Sus familias decían que les iba bien. Que habían conseguido trabajo en Europa y de vez en cuando les mandaban algo de dinero. Entonces decidió marcharse.
Primero a Nigeria, atravesó Niger, cruzó Argelia, recorrió Marruecos y llegó a Ceuta en una lancha hinchable. Esperaba que los policías durmieran, o cambios de guardia para salvar las fronteras. Y esperaba también que llegar a tierra europea sirviera de algo. Pero para él no ha sido así. Dice que ahora ni siquiera es libre. Que sigue sin esperanza. Sin trabajo. Viviendo en el CETI de brazos cruzados. Comiendo, durmiendo y esperando. Por eso, cuando le dijeron que la marcha de los feriantes era una oportunidad “para llegar a la verdadera Europa, me metí debajo de un camión”. Al llegar al control policial en el Puerto tuvo un presentimiento y decidió bajarse y huir. “Temía que la Policía me arrestara”, explica. “Pero volveré a intentarlo porque no puedo quedarme esperando años a que decidan por mi sintiéndome preso”.
A pesar de tener referencias de que otros compañeros no han tenido suerte al cruzar el Estrecho, Marshall sólo quiere pisar la península. Allí “seguro que encuentro algo y aunque aquí tengo cama y comida no tengo libertad. En Camerún no tenía futuro pero al menos era libre”. Dice que ni siquiera puede llamar a su tía para decirle que está bien, que su sueño es vivir. Nada más. Aquí, siente que se muere, como muchos compañeros que estos días intentan cruzar el mar que les separa del sueño europeo. No es más que tener dinero para vivir, formar una familia y comenzar de nuevo.
Otros siguen con paciencia la tramitación correspondiente aunque sea casi eterna. Bello Kako tiene 37 años. Llegó a Ceuta hace cuatro años. No quiere arriesgarse. El viaje hasta aquí desde Somalia ha sido duro y no pretende echarlo todo por la borda viajando a la península de forma insegura y perder la vida como le pasó a un compañero haces unos meses. Chapurrea español. Es veterano. También es feliz. Lo reconoce. Al menos, dice, “en Ceuta el Gobierno trata de ayudarte. En Somalia todo está corrupto y al no haber posibilidades decidí salir en busca de un futuro mejor”.
Dice, al igual que sus compañeros, que la vida es complicada. Que para nadie es fácil. Que escucha hablar de crisis en Europa y piensa en Somalia. “Ahí sí que hay crisis. Nadie trabaja. Todos sueñan con irse. Hasta yo soy afortunado”, explica. Aunque es paciente pide soluciones. No les gusta permanecer parados. Se han ido de sus países para trabajar. Para labrarse un futuro, no para vivir un presente vacío. Koffi tampoco se atreve a arriesgar su vida enganchándose a los bajos de un camión para alcanzar “la verdadera Europa”. Le da miedo. Su padre murió´en un accidente de tráfico. Acaba de cumplir la mayoría de edad. Cuando salió de Camerún, dejó a su madre, viuda meses antes de que le trajera al mundo, con la esperanza de un futuro mejor para su hijo. Cuando Koffi llegó a Marruecos y se puso en contacto con su pueblo, unos vecinos le dijeron que su madre había muerto. “Estoy sólo. Llevo aquí dos semanas. No tengo nada. Ni aquí ni allí. Sólo pido empezar de cero mi vida. Una nueva vida. Conseguir un trabajo. Conseguir algo”. Ahora no tienen nada. Por eso nada pierden al intentar cruzar porque ni siquiera se sienten libres. “Somos presos de Ceuta”.
Prisioneros con una tarjeta de libertad en sus manos
Muchos residentes del Centro Temporal de Inmigrantes de Ceuta siguen sin entender la validez de las tarjetas amarillas que tan bien les hacen sentir cuando las consiguen y por eso argumentan que “Ceuta no es Europa”, al no dejarles pasar con ella más allá del control portuario debido a las fronteras marcadas por el espacio Schengen. Pese a que les acredita como residentes y asegura su no devolución al país de origen además de autorizarles para trabajar pasado un tiempo con la correspondiente posibilidad de poder inscribirse en el INEM, ellos aseguran que siguen sintiéndose “igual de ilegales que cuando no teníamos la tarjeta”. A ésto se añade, tal y como explican fuentes jurídicas de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), la lentitud en las tramitaciones ya que antes no estaban en el CETI “más de cuatro meses”. Pese a que las condiciones de vida en el CETI “son buenas y se les trata con dignidad contribuyendo incluso a su formación”, explican desde CEAR, ellos notan una clara diferencia de oportunidades entre seguir en Ceuta y cruzar al otro lado del Estrecho. La decisión de los tribunales de respetar la cláusula del Convenio Schengen para que los refugiados de Ceuta no pasen a la Península ha provocado que algunos recurran la sentencia. “No son muchos. La mayoría desisten, otros desaparecen y pierden la fe en las instituciones y otros deciden seguir esperando la tramitación con paciencia”. Lo que está claro es que en la actualidad no se alcanzan las cifras de residentes de los años 2005 y 2006.