En esta sociedad tendemos a acoger con cierto cariño comportamientos y estilos hipócritas en torno a la comisión de determinados delitos. Es lo que sucede con el blanqueo de capitales: la clave que rodea, sustenta y permite que perviva el tráfico de drogas. El lavado del dinero procedente del negocio del narcotráfico se mueve como una serpiente en nuestra sociedad sin que provoque el rechazo unánime. Se abren negocios con ese dinero, se generan riquezas... y todos lo vemos porque ninguno somos tontos. La apertura y cierre de negocios fantasma está a la orden del día; el saldo millonario de esa cafetería que no sabe lo que es servir un desayuno porque su única misión es la de blanquear el dinero también; el nivel de vida imposible de alcanzar con los sueldos que uno supuestamente recibe de su trabajo lo vemos todos. Y así acogemos a determinados sectores sociales que son delincuentes de corbata tiñendo de normalidad lo que no es. No castigamos a los que son eslabón determinante en el funcionamiento del negocio de la droga, a los que introducen en el circuito legal un dinero sucio.
¿Por qué esas imágenes de condena a los gomeros que pasan hachís en grandes cantidades, a los que provocan que un guardia civil pierda la vida en una persecución a narcos... y no esas mismas imágenes de rechazo a quienes mantienen fortunas nacidas precisamente de ese negocio?
Hasta para eso somos buenos hipócritas. Coparticipamos de la vida social de quienes, sabemos, no juegan limpio. Aceptamos su nivel de vida, acudimos a sus negocios, aprobamos socialmente su presencia haciéndoles sentir como piezas normales cuando son delincuentes que debieran obtener el mismo reproche, el mismo desprecio que quien forma parte del último eslabón de la cadena del narcotráfico.
Las luchas contra los delincuentes se ganan en los juzgados, se ganan a base de buenas investigaciones de las fuerzas de seguridad pero también con el reproche social de quienes no tenemos que aceptar, aprobar ni aplaudir a esos fortunas que encima se han permitido el lujo de chulear al sistema. De chulearles, por cierto, también a usted aunque los siga viendo como el vecino con un modo de vida anormalmente lujoso pero con el que convivo.