Ceuta es un lugar con unas extraordinarias condiciones naturales para el florecimiento de la vida. Disfrutamos de un clima benigno y agradable durante todo el año, excepto los días de temporal, que no dejan de tener también su encanto si no tienes que viajar en barco. La naturaleza siempre es pródiga, pero lo es más en nuestro entorno biogeográfico, sobre todo en el mar que nos rodea.
La riqueza de nuestro medio marino no pasó inadvertida para fenicios y romanos que hicieron de la actividad pesquera y el comercio el motor de sus economías.
Esta estrecha vinculación entre los primeros habitantes de Ceuta con el mar sin duda tuvo que afectar a experiencias sensitivas y emotivas, así como a sus creencias religiosas, culturales y artísticas. De estos aspectos más elevados del ser humano conocemos la existencia de un aula de culto dedicado a la diosa Isis y la realización de rituales relacionados con el dios Helios o Sol Invictus.
El sol siempre ha estado en el centro de tradiciones y ritos en esta zona del Estrecho. Nuestro colega Noé Villaverde analizó en uno de sus trabajos las romerías solares celebradas en época romana en las cumbres del monte Atlas durante las cuales se encendían fuegos mientras se escuchaba música y se danzaba alrededor de las llamas.
Tan arraigados estaban estos ritos que perduraron durante el periodo medieval islámico de Ceuta, a pesar de su carácter eminentemente pagano, y aún se mantienen vivos enmascarado en la tradicional “Noche de San Juan”. En la actualidad, quienes seguimos atentos al ciclo solar somos unos pocos románticos que procuramos no perdernos los atardeceres en los días de equinoccio o de solsticio; o nos acercamos -siempre que podemos-, con la máquina de fotos en ristre, a contemplar el alba o el ocaso.
He vivido desde que nací en un ambiente de fotógrafos, gracias a mi padre. Le acompañé en multitud de ocasiones a las improvisadas reuniones sobre fotografía en la ferretería Aguilar del Paseo de las Palmeras o a las exposiciones de la Agrupación Fotográfica de Ceuta. En una ocasión me contó de dónde venía su afición por la fotografía. Un día mi abuelo Diego, un apasionado de la fotografía y de la pintura, despertó a mi padre cuando era un niño y le dijo: “levántate y vístete. Te voy a llevar a contemplar algo que no olvidarás en tu vida”.
Todavía era de noche, aunque por Oriente empezaba a clarear el día. Subidos en la moto se dirigieron al Monte Hacho y desde los pies del Faro de Ceuta presenciaron juntos la salida del sol. Aquellos colores cambiantes que se extendían por el cielo tintando las nubes y derramándose por las aguas cristalinas de Ceuta quedaron impresos en los celestes ojos de mi padre.
A partir de entonces su obsesión fue captar toda la belleza de Ceuta con su cámara fotográfica. Este afán por inmortalizar la efímera belleza que en cada instante nos regala la naturaleza lo hemos heredado sus descendientes.
Hablo en primera persona, pues como escribió Henry David Thoreau en la primera página de su obra “Walden”, “no hablaría tanto de mí mismo si hubiera otra persona a quien conociera tan bien. Por desgracia, estoy limitado a este asunto por la pobreza de mi experiencia”. Si bien es cierto que nuestras experiencias vitales son únicas e irrepetibles, creo que es posible distinguir rasgos idiosincráticos compartidos por buena parte de los ceutíes.
La belleza de los paisajes que observamos a diario, así como la magia de su espíritu latente, la majestuosidad de sus amaneceres y atardeceres y la intensa luz que envuelve a Ceuta conforman nuestra manera de ver, sentir y pensar. Somos un pueblo alegre, solidario, vital y hospitalario, al que nos gusta estar en la calle y disfrutar del habitual buen tiempo. Un paseo entre la plaza de Azcárate y la plaza de África es fácil que se prolongue más de una hora por las sucesivas paradas para hablar con uno u otro.
Aquí, como se dice de manera coloquial, nos conocemos todos y compartimos penas y alegrías con vecinos con los que a lo mejor no hemos intercambiado ni una palabra, pero de las que conocemos muchos detalles de su vida. Uno no se siente desamparado en Ceuta. Es fácil que alguien con el que hemos podido tener algún problema en el pasado se acerque a darnos ánimo si se entera que alguno de los nuestros ha enfermado o fallecido. Esta ciudad hace relucir lo mejor de nosotros.
Con todo, vivir en un lugar como Ceuta no es suficiente para alcanzar la felicidad. Nuestra actitud ante la vida es lo que determina nuestra existencia. La monotonía nos inunda con un sentimiento de fracaso, mientras que si salimos de los caminos trillados todo se transforma en un sitio maravilloso.
La diferencia estriba en nuestra forma de mirar. Es lo que nos aconsejaba el escritor G.K. Chesterton en su deliciosa obra “El hombre que sabía vivir”, que he leído estos últimos días. Su consejo era el siguiente: “terminad de pasar vuestra vida comprando y vendiendo y dedicaos a mirar las cosas. Abrid los ojos: os despertaréis en la nueva Jerusalén…Así somos todos, demasiado ocupados para despertarnos…Estamos todo el tiempo como preparándonos para algo, para algo que jamás llegamos a realizar”.
Si logramos despertamos nos daremos cuenta que vivimos en un paraíso terrenal. El espíritu de la naturaleza que encarnaba Smith, el protagonista de la novela de Chesterton, es posible apreciarlo en hechos cotidianos: “en un jardín primaveral, en el crepitar que hacen al encenderse las ramas secas, en todo lo que hay de insaciable y de puro en la hierba que se alimenta de la tierra, en todas las blancas mañanas que hace estallar el cielo”.
No es suficiente para alcanzar la felicidad la voluntad de vivir. Se requiere otro ingrediente básico: la alegría de vivir. Son legión los pesimistas que al mirar al firmamento no ven “más que un universo negro, con algunas manchas blancas”.
En palabras de Smith, el personaje ideado por Chesterton -que es fácil identificarlo con la figura del “Hombre Verde” (Mercurio, Elías, al-Khidr o el mago Merlín)-, “yo no niego que debe haber sacerdotes, para recordarles a los hombres que han de morir un día. Pero sí digo que en ciertas épocas extrañas aparece la necesidad de otra especie de sacerdotes, llamados poetas, para que recuerden a los hombres que aún no están muertos”.
El principio por el que se conduce Smith es “muy simple, absolutamente inocente e inatacable. Principio extraño, extravagante a los ojos del mundo moderno. Este principio puede ser formulado con toda sencillez de la manera siguiente: Smith se niega a morir mientras esté vivo. Trata de recordarse a sí mismo, por un choque eléctrico enviado a su inteligencia, que es un hombre vivo que camina por el mundo sobre sus dos piernas”.
Precisamente, siguiendo este principio, Smith sale un día de su casa, con un rastrillo en la mano para dar la vuelta al mundo buscando su hogar. Toda una revolución para volver al mundo patas arriba y que termina “en el lugar sagrado, el lugar bendito, el lugar celeste, increíble, el lugar donde todos estábamos antes”.
Smith se hizo peregrino “para curarme del mal de sentirme desterrado”. Cuando regresó de nuevo a su casa para reunirse con su mujer y sus hijos, miró al jardín en torno a él y dijo con voz muy alta y fuerte: “Este lugar es encantador. ¿Vive usted aquí?”, exactamente como si viera aquel sitio por primera vez en su vida”.
Les animo a que caminen por Ceuta “sobre sus dos piernas” y con los sentidos despiertos para captar toda la belleza que nos rodea. Si lo hacen descubrirán que Ceuta es “un buen lugar para vivir” (cualquier lugar puede serlo si sabemos vivir). Desoigamos a los pesimistas y escuchemos a los poetas que nos invitan a disfrutar del éxtasis de estar vivo. Nos ha tocado vivir en un tiempo el que, como escribió Lewis Mumford, “solo los soñadores son hombres y mujeres prácticos”.
Soñemos, pues, en una Ceuta que restaure su entorno natural y su patrimonio cultural; en una Ceuta que encuentre un modelo económico compatible con la conservación del medio ambiente; en una Ceuta en la que la igualdad y la convivencia dejen de ser eslóganes políticos y se conviertan en realidad; en una Ceuta que recupere su carácter mágico, sagrado y mítico; en una Ceuta que sea, como lo fue antaño, cuna de la ciencia, el arte y la cultura; en una Ceuta donde el motor de la sociedad sea la propia ciudadanía mediante su implicación en los asuntos cívicos; en una Ceuta que reconozca en el pasado las semillas latentes que deben ser regadas con el agua de la vida para que germinen , crezcan y den sus frutos; en una Ceuta que sea “un buen lugar para vivir” para todos.
Que nuestros sueños y los suyos se cumplan. Feliz año 2024.