Después de veintidós días de confinamiento, encierro, reclusión o de ser un penado, siento que los días me enseñan que tengo a una maravilla de mujer como es la mía. Recuerdo ahora cuando prestaba mi servicio en las prisiones de Madrid, Palma de Mallorca, Puerto de Santa María, Melilla, Ceuta y las Palmas de Gran Canaria y que, sin temor a equivocarme, ella me siguió en mi locura sin conceder al destino ni una sola voz altisonante. Hoy sigue haciendo lo mismo porque ella… ¡ella es mi amor!. Y aunque caiga la nieve o el sol reine allá donde se esconden las vivencias, su belleza me llama por las noches para decirme: “Buenas noches mi amor. Te espero mañana”. No me importa decir que la venero, que la quiero de la misma manera que el primer día, que su aroma me sublima y que no podría vivir sin ella. Nunca me atormentó el saber que había elegido a la mujer de mis sueños, que solo tenía dieciocho años y que nada nos separaría, que solo me dormiría para siempre pensando lo afortunado que fui. Y la esperaría allá donde vamos los que navegamos por los senderos de la Fe. Esa mujer que hoy dejo aquí como sueño de primavera, me dio dos hijas que son la auténtica maravilla de existir, que son árboles verdes que llenan la parte mas importante de mi existencia, luchadoras incansables buscando siempre el bien común.
Pero vivimos tiempos tristes, de penumbra, de no saber qué futuro nos espera, de saber que el mundo languidece ante un virus que se lleva vidas cargadas de ilusiones, de cosas por hacer, de palidecer con la frialdad que encierra “la Morgue”, de disentir con la suerte que la vida les ha deparado, de llamar a gritos al dueño de este mundo para que les permita disfrutar de sus mañanas de café y tertulia, de esas playas paradisiacas que anidan en nuestras costas, de esa copita de tinto Rioja con sus aceitunas y unas anchoas cántabras. Pero hoy vivimos otra escena, nos vamos como antes, sin equipaje pero sin saber dónde radica esa fatalidad que abruma, que un virus nos gana la partida porque las personas nos dormimos en las cloacas del silencio, cargando con unas maletas que no nos pertenecen, que son cartón piedra, que otras personas deciden por la mortandad de éste o aquel, porque no se tiene en cuenta su trabajo a lo largo de los años y que levantó la Patria, con un esfuerzo desmesurado y propio de personas que se fundieron con el devenir de la problemática que, después de una guerra, supieron luchar por los demás y por ellos mismos, echando horas para levantar una Nación que valía la pena.
“La muerte está en el camino”, un libro de José Luis Martín Vigíl, leído por muchos en aquellos nuestros años jóvenes, parece escenificarse en los tiempos que vivimos, con casi ochocientos o novecientos muertos y que, a diario, vemos con complejidad que esto es una realidad. Y por ellos lloramos y nos estremecemos, nos hundimos para levantarnos y caer al día siguiente en esa tortura sin compasión. Y lo peor del caso es que no se entiende el trabajo deficitario de unos políticos que no saben dónde tienen la mano derecha, que se ríen ante un público atónito que se sorprende ante tanta falta de consideración y de un respeto merecido.
VOX ha demostrado en diferentes ocasiones y especialmente por parte del Doctor y Diputado Sr. Steegmann, dónde y cómo, se maneja una fatalidad como la que estamos atravesando. Tanto él como yo, el Partido Político VOX, por medio de su Presidente Santiago Abascal y los cincuenta y dos que conforman el Congreso, nuestra Senadora y los concejales de la Corporación Municipal hemos dado el paso de pedir un cambio de gobierno. Aquí y lo miles de afiliados a VOX, piden que estos que ahora gobiernan, se vayan a su casa y se responsabilicen de su mala gestión. De esta manera, nos agarraríamos al primer libro del autor que reseño anteriormente, “La vida sale al encuentro”.