Como Abdo hay más. Todos jóvenes
marroquíes que quedaron atrapados en Ceuta no por el cierre de la frontera del pasado 13 de marzo, sino porque ya se encontraban aquí merodeando por el puerto en busca del barco bueno, el que les iba a trasladar a la Península. Desde hace semanas tienen una espada de Damocles sobre sus cabezas que se llama devolución. Al otro lado de
la frontera del Tarajal está el país, su país, del que escaparon con un único propósito: encontrar en el puerto el trampolín necesario para cruzar a la Península. Porque una devolución a Marruecos, pretendida por
la Delegación del Gobierno, supone no solo dar un paso atrás sino, también, en muchos de los casos, tener problemas e incluso terminar en la cárcel. Abdo buscó en la tarde del martes hacer una protesta movida por el estado de nerviosismo en que se encontraba. Y no dudó en arriesgar su vida
subiendo hasta el techo del pabellón de La Libertad, amenazando con arrojarse al vacío. El final de esta historia ya lo conocen porque El Faro se lo contó al momento: los Bomberos, la Policía Local y Nacional se coordinaban para que el joven depusiera su actitud. Y así fue. Pero detrás de ese final existe una vida marcada por el riesgo y por la desesperación de decenas de marroquíes que han encontrado en este pabellón su particular castigo. Por eso las fugas, por eso las escapadas buscando zonas en donde ocultarse precisamente para no ingresar en la nave del Tarajal y para no formar parte de la devolución que se quiere llevar a cabo aprovechando próximas repatriaciones. Como este joven hay más. No es la primera vez que protestan con actos de este tipo, que se han extrapolado al polideportivo del Santa Amelia con menores como protagonistas.