Aunque soy completamente civil y no me liga ningún vínculo ni con el Ejército ni con la Legión, salvo el afecto y admiración que siento hacia ambas instituciones castrenses, hacia la gran Familia Militar (Caballeros de Honor) y, en especial, hoy, hacia los Caballeros Legionarios, adelanto este artículo a la conmemoración el próximo 20 de septiembre del 103 Aniversario de la fundación del Cuerpo por Millán-Astray.
La Legión ya se sabe que fue fundada mediante Real Decreto de 28 de enero de1920, habiendo sido creada como Cuerpo de élite para paliar las numerosas bajas que sufrían las tropas españolas que combatían en el Norte de África, habida cuenta de que sus combatientes eran la mayoría bisoños soldados reclutados procedentes del Reemplazo, careciendo de la experiencia, profesionalidad necesaria para entrar en combate.
Los primeros legionarios en alistarse fueron José Empresati de la Vega y Marcelo Villeval Gaitán. Al engancharse en los Banderines de Enganche de la Península, se les pagaba entonces 700 pesetas, más 2,5 por día de dietas, hasta embarcar en Algeciras. Yo siempre me acuerdo también del extremeño Domingo Piris Berrocal, el hombre tan corto de talla y tan endeble, que ni siquiera fue admitido, en principio, pero que, con su pecho henchido, dio un paso al frente, exclamando: ¡Yo he venido aquí a ser legionario!. Ante tan firme determinación, el médico que lo tallaba reconsideró su anterior decisión y lo admitió. Luego, resultó hacerse y ser el más “grande”, porque fue el único legionario del Cuerpo que llegó a teniente coronel.
Los aspirantes a legionarios, nada más engancharse, se hacían “Novios de la muerte”. Eran recibidos en Ceuta por el propio fundador, diciéndoles: ¡Legionarios: venís a morir. La Legión os abre las puertas. En ella encontraréis cariño, amparo, una familia. Os ofrece olvido, honores y glorias. Os enorgulleceréis de ser legionarios!.
Mi primer contacto con la Legión, trae causa de 1959. En 1958, con 16 años ingresé voluntario en el entonces Grupo de Transmisiones nº 1 de Ceuta. Y, una de las cinco especialidades técnicas que adquirí, fue la de Radiotelegrafista. En 1959, fui destinado a la emisora radiotelegráfica del Tercio Duque de Alba, como cabo jefe de la emisora en Dar-Riffien, del entonces Protectorado Español en Marruecos.
Recuerdo que, en la puerta de entrada a aquel cuartel se levantaban ostentosas dos altas torretas. En la de la izquierda, en su última planta, teníamos instalada la emisora de radio, desde la que manteníamos el enlace por radio del Tercio Duque de Alba con la Comandancia General de Ceuta. Ello me hizo estar agregado durante cuatro meses a la Legión, aunque sin haber pertenecido a dicho Cuerpo legionario.
Fruto de aquel contacto temporal con la Legión, me permitió conocerla bien por dentro, desde fuera. Y, ahora, 64 años después, mantengo a dicho Cuerpo de élite gran admiración. Luego, ya de civil, permanecí 27 años en Ceuta como funcionario del Estado, perteneciente al Cuerpo Superior; la última vez, durante 12 años hasta mi jubilación el año 2011. Eso me permitió continuar conociendo bien a la Legión desde cerca y sus valores.
Y, aunque la valoración la formulo desde mi óptica civil, pero con un conocimiento cercano a lo que es la realidad militar de dicho Cuerpo, que tan admirado y tan querido es por la sociedad, en general, pero mucho más todavía lo es en Ceuta que, por eso, fue bautizada como “Cuna de la Legión”. Tan conocido es dicho Cuerpo, que hasta en Badajoz, mi provincia de nacimiento (soy de MIRANDILLA), le tiene dedicado el llamado Parque de la Legión. Y es que, la Legión es así de querida en todas partes y donde quiera que vaya.
Ceuta y la Legión, tienen algo así como cierta complicidad en su convivencia mutua. Ambas se necesitan y se complementan, ya que la ciudad siempre se ha sentido muy protegida y segura albergando en su seno a tan bravo y aguerrido Cuerpo. Y, a la vez, también la Legión se siente muy honrada por Ceuta; pero, además, aparte están su cercana simbiosis y convivencia con la población ceutí, su hospitalidad y la grata acogida que los ceutíes a dicho Cuerpo dispensan.
Pues, el trabajo cotidiano de aquellos legionarios que en 1959 conocí en Dar-Riffien, era muy intenso y eficiente, pero muy duro y sacrificado, cuyo verdadero acicate la Legión lo encontraba en su general reconocimiento y valoración por la sociedad a la que sirve, recibiendo como única recompensa, además de la admiración y cariño que el pueblo ceutí le profesa, también la íntima satisfacción del deber bien cumplido que en la Milicia se persigue, con su entrega y dedicación puestos al servicio de las causas nobles y justas.
De aquellos legionarios a los que tan de cerca conocí, recuerdo con mucho afecto las misiones, servicios y obligaciones que realizaban, con gran prestancia, diligencia y prontitud, procurando siempre distinguirse y ser los mejores, los más fuertes y los de más vigorosa acometividad en el trabajo y de cara al combate, recabando para sí los puestos más difíciles, más duros, de mayor responsabilidad, riesgo y peligro; lo mismo cavaban trincheras que escalaban muros, reptaban por debajo de las alambradas, hacían largas maniobras y marchas nocturnas cargados con armamento y pesadas mochilas; donaban su sangre para transfundirla a quienes la necesitaban y no dudaban en darlo todo por compañerismo y con fines humanitarios en favor del pueblo al que sirven.
¿Y quién en Ceuta y en todos los lugares en los que la Legión haya estado no la ha visto alguna vez desfilar con tanta viveza y marcialidad?. Lo hacen a marcha rápida de 120 pasos por minuto, perfectamente acompasados y alineados, con la cabeza alta, pecho henchido y escotado, mirada alta, con su típico gorro “chapiri” con borla acariciando sus mejillas. Todas las instituciones y particulares se la disputan para verla brillantemente desfilar.
He sido testigo presencial de que, cuando la Legión desfila así, sobre todo, por las calles de Málaga en Semana Santa, con su paso ligero, portando a hombros su Cristo de la Buena Muerte, con su correspondiente ritual, numeroso público va hasta el Puerto malagueño a verla desembarcar, como un gran acontecimiento que ya se ha hecho tradición, acompañándola hasta la iglesia del Cristo de Mena. Con sólo verla desfilar así, pone los bellos de punta y hace vibrar al público que, muy complacido, estalla en vítores y fuertes aplausos a la Legión.
En su cotidiana vida cuartelera, nada más tocar diana por la mañana temprano, la Legión formaba y luego tenía un período de aseo personal y limpieza en cada Compañía. Asistía al desayuno, comida y cena, a cuyo comedor se accedía siempre desde la formación, en perfecto orden. En cada mesa de comida había un cabo de mesa, que la distribuía a los demás comensales, sirviéndose él el último. La comida solía ser abundante y de buena calidad.
Suelen practicar mucho deporte, gimnasia en formación, salto del “potro”, del plinto y los demás saltos, carreras y movimientos deportivos, se realizaban los diversos actos y servicios, como el izado de bandera en posición de saludo o armas presentadas, por cuya enseña nacional los legionarios sentían gran fervor y reverencial respeto, hasta el punto de que nada más oír los toques de izado o arriado de la enseña, daban un salto enérgico y se ponían en la posición de firmes; el relevo de guardia estaba debidamente acompañado por los movimientos rituales que a tal efecto hacían tanto la guardia entrante como la saliente poniéndose frente a frente; cada turno de dos horas se hacía el relevo de centinelas o “plantones” de cada puesto, transmitiéndose entre turno y turno las consignas del “santo” y “seña”, lo que evidenciaba la importancia, seriedad y rigor que al acto imprimían.
Al toque de reconocimiento médico, quienes tuvieran alguna dolencia acudían a la visita del facultativo; también se impartían clases teóricas y prácticas, instrucción en orden abierto y cerrado, prácticas de tiro, manejo, limpieza y conservación del armamento; por la noche el día militar finalizaba con el arriado de la bandera a la puesta del sol, con el mismo ritual de armas presentadas, toque de oración, lista de retreta pasada en formación y toque de silencio para descansar y dormir en pleno silencio, vigilado por los imaginarias.
Como tal Cuerpo de élite, en la Legión se mantenía una férrea disciplina, de la que se decía que era el alma de los ejércitos y que un ejército indisciplinado está condenado de antemano a su segura derrota. Como signo exterior de esa disciplina, sus miembros tienen muy a gala saludarse militarmente con destreza y energía, todos los subordinados a sus superiores, siendo respondidos por éstos. Las órdenes en la Legión debían ser cumplimentadas con la mayor diligencia y prontitud.
Las muchas cualidades y valores de los legionarios se ven reflejadas en su himno legionario. El más destacado es el “valor”, al que ellos rinden culto. Eso es algo ínsito y connatural con la formación que reciben, con su manera de sentir, su forma de ser y su modo de estar. La letra del himno que Millá-Astray le dio, es como sigue:
“Soy valiente y leal Legionario/ soy soldado de brava Legión/ pesa en mi alma doliente calvario/ que en el fuego busca redención/ Mi divisa no conoce el miedo/ mi destino tan solo es sufrir/ mi Bandera luchar con denuedo/ hasta conseguir vencer o morir/ Legionario, Legionario/ que te entregas a luchar/ y al azar dejas tu suerte/ pues tu vida es un azar/ Legionario, Legionario/ de bravura sin igual/ si en la guerra hallas la muerte/ tendrás siempre por sudario/ la Bandera Nacional/ ¡Legionarios a luchar!/ ¡Legionarios a morir!.
Somos héroes incógnitos todos/ nadie aspire a saber quién soy yo/ mil tragedias de diversos modos/ el correr de la vida formó/ Cada uno será lo que quiera/ nada importa su vida anterior/ pero juntos formamos Bandera/ que da a La Legión/ el más alto honor/Legionario, Legionario/ que te entregas a luchar y al azar dejas tu suerte/ pues tu vida es un azar/ Legionario, Legionario/ de bravura sin igual/ si en la guerra hallas la muerte/ tendrás siempre por sudario/ Legionario/ la Bandera Nacional ¡Legionarios a luchar!/ ¡Legionarios a morir!”.
El día de la semana por excelencia era entonces el llamado “sábado legionario”, dedicado a formaciones destinadas a pasar revista ante sus jefes a fin de comprobar el estado de eficiencia, nivel de adiestramiento y grado de preparación; se pasaba revista de armamento, de material y grado de destreza; se rendía homenaje a los muertos, que para ellos resultaba ser lo más emotivo. Después vendría el descanso semanal hasta el lunes siguiente, salvo para quienes tuvieran servicio mecánico o de armas.
En Dar-Riffien, en la época que yo estuve, los sábados solían culminar con una buena película francesa que duraba hasta bien entrada la noche y que hacía a los jóvenes legionarios despertar las lógicas pasiones de una juventud a la que la sangre le hervía en sus venas, pero que debía atemperarla a su vida cotidiana dentro de las cuatro paredes del cuartel.
Recuerdo, asimismo, que como los del Reemplazo de la Emisora sólo ganábamos una peseta diaria que no nos alcanzaba ni para comprar betún para limpiarnos los zapatos y el correaje, pues no podíamos ir al cine. Ante tal precariedad económica, como cabo responsable, acudí a exponérselo al teniente coronel, entonces jefe accidental del Tercio, llamado Alfonso Rodríguez Cullel. Y este buen hombre, de mirada ágil y sagaz, enseguida se hizo eco de nuestro problema, llamando al responsable del cine y ordenándole que nos dejara de entrar gratis a ver todas las películas, con lo que nos resolvió el problema con gran comprensión y rapiez.
Muchos años después, estando ya licenciado en la Península y encontrándome en una cafetería, coincidí en la barra con dicho teniente coronel de paisano; lo saludé y le di las gracias tras referirle aquella anécdota del cine en Dar-Riffien. Se alegró mucho y se mostró muy contento de que lo hubiera reconocido. Me dijo que ya era general y, al saber que ambos teníamos el domicilio en Málaga y muy próximos, se mostró muy interesado en que nos volviéramos a ver y, a su iniciativa, nos intercambiamos los respectivos números de teléfono para seguir charlando de aquella época en Dar-Riffien.
Pero, lamentablemente, muy poco tiempo después me llevé la desagradable sorpresa de enterarme de que había fallecido en Barcelona. En lo poco que lo traté, me pareció una excelente persona, muy predispuesta y campechana en su trato, todo un perfecto Caballero legionario.
Muchas felicidades a todos los legionarios en el 103 Aniversario de la fundación de la Legión.