Cuando escribo mi columna está a punto de comenzar el Festival de Agrupaciones Carnavalescas. Un certamen que con sus altibajos y rivalidades, encandila materialmente a multitud de ceutíes desde los ya lejanos y balbucientes orígenes en el ‘Terramar’. Dinamizador de la fiesta, resulta difícil imaginar nuestras carnestolendas sin su concurso. Lo verdaderamente admirable es que, aún carentes de un teatro durante tantos años, las agrupaciones no sólo no cayeron jamás en el desaliento sino que fueron elevando su listón hasta extremos que saltan a la vista del más escéptico.
Hoy, pensando en el esplendor y la expectación que para el concurso de anoche encerraba el marco del flamante Auditorio, no me resisto a tirar de la efeméride para recordar la tragedia en la que pudo haberse convertido el festival de hace 25 años.
Perdido el ‘Terramar’ y con el cuartel del Rebellín transformado en mercado provisional, el Ayuntamiento recurría a la instalación de una gran carpa, aproximadamente donde se levanta el Auditorio, en la que acoger el concurso y las posteriores celebraciones, tal y como se había hecho antes en el cuartel de la calle Padilla. Estábamos en febrero y sucedió lo que se temía. A las cinco de la madrugada del día del certamen, un fuerte temporal de levante arrasó la caseta, llevándose por delante muchas de sus vigas y dejando al descubierto las lonas desparramadas por los suelos. Se habló de milagro. Y así fue. De haberse producido el repentino fenómeno meteorológico en pleno concurso, las consecuencias podrían haber sido graves por la gran cantidad de personas que habría acogido el improvisado tinglado.
La historia no acabó ahí. Aplazado el certamen hasta una semana más tarde, en tanto se dispusiera de una nueva caseta debidamente reforzada y con más salidas de emergencia, comenzaba, por fin, el espectáculo. Pero hete ahí que, a las tres horas de su inicio y en plena actuación del cuarteto ‘Cómicos ilustres’, la irrupción de una lluvia torrencial y el progresivo aumento de la fuerza del viento obligaban a una segunda suspensión, en previsión de lo que pudiera ocurrir, abandonando la caseta las 3.000 personas que abarrotaban el gélido e incómodo recinto en el que una mínima acústica era mera utopía.
Aquel fue el año del triunfo de ‘Claqué’, la comparsa de Peña y los suyos: Salvador Abad, ‘Chiki’, Javi Barceló, Alejandro García, Rocha, Alfredo Izquierdo, Fructuoso Pérez, Manolo Creo, entre otros, grandes pioneros y maestros de la grandeza de posteriores agrupaciones.
Lo mismo que aquellos ocurrentes chirigoteros, ‘Y nos tocó el gordo’, los vencedores de su categoría, con su genial mascota de proa, el inconfundible Juan Crespo ‘Bolillo’, con los Carrillo, Hidalgo, Galán, Lladó, Villena…
Cómo pudo un Ayuntamiento como el nuestro, con tantos millones de presupuesto permitir, durante tantos años, la carencia de un teatro, mientras derrotaba dinero sin sentido en una caseta popular sin las mínimas condiciones de comodidad y sus inevitables riesgos, más los millones de pesetas que, posteriormente, se fueron invirtiendo en las sucesivas remodelaciones del salón de actos del ‘Siete Colinas’. Sumados todos esos desembolsos, posiblemente habría habido capital suficiente para haber recuperado aquel primigenio templo del Carnaval que fue el histórico ‘Teatro Cervantes’, que nunca debimos perder. O el mismo cine ‘África’, por situarnos en la privilegiada zona.
Con el Auditorio Ceuta supera una de sus grandes asignaturas pendientes. Larga ha sido la espera pero, ¿habrá merecido la pena? ¿Ha sido un derroche económico? Puede ser. Que nos hubiésemos conformado con la recuperación de uno cualquiera de nuestros desaparecidos coliseos, no me cabe la menor duda. El tiempo dirá lo acertado o no de la millonaria inversión del teatro de la ‘manzana de la discordia’, a cuya inauguración me fue imposible asistir y del que quizá me ocupe en otra ocasión.
Hoy tan sólo me reitero en lo que ya expuse en otra ocasión. En aquella caseta popular que se llevó el viento se dieron cita unas 3.000 personas. Justo enfrente estaba el ‘Teatro Cervantes’ con sus más de 1.100 butacas. Y el Auditorio se ha quedado en las 615. Excesiva pompa y magnificencia para una obra con ese aforo y tan amplios espacios libres en sus exteriores.
Al fin y al cabo, un auditorio. Nunca un teatro, teatro, como fue ese ‘Cervantes’, con su fachada neorrenacentista y un símbolo importante más de nuestro legado artístico – cultural, a punto ya de cumplir su siglo de existencia. Pero como el desaparecido cuartel, su suerte parece estar echada. Ahora más que nunca con ese frío y vecino monstruo de hormigón de enfrente. Qué pena.
En fin. Suerte la de quienes se hicieron con una de las 420 localidades puestas a la venta para el certamen. Nos quedó la televisión, sí, pero no es lo mismo. El nuevo ¿teatro? se nos puede quedar pequeño para determinados espectáculos. El Carnaval es uno de ellos. Y no será el único.