Carta desde Lisboa de la gran arabista Virginia Albox a su amigo de la infancia Antonio Montaña en Ceuta.
Lisboa, 16 de agosto de 1941
Queridísimo Antonio, he sabido tu propósito de ponerte al frente de la expedición Oswell Geitel con el fin de volver a excavar la ruinas de Dhajabab.
No puedo sino decirte que estoy totalmente en contra de la intentona a causa de la inutilidad y de lo extremadamente peligroso de una incursión en la que tú y tu hijo arriesgaréis no sólo vuestros aviones sino todo, dada la inestabilidad militar de la zona. La expedición Rosdell-Geibel es inútil si lo que pretende es hacerse con la mítica esmeralda que un día lució en el cuello de la reina Zhazum. La gema, con toda seguridad, ya no se halla siquiera sepultada en una de las cámaras en ruinas del palacio porque los conquistadores se la llevaron como un preciado botín de guerra.
Detrás de vuestra expedición se mueve gente amante de la cultura que pretende colaborar pero también otros que actúan llevadas por los más sus oscuros intereses.
Días atrás mantuve una charla con el Sturmbannführer Albrech Achenbach en una terraza de la Avenida Liberdade. Estaba interesado en la primera expedición a Dhajabad en la que, como sabes, participé hace ya muchos años durante mi juventud, expedición que localizó y estudió los restos de la hasta entonces fabulosa ciudad.
También hablé con Rhondda Cynon, esposa del embajador británico en esta capital. Soy de un país neutral y ambos bandos se muestran interesados en los supuestos poderes de la Esmeralda de Geibel debido a que la guerra se desarrolla en todos los frentes. Al público en general esto puede resultarle sorprendente pero por moverme, no asiduamente, en círculos de esta ciudad, conozco la pugna entre los ocultistas Alister Crowley y Emil Ludwug, de uno y otro bando. Se equivocan si piensan que la gema serviría para sus fines bélicos. Además, vuelvo a repetirte que la esmeralda ya no se encuentra allí.
Con respecto a los rumores que han corrido acerca de lo que hablé con el Sturmbannführer Albrech Achenbach, te aclaro que me abordó durante uno de mis paseos por el puerto, donde me tope con los infantes de la Kriegsmarine formados frente a un palco de autoridades, próximos a la imponente silueta del crucero pesado Admiral
Graf Spe. El acto se desarrollaba entre el entusiasmo de los germanófilos y la música militar al máximo volumen de los altavoces (Nunca he entendido el entusiasmo de la gente hacia máquinas cuyo fin es la destrucción). El oficial alemán me expresó su deseo de hablar conmigo, mencionando que la gente del Prinz-Albrecht-Strasse, 8 de Berlín (Gestapo), estaba interesada en formularme algunas preguntas. Aseguró que, a poco que yo colaborase, resultaba probable que los negocios de mi marido recibieran un buen impulso en el difícil mundo de la exportación-importación.
Tomamos café en una terraza y hube de contestar a una serie de preguntas acerca de Dhajabad. Le expliqué que, según la leyenda, la gema Geibel fue regalada a la princesa Zhazhum por el general Said Ahmet, que llegaría a ser su marido, luego de la campaña contra las tribus de la región de Mmabrad Alainhiar.
Cuenta la leyenda que los poderes de la gema, venerada por las tribus del desierto desde el principio de los tiempos, eran grandes pero precisaba de un alma pura a quien servir. La esmeralda se engastó en la princesa y sirvió de talismán durante el largo reinado del Matrimonio de la Gema, librando el reino de todo enemigo.
No obstante, a la muerte de Zhazum llegó también el final de la ciudad, que resultó saqueada, no lo olvidemos, arrasada por los syranus y bab aljana de cuya crueldad hablan textos como el Nihayat al'awqat fi Dhaabad de Abd al- Abdulatif o el Kharab Mamlaka de Mouloud Ben Adwar , los cuales exponen que en la actualidad ni los camelleros prestan atención a las sabias inscripciones que un día ornaron sus muros, esparcidos ahora por el yermo.
El oficial alemán se empeñó en visitar mi casa. Desde el balcón del Barrio Alto contemplamos un espléndido atardecer sobre el estuario del Tajo´, luego de una caluroso día de verano.
Le mostré diversos objetos hallados en las ruinas de Dhajabad: una raída alfombra de algodón, pendientes de ónix con minúsculos aros de oro, una ágata engastada en una gargantilla de oro, recipientes de porcelana ornados con motivos geométricos de vivos colores. Le dije que eran recuerdos de valor personal. Pareció decepcionado y a punto de ponerse a buscar por su cuenta. Además de mis publicaciones y volúmenes de colección, le echó una ojeada a mi nuevo libro, un Catálogo de Manuscritos Persas,Turcos y Árabes que recoge entre otros capítulos, la época de gobierno del monarca Said Ahmed y de la reina Zhazum y en cuya portada figuran en medio de su Corte.
A continuación, pasamos a una habitación contigua con más libros y objetos que más que nada me sirven de recuerdo de mis expediciones a Siria y Palestina.
Después de esto y con impasible semblante, el Sturmbannführer Albrech Achenbach me preguntó por una de las cámaras de palacio y me mostró detallados planos probablemente realizados en su tiempo por Albret Stutme, uno de los arqueólogos de mi expedición. Es cierto que dejamos esa cámara a medio explorar pero no encontramos indicio de que allí pudiera estar la Piedra de Geibel sino su proximidad al Salón del Trono. El motivo por el que no finalizamos la labor no fue porque nos hiciéramos al fin con la gena, sino a la hostilidad de las tribus del lugar, por lo que nos vimos obligados a desalojar el campamento a toda prisa y con gran riesgo de nuestras vidas.
La actitud del Sturmbannführer Albrech Achenbach ante mi preocupación por la vida de los componentes de tu expedición resultó decepcionante, asegurando que poco podía hacer por impedir los acontecimientos.
Poco después recibí la llamada de la embajadora británica. Una invitación a tomar el té. Agregó que me consideraba una gran estudiosa del mundo árabe, lamentando que mi obra no se hubiera publicado hasta el momento en inglés. No obstante, cabía la posibilidad de que ella me pusiera en contacto con directores de editoriales como Annis y Flatcher Books. También pudieran serme propicios los directores del Arabist Department de la Universidad de Oxford y otras. Confieso que la embajadora me fascinó como fascina un pavo real al desplegar su cola.
Así que me presenté en la embajada británica con buena disposición. Me condujeron a través de suelos de mármol con coloridos zócalos, bustos, grandes espejos y columnas antropomorfas. La embajadora era una mujer más bien bajita y elegante, de bonita cara rosada y blanca, como de porcelana pintada, que naturalmente estaba al tanto de mi reunión con Albrech Achenbach. Tomamos el té en la misma vajilla, según me aseguró , que el almirante Nelson utilizó en e l Golden Farm een Menorca, acompañado de pastitas victorianas. Le hablé de la crueldad de Syranus y Bab Aljanas, los destructores de Djajabad, de cuya rapacidad y violencia daban cuenta los restos humanos esparcidos por cámaras y subterráneos.
La embajadora me comentó que no era un secreto que los británicos se interesaban por ciertos objetos que el vulgo llama mágicos, no en balde el Reino Unido fue centro de espiritistas como Helena Blavatsky, Herbert Colby y otros, el mismo Conan Doyle, creador de Sherlock Hormes. La Gema Geibel ocupó gran parte de nuestra conversación en el transcurso de la cual contesté a gran número de preguntas. Le expresé que la gena exigía que su poseedor tuviera un alma pura y que esto impedía que se utilizara para fines agresivos. Me repuso que ellos sabrían cómo manejarla porque no sería la primera vez que manipularan un objeto de esa naturaleza.
Al revelarme que la partida de la expedición Roswell-Geibel era inevitable, me produjo gran decepción porque el motivo de mi presencia en la embajada era evitar que vayas hacia una muerte cierta. Me incorporé y le aseguré que pudiera ser inevitable o no pero que era inútil porque, si alguna vez existió, con toda seguridad la Piedra Geibel no se hallaba ya en ese lugar y que, por tanto, apoderarse de ella era una quimera que costaría muchas vidas.
Me repuso sin alterarse lo más mínimo que incluso para ella resultaba imposible impedir la expedición, pues eso dependía de una larga cadena de mandos y en última instancia era responsabilidad de la empresa que corría con los gastos, la firma Norris y Herleman, que atendía exclusivamente a su afán de lucro. Entonces le propuse bombardear el lugar antes de que saliera la expedición. Tras el bombardeo, el yacimiento quedaría tan cambiado que habría que empezar a excavar de nuevo, una labor que disuadiría a cualquier patrocinador.
La embajadora repuso que se pondría en contacto con los mandos militares que hicieran posible una incursión de esa naturaleza. Lo cierto es que abandoné la embajada con una mínima esperanza de lograr mi propósito. Esa esperanza me lleva a dirigirme a ti, ya sabes que no me es posible desplazarme y a pedirte de nuevo que reconsideres tu decisión.
Podría echar mano a tantos buenos ratos en común y a tantas aventuras infantiles compartidas con el fin de conmoverte, pero estoy segura de que añoras esos tiempos con la misma intensidad que yo, así como también sabes todo el afecto que siento hacia ti. Salva tu vida, protege a tu hijo, a tu familia, a tu empresa y abandona ese propósito antes de que sea tarde.