Opinión

Carnestolendas

Carnaval en Ceuta. Treinta cuatro años lo contemplan. Con sus luces y sus sombras, su caídas y remontadas. Pero ahí sigue. Cuando cierro esta columna está a punto de arrancar la gran Cabalgata a la que me atrevo a asegurarle un gran éxito de participación y colorido. Otro asunto será su organización y coordinación. Cuestión difícil, puesto que bien pudieran congregarse en ella unas cinco mil personas, aunque no imposible de afrontar con éxito. Que de todo ha habido en su historia.
Nuestro Carnaval es merecedor del mayor mimo institucional y popular. Recuperado y arraigado en los ceutíes, es un símbolo vivo más de nuestra identidad caballa y sentir andaluz. Cádiz es nuestro gran referente, al igual que nuestra Semana Santa busca su norte en Sevilla. Rescatemos pues el terreno perdido y más en una ciudad tan peculiar como la nuestra.
¡Queremos un teatro! Fue el grito de guerra durante muchísimos años de agrupaciones y público. Y ahora que lo tenemos y con las entradas más accesibles, resultó que hubo momentos del certamen en los que las butacas estaban casi en su mitad ocupadas y en otros prácticamente vacías, y a las imágenes de RTVCE cabe remitirse.
Vamos a ver. Lo que no es de recibo es que una vez que haya actuado su agrupación se marchen sus simpatizantes o que el concurso termine a altas horas de la madrugada, favoreciendo así el progresivo e inevitable éxodo de público. Con doce agrupaciones como este año, el certamen se podría celebrar en dos semifinales, tal y como se hizo en una época. Propiciaría también que las intervinientes pudieran contar con un mayor repertorio. Incluso, por qué no, dediquemos un día a las comparsas y otro a las chirigotas, digo yo.
El colmo ha sido el concurso de coplas, del jueves, dedicado a Ceuta. Con un tercio escaso del aforo del teatro al principio, al final apenas quedaríamos medio centenar de espectadores en el mismo. Y eso con la entrada gratis. Triste, muy triste. Tanto que varias agrupaciones no pudieron por menos que lamentarlo en el transcurso de su intervención, con la sorpresa final de que el veredicto del jurado se aplazaba hasta el día siguiente. Quiero pensar que, visto el panorama, sus componentes decidieran que era lo mejor porque lo más probable es que se hubieran quedado solos en ese momento.
Con un cálido ambiente de calle, que es la gran carencia de nuestro carnaval, el teatro se habría llenado, incluso con algunas personas disfrazadas como antaño. No comprendo como a esa desangelada plaza Mandela se la ha dejado totalmente huérfana de alumbrado extraordinario, a diferencia de Rebellín o Camoens, y cómo no se la ha convertido en el eje central de la celebración. El caso de la noche del certamen de agrupaciones en la que pese a las mini carpas y la barra instaladas, por allí no desfiló la gente que hubiera sido deseable. Tampoco invitó a ello las reducidas dimensiones de la pantalla de la proyección televisiva del concurso que se estaba celebrando en esos momentos de muros para adentro. Y sin el pregón, dicho sea de paso.
Volviendo a las agrupaciones como periódico que son de la actualidad y del pulso de la ciudadanía, a nadie escapó lo incisivo de sus críticas a la situación actual de Ceuta. La preocupación ante la inquietante inseguridad ciudadana, el dramático paro, la sensación de abandono por parte de los poderes públicos, la corrupción, la frontera, la perspectiva de falta de futuro, el éxodo de jóvenes por falta de oportunidades y de quienes se jubilan, o esa alarmante desmoralización que se palpa en el ambiente. ¿Será por eso por lo que los políticos han ido dejando de desfilar en masa por el concurso como sucedía antaño? Los recuerdo de mi etapa de retransmisiones radiofónicas o televisivas, prestándose gustosamente ante los micrófonos mostrándose afables, próximos, y como buenos encajadores de los dardos que les lanzaban desde el escenario. Evidentemente eran otros tiempos.
Ciudad Autónoma, agrupaciones y la familia carnavalera deberían sentarse de una vez por todas para que la celebración vuelva, en lo posible, a ser la que fue. Un paso fundamental debería pasar por la recuperación de un lugar de encuentro. La misma plaza del auditorio sin ir más lejos, con su gran carpa, convertida en el núcleo y catedral de la celebración como sucedía con el patio del desaparecido cuartel. Cuando veo tantísimo disfraz, ingenio, arte y buen humor en la Cabalgata pienso siempre en que no faltaría parroquia para engancharse a cualquier otra convocatoria festiva que no sea solo la de este día. Rentabilicemos pues ese capital humano y esos disfraces. Cantera tampoco falta. Basta ver como se mueven los colegios. Créense para esos niños una escuela de agrupaciones, que grandes y veteranos maestros no faltan. Incentívense a barriadas y asociaciones vecinales para que volvamos a tener nuevos grupos de calle como aquel inolvidable de la buena gente de San Daniel. Y me detengo aquí para no salirme del espacio asignado y marcharme a la Cabalgata.

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