Categorías: Opinión

Ceuta, estampa perpetua

Deslizas el primer pie sobre suelo ceutí tras casi dos décadas de exilio laboral voluntario y compruebas que hay fantasmas que ta aguardan agazapados en la misma esquina, justo allí donde los dejaste. Sólo cuatro días de trabajo en la ciudad y los buzones del móvil, de mi perfil en Facebook, de WhatsApp, de Line y de todos esos inventos del maligno en los que se han convertido las redes sociales se han visto invadidos por un arsenal de tópicos a cuál más manido. Están mis amigos muy preocupados, y así me lo hacen saber con su martilleante insistencia (malditas tarifas planas), en que les confirme si me han expedido el carnet de conductor de camellos (menuda originalidad), si estoy a un paso de convertirme en consumidor asiduo de sustancias de dudosa procedencia (estereotipo al canto) o si la condición de residente incluye bonificaciones para el transporte en patera (esto último incluso de dudoso gusto). La vida sigue igual, que cantaba aquél.
Esas perlas dejan de alterarte cuando rozas la cuarentena y has llegado a la sencilla conclusión de que, de todos los países posibles del globo, te ha tocado sobrevivir en uno que gusta de regodearse en el tópico. Ya se sabe: los andaluces se supone que son simpáticos por su propio ADN, los catalanes no sueltan un euro ni bajo tortura y los castellanos están obligados casi por ley a ser austeros. Pero me ha sorprendido algo: la rapidez con la que se renueva el repertorio. Quizás fruto del ingenio patrio, quizás por el vertiginoso ritmo con el que circulan las noticias (gracias pese a todo por existir, Internet), ayer otro de mis interlocutores cibernéticos me aguijoneó con la penúltima ocurrencia: “Oye, ¿te vas a puntar a la Yihad? ¿También te piras a Siria? Ja, ja, ja”. Y un emoticono que luce amplia mandíbula para redondear la gracieta.
Un ex compañero de periódico convertido en trotamundos ­–ahora anda pateándose China– lo resumía en una ocasión: hay lugares que, quién sabe por qué, están tocados por la varita mágica del encanto. Puede caer sobre ellos el mayor de los desastres, pero el subconsciente general tiende a olvidarlo. Entrarían en ese selecto grupo París o Londres, que en 2005 y 2011, respectivamente, vieron arder sus suburbios en medio de graves disturbios raciales. Nadie lo recuerda. Piensas en cualquiera de las dos y tu cerebro ha eliminado las imágenes más desagradables, fagocitadas por las postales románticas del Sena o el aire cosmopolita que destila el Soho.
No, Ceuta no es París ni Londres. Y hay tráfico de drogas, inmigración y una creciente sensación de inseguridad ciudadana (para muestra, las informaciones que pueblan las páginas de este diario desde hace meses). Pero, también sin saber por qué, a Ceuta le ha tocado en suerte, en mala suerte, militar en el bando de los enclaves absorbidos por su leyenda negra. Los sucesos, como las meigas gallegas: haberlos haylos, pero la parte ha devorado al todo, el árbol al bosque y no hay forma de sacudirse el estigma de ciudad, cuanto menos, peculiar. En mi retorno he descubierto más zonas ajardinadas, más calles liberadas para bien de la dictadura del tráfico e infraestructuras y servicios ni proyectados cuando hice las maletas. Pero todo eso, y todas las campañas en Fitur y compañía, parece esfumarse por el desagüe cuando el titular que circula de boca en boca en la Península, de tuit en tuit, de web en web, es que un grupo de ceutíes se decidió un día por viajar hasta Siria para inmolarse en una guerra supuestamente ajena. Es justo entonces cuando el castillo de naipes se tambalea por los cimientos.
Bienvenidos a la era de la imagen. Ya no cuenta lo que eres, sino lo que proyectas. El ejemplo más reciente: el Gobierno se apresuró ayer a lamentar que la imagen de una Infanta imputada pueda manchar el currículum exterior de España. Tal cual. Algo de eso ocurre en Ceuta: lo que ocurre nos mancha. Nos ha tocado la estampa equivocada, la postal defectuosa. Y o alguien se esfuerza en combatir ese mural plagado de narcotráfico, tiroteos y radicales o seguiremos jugando con las cartas malas de la baraja.

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