en la espalda por unas tiras traseras y se ajusta al cuerpo por unos arneses en los hombros, alrededor de la cintura y un cierre en el pecho. Contiene además otros elementos operativos necesarios como el inflador, las válvulas de purga, la tráquea y otros accesorios también de utilidad. El material más usado es el nailon, más ligero y económico y también la cordura −poliamida de nailon− de mayor resistencia y pesadez. Existen varios tipos: el tradicional tipo jacket de uso recreativo, con la vejiga rodeando prácticamente al buceador y con inflado por la espalda y los costados; el de buceo híbrido con la vejiga únicamente en la espalda y el de chaleco de ala + arnés con una vejiga llamada ala y una placa de acero o aluminio montadas en un arnés y utilizado especialmente en el buceo técnico.
Los chalecos de caza son usados por los cazadores y pescadores y deben permitirles funcionalidad y que se sientan cómodos, dándoles facilidad de movimientos. Deben ser resistentes y se fabrican de algodón y cuero, dotados de bolsillos que permitan portar el material que se utilizan como balas, cartuchos, cargadores o miras telescópicas. También pueden ser del tipo de camuflaje o reflectantes.
Parecidos son la modalidad de chalecos de fotógrafo, aunque los bolsillos deben ser más grandes, con posibilidad de cerrarse con botones o cremalleras para transportar, de una manera segura, equipos de fotografía como carretes, baterías, objetivos o tarjetas de memoria. Suelen hacerse de lana robusta e incluso también de nailon para soportar ligera lluvia.
Son icónicos los chalecos de piel que usan los moteros y la inclusión sobre los mismos de las insignias, escudos o leyendas ‒ llamados parches‒ que sirven para identificación simbólica de la identidad del motero y su pertenencia a un grupo o club. Esta costumbre nació en EEUU en los años 20 a partir de la creación de la Asociación Americana de Motoristas (AMA) y se ha extendido por todo el mundo.
El cofundador de la organización “Music: Not Impossible”, Patrick Hanlon, experto en audio, interesado en que las personas sordas pudiesen disfrutar de la música sin oírla, creó unos chalecos vibradores. Traducen la música a vibraciones ‒perceptibles por diversas partes del cuerpo‒ que permiten recrear las sensaciones que reproducen los sentimientos al escuchar música. Son chalecos inalámbricos, con unos 24 puntos de vibración, que pueden completarse con bandas aplicadas en muñecas y tobillos.
Cuando seguimos un partido de fútbol por televisión nos sorprende la cantidad de datos sobre los jugadores que nos reflejan en la pantalla: zonas del campo donde han jugado, distancia recorrida, balones perdidos, velocidades alcanzadas en las carreras, asistencias finalizadas en gol, etc. Igualmente nos resulta curioso cuando algún jugador se quita la camiseta y vemos que porta una especie de sujetador, prenda no habitual en los varones. Se trata de una especie de chaleco en cuya espalda un bolsillo contiene un GPS que precisamente recoge los datos del jugador en vivo que se transmiten a una centralita que los procesa. En este tema se está avanzando y también se completa la acumulación de datos en GPS colocándolos en las medias.
Como no pueden faltar los planteamientos futuristas ha habido algún diseñador que sostiene −previendo la inundación de zonas costeras al aumentar el nivel del mar por el cambio climático− que la humanidad debería adaptarse a esos cambios adoptando una capacidad anfibia.
Se ha ideado para ello una especie de llamativo chaleco a base de unas branquias alrededor del pecho ‒con material poroso e hidrofóbico‒ y como ocurre en los peces capturarían el oxígeno del agua, permitiendo respirar y expulsando el dióxido de carbono. Sin embargo, no deja de ser una ficción porque sería difícil que las branquias del chaleco permitiesen extraer el suficiente oxígeno para la respiración del ser humano.
Un tipo de chaleco particular es el que usan los practicantes del ciclismo. Se denomina paravientos o cortavientos y protegen del frío y del viento, manteniendo el calor corporal del ciclista. Son prendas ergonómicas, ajustables, ligeras, a base de poliéster o microfibra en cuya parte frontal una fina membrana impide la entrada del viento y en la espalda una membrana perforada para hacerla transpirable. En algunos modelos pueden incluirse una capucha protectora de la lluvia.
Los chalecos de seguridad forman parte de la indumentaria de personal que desempeñan funciones de asistencia o controles, para ser fácilmente identificables. Asimismo, los utilizan los usuarios de vehículos, circulantes a pie y trabajadores en carreteras y vías públicas con tráfico rodado. Usualmente son de color amarillo por su alta visibilidad, con bandas reflectantes para resaltar más aún al ser iluminados por los faros.
El chaleco reflectante amarillo tuvo otro protagonismo −esta vez de tipo sociológico reivindicativo− ya que constituyó un elemento que identificaba una protesta social en Francia por la subida del precio de los combustibles. Se inició en el país en octubre 2018, llevado a cabo por el llamado movimiento de los gilets jaune −chalecos amarillos− y realizaron muchas manifestaciones de protesta y cortes de comunicaciones contra el gobierno galo. Participaron más de tres millones de personas.
En las obras de construcción y en plantas de instalaciones industriales, se utilizan chalecos de seguridad reflectantes de diferentes colores identificativos de la labor que realiza el portador para su más rápida identificación.
Hace unos años se hizo viral una noticia sobre la experiencia de dos jóvenes en Melbourne que pusieron en práctica la española picaresca. Dieron una nueva utilidad al chaleco reflectante utilizándolo, junto con unos walkie talkies, para colarse gratis en un cine, un zoológico y un concierto de la banda británica de rock, Coldplay. Superaron sin problema todos los sistemas de controles de seguridad. No dudo que aparezcan imitadores y si añaden un casco, rizarían el rizo.
Los chalecos lastrados son de utilidad en el campo deportivo para potenciar el rendimiento, al contener una carga o peso adicional que debe superarse por las capacidades físicas del deportista. Son de utilidad para entrenamientos dirigidos al aumento de la fuerza muscular, también para conseguir una mayor resistencia cardiovascular y, en definitiva, para aumentar los rendimientos atléticos. Son unas prendas ajustables dotadas de bolsillos en los cuales se colocan unas pesas en forma de discos o placas, de acuerdo con los objetivos perseguidos por el usuario
Cuando se utiliza un chaleco para vestir, bajo chaqueta u otra prenda, suelen elaborarse con lana fría o mezclas de ésta con poliéster. La tipología más usual según los diseñadores es: Chaleco de una fila, con una hilera de botones; chaleco cruzado, elegante y desenfadado y chaleco de fantasía para lucirlo con smoking. También se usan los chalecos vaqueros, informales; de cuero para roqueros y motoristas y chalecos deportivos para correr, esquiar, montañismo u otras modalidades.
Para finalizar este artículo hago referencia a un hecho curioso −con remembranzas históricas− y el chaleco como elemento colateral. Cuando se habla del emperador francés Napoleón, siempre viene a la memoria la imagen de sus retratos en los cuales aparece con la mano derecha introducida en una abertura del chaleco. Se han buscado diversas interpretaciones para el gesto, como que la apoyaba en el estómago para aliviar dolor; que tenía la mano deforme por alguna herida en batalla; incluso que era un símbolo de la masonería. En realidad, ninguna era correcta ya que la explicación es más sencilla. Por lo visto la pose, denominada “mano en el chaleco o mano escondida”, era muy común en los retratos de los siglos XVIII y XIX. Estaba relacionada con un convencionalismo social que la identificaba con nobleza, liderazgo, clase alta o persona con educación. Parece cierto porque −aunque el icono es Napoleón− también posaron de esta guisa muchos históricos personajes como George Washington, Carlos Marx, Simón Bolívar, Abraham Lincoln, Stalin e incluso Francisco Pizarro en el siglo XVI.