La perplejidad es, en mi opinión, la reacción más generalizada tras la invasión mundial del tsunami del coronavirus. Nos sentimos desconcertados, asustados y, a veces, aturdidos por este golpe que ha derribado, de manera implacable, unos modelos individuales y colectivos de vida que creíamos seguros, estables e infalibles. El impacto está siendo tan profundo que hasta nos resulta difícil formularnos preguntas sobre lo que nos está ocurriendo y, por lo tanto, responderlas de una manera coherente. Os confieso -queridos amigos Agustín, Josefina y Luisa- que la lectura del libro, Vivir en lo esencial. Ideas y preguntas después de la pandemia, escrito por el prestigioso filósofo y teólogo Francesc Torralba (Barcelona, Plataforma Editorial, 2020) es una oportuna invitación para que descubramos los síntomas, elaboremos un diagnóstico y, sobre todo, para que nos orientemos en el diseño de un pronóstico de sus previsibles efectos.
Partiendo de la constatación de las consecuencias que el autor vislumbra en el horizonte, y de la observación de los sufrimientos que están causando en muchas familias, él llega a la conclusión de que se avecina una verdadera “catástrofe”, pero reconoce que esta crisis nos está permitiendo redescubrir importantes valores como el cuidado, la escucha, la gratitud, la humildad, la solidaridad, la paciencia, la perseverancia frente al mal, la cooperación intergeneracional, la generosidad y la entrega, unos bienes que, en la práctica, no ocupaban lugares relevantes en nuestra sociedad.
¿Cambiará nuestra vida esta crisis? El profesor Torralba advierte que la incertidumbre del futuro social, económico, laboral, educativo, cultural, sanitario y espiritual es patente. Tras sus agudos análisis llega a la conclusión de que los cambios serán inevitables. Nos propone que repensemos nuestra actual manera de vivir, de relacionarnos, de producir y de consumir y, además, nos invita a que imaginemos un futuro distinto, a que soñemos otro mundo posible para nosotros y para las generaciones venideras. Describe con detalle cómo los diferentes entramados sociales están cambiando porque ya somos conscientes de que, por ejemplo, se “volatilizan” los empleos, las empresas, las organizaciones, las celebraciones, las competiciones y los espectáculos. Efectivamente, por muy poco reflexivos que seamos, ya sabemos que todos somos interdependientes, frágiles y vulnerables.
En la segunda parte identifica las diferentes respuestas emocionales que esta crisis ha generado: sorpresa, desconcierto, rebelión, resignación y, finalmente, aceptación. No hemos tenido más remedio que “aceptar la realidad y asumirla con todas sus consecuencias”. Es posible que hayamos aprendido a mirar con atención -a “contemplar”- a los que se cruzan en nuestras vidas, a ver lo mismo pero de otra manera. Oportunas son, a mi juicio, sus detalladas explicaciones de los valores de los rituales como lenguajes corporales que expresan de manera directa nuestros mejores sentimientos y como medios provechosos para evocar emociones colectivas, valores compartidos y creencias arraigadas. Muy acertados son sus análisis de los cambios de valoración de otros valores como, por ejemplo, la importancia de la tarea de cuidar. De manera contundente él afirma que “tenemos que articular liderazgos fundados en el cuidado, y políticas públicas centradas en el cuidado de los ciudadanos, en especial, de los más frágiles”.
De imprescindible lectura son, sin duda alguna, las “siete cartas para el día después” dirigidas respectivamente a las madres, a las maestras, a los profesionales de la salud, a los políticos, a los profesionales del mundo social, a las personas mayores y a los jóvenes. Todas sus propuestas están fundamentadas, orientadas y alentadas por una honda esperanza. Es posible que, tras la atenta lectura de este oportuno libro, lleguemos a la conclusión de que, como indica el título, a partir de ahora nos sentiremos obligados a Vivir en lo esencial.
Gracias por estas magnificas aclaraciones José Antonio. Dirijo mi preocupación especialmente sobre la figura que utilizas del Tsunami, porque ya conocemos su mecánica: primero un efecto de retracción y luego la gran ola. Algo que quizás conecte con la preocupación del profesor Torralba, cuando preconiza que podemos estar ante un verdadero desastre. Y comparto esta preocupación, porque aún queriendo adoptar una postura optimista sobre el futuro venidero, (la realidad, como siempre tozuda) me invita a lo contrario. Tengo la honesta percepción, de que estamos atrapados en lo que podría denominarse un verdadero "COLAPSO SISTEMICO" fruto de la codicia humana y de un mal uso de los bienes productivos. Y una de las ramas que ha contribuido a esta fenomenología, desde mi punto de vista ha podido ser la "OBSOLESCENCIA PROGRAMADA" cuyo punto de inflexión se produjo a mediados de los cincuenta, donde la filosofía del modelo productivo estaba basada en el reto de la calidad sobre la cantidad. Con el paso del tiempo, hemos conseguido una sobreproducción planetaria de difícil distribución, por ese mismo matiz de la competitividad en conseguir vender más y más barato, que lo único que ha conseguido es llenar los hogares de productos que no llenan nuestras vidas, pero que sí llenan nuestros espacios naturales de basura y de contaminación.