Mérida, la Emérita Augusta romana, monumental y artística, que con justicia fue llamada la “Segunda Roma”, la ciudad de los acueductos romanos, la del impertérrito Arco de Trajano, con más de dos mil años de su construcción, ciudad en la que nací, aunque luego de verdad que me siento y me tengo, con todo mi espíritu y mi corazón, como que soy de Mirandilla, mi pueblo del alma, más modesto y sencillo, como también yo lo soy. A él, días después de nacer, mis padres me llevaron a vivir para siempre, hasta que allí alcancé la pubertad. Aunque, de Mérida, siempre hay que decir mucho y bueno de su grandiosidad y de su monumentalidad.
Y es que, Mérida es cuna de las más puras esencias de Extremadura; fue fundada como colonia romana el año 25 a. C. por orden del emperador Octavio Augusto, para que sirviera de retiro y descanso de los soldados veteranos eméritos de las legiones romanas V Alaudae y X Gemina, que habían luchado victoriosamente en el norte de Hispania contra los astures y los cántabros.
Tras haber sufrido Mérida atroces invasiones de los “bárbaros del norte”, fue duramente maltratada y saqueada en sus numerosos tesoros, a partir del siglo V d. C., Mérida siguió siendo en el siglo VI un importante enclave y se convirtió en flamante capital de todo el Reino Visigodo. Pero, en el año 713, la ciudad cayó en manos musulmanas. Musa y sus tropas atravesaron el Estrecho de Gibraltar, saltaron primero a Sevilla y, después, fueron directamente hasta Mérida, ciudad muy codiciada y, también, duramente saqueada por todas las civilizaciones que la habitaron, hasta convertir en ruinas sus numerosos monumentos, permaneciendo en ella 437 años, hasta su reconquista por los cristianos el año 1230.
En reconocimiento a su esplendoroso pasado, en 1983, Mérida fue designada capital de Extremadura y su «Conjunto arqueológico» fue declarado por la Unesco Patrimonio de la Humanidad, debido a su importante interés histórico, artístico, arquitectónico y monumental. Ostenta el título de Muy Noble, Antigua, Grande y Leal ciudad, habiendo sido fundada Colonia Iulia Augusta Emérita, que le dio el legado Publio Carisio por orden de Octavio Augusto. Dichos soldados romanos se ubicarían mezclados cerca de un poblado prerromano ya existente, puesto que Estrabón, III, 2, 15, cita expresamente a Mérida entre las ciudades "sinoicísticas" (de población mixta, indígena y romana).
Sus ciudadanos romanos fueron adscritos a la tribu Papiria. Y, tuvo tal importancia que fue llamada la Segunda Roma, aplicándosele el propio derecho romano, que eximía a sus moradores de pagar impuestos.
Se inició después un periodo de gran esplendor del que dan elocuente testimonio sus magníficos monumentos: el Teatro Romano, Anfiteatro, Museo Nacional de Arte Romano, Casa del Mitreo, Circo o Hipódromo, Acueducto de San Lázaro o Rabo de Buey, Acueducto de Los Milagros, Puente Romano. Presas romanas de Proserpina y Cornalvo, la calzada romana de la Ruta de la Plata, de la que más 2.000 años después quedan evidentes vestigios en el mismo término de mi pueblo, Mirandilla, y que recorre España de norte a sur hasta Asturias.
Durante siglos y hasta la caída del Imperio Romano de Occidente, Mérida fue un importantísimo centro jurídico, económico, militar, cultural, nudo de comunicaciones y una de las poblaciones más florecientes en aquella época, a la que Ausonio catalogó en noveno lugar entre las más destacadas del Imperio (incluso por delante de Atenas), y en el siglo III se convirtió en la capital de la Diócesis Hispaniarum.
En 412, el rey alano Atax (o Attaces) conquistó la ciudad y estableció en ella su corte durante seis años, hasta que en 418 murió en una batalla contra el rey visigodo Walia y es esta rama de los alanos, por consiguiente, apeló al rey vándalo asdingo Gunderico para que aceptara la corona alana.
En épocas posteriores Mérida sufrió incursiones de los pueblos bárbaros hasta el asentamiento de los suevos, que la hicieron capital de su reino en el siglo V, bajo el mandato de Requila. Posteriormente la ciudad también fue capital del Reino Visigodo y, por lo tanto, de toda Hispania, en el siglo VI bajo el mandato de Agila I. En ese siglo sobresalieron las figuras de varios obispos, los llamados Santos Padres de Mérida, y el cristianismo se arraigó con fuerza y recobró gran impulso. De esta fe popular, da elocuente muestra la figura de la Mártir Santa Eulalia, patrona y alcaldesa perpetua de la ciudad, en cuyo honor se erigió el popular “hornito” de Mérida, de estilo gótico, que rememora el horno donde la joven Eulalia fue quemada por sus enemigos.
En el año 713 el caudillo árabe Musa ibn Nusair conquistó la ciudad tras 14 meses de resistencia de sus habitantes y ésta se convirtió en capital de la Cora árabe emeritense, una de las más extensas y poderosas de la península. A comienzos del s. IX, los mozárabes de la ciudad se rebelan sucesivamente contra el poder central cordobés, que necesitaba hacer sucesivas campañas militares para reducirla entre el 805 y el 835, hasta que Abderraman II ordenó construir la Alcazaba y desmantelar las murallas romano-visigodas que defendían la ciudad, quedando su población y poder gravemente mermado. Aun así, fue capital la mayor parte del período musulmán en lo que comprende el territorio actual extremeño, concretamente hasta la caída del Califato de Córdoba. Mérida fue sede Metropolitana hasta 1119, en que se trasladará a Santiago de Compostela.
A principios de 1230, las tropas cristianas del rey Alfonso IX de León, reconquistaron Mérida y la convirtieron en sede del Priorato de San Marcos de León de la Orden de Santiago. Una vez reconquistada, debería de haberse repuesto la sede episcopal más antigua de Hispania en la ciudad, pero debido a la negativa de los obispos de Santiago de Compostela, y al incumplimiento de una orden papal, no se llegó a reponer. Sería en época de los Reyes Católicos cuando la ciudad inició una recuperación política gracias al apoyo del Maestre de Santiago, don Alonso de Cárdenas, defensor de la causa de Isabel la Católica. La invasión francesa en 1813 supondrá para Mérida, igual que para el resto de Extremadura, una lamentable pérdida de parte de su patrimonio histórico artístico.
Pero Mérida se convertiría luego en importante nudo ferroviario, en un núcleo industrial y de comercio en alza. Un gran desarrollo que se llevó a cabo entre las décadas de 1950 hasta 1970 del Siglo XX con motivo de su industrialización (fue cuando se construyeron en ella el Matadero Regional-IFESA, Corchera Extremeña, CEPANSA, factoría de Butano, Centro de Fermentación del Tabaco, El Gavilán, La Cruz Campo, La Casera, Runianca-Siasa, Zeltia Agraria, etc.).
Con la designación de Mérida, en 1983, como Capital de Extremadura, la ciudad prosiguió su crecimiento. Junto a esta preponderancia política e industrial, la ciudad ha despertado, y sigue avanzando con un gran interés por parte de arqueólogos e instituciones que se afanan en sacar a la luz la inmensa riqueza arqueológica que alberga y que se continúa descubriendo en su subsuelo. Y todas estas circunstancias fueron las que motivaron que el Conjunto Arqueológico Emeritense fuera declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Con anterioridad, la ciudad ya contaba con veinte monumentos nacionales y algunos más en espera de obtener el mismo título. Por Decreto del 8-02-1973, en vísperas de conmemorarse su Bimilenario, Mérida fue declarada "Conjunto Histórico-Arqueológico", única ciudad que ostenta esa denominación en toda España.
En 1994 se constituyó la Archidiócesis de Mérida-Badajoz, recuperándose, de este modo, la antiquísima sede metropolitana emeritense y devolviendo la dignidad catedralicia al templo de Santa María la Mayor, heredero de la Catedral Metropolitana de Emerita Augusta. Los orígenes de este Arzobispado se remontan a la época romana, en la que tuvo doce obispados sufragáneos, según el Edicto de Milán. La Provincia Eclesiástica era el ámbito jurisdiccional del metropolita o arzobispo, y en lo que respecta a Mérida, cuya capital religiosa comprendía diócesis de origen romano tan importante como Ávila, Évora, y Faro; de origen suevo, Viseo, Coimbra, Idanha y Lamego; y de origen visigodo Corla, Béjar y Salamanca.
La historia de la Provincia Eclesiástica emeritense está plagada de afanes de dominio, unos de orden puramente eclesiástico y otros por influencia de los cambios políticos. Así, mientras los suevos respetaron la capitalidad de Mérida como sede del Vicariato Romano, sin embargo, los visigodos establecerían su capitalidad en Toledo.
Sin duda, los hechos de mayor gravedad en la historia de la sede metropolitana emeritense fueron los derivados de la ocupación por los musulmanes, que llevaron a la desaparición de la sede episcopal, y después, a la fuerte presión, incluso con sobornos, que el ambicioso obispo Gelmírez, de Santiago de Compostela, ejerció sobre los papas y la curia romana, primero para que le concediesen el “pallium”, (símbolo de la dignidad arzobispal), y después para dotar a esa dignidad de su correspondiente provincia eclesiástica.
La formación de estos nuevos instrumentos para fortalecerse en la defensa de los ataques musulmanes, primero, y proseguir la Reconquista, después, movilizó de nuevo al obispo compostelano, pues a pesar de las bulas conseguidas por la ambición del del obispo Gelmírez que confirmaban el traslado de la dignidad metropolitana de Mérida a Santiago, siempre tenía en su horizonte la posibilidad de que se restaurase en Mérida su antigua dignidad eclesiástica una vez estuviera de nuevo la ciudad y su territorio en poder de los cristianos, y así empezó activamente a trabajar cerca del rey Alfonso VIl, del que obtuvo la promesa de que le daría el dominio y la jurisdicción de la ciudad de Mérida cuando fuese reconquistada; no obstante, para mayor seguridad, el arzobispo don Pedro, en 1170, recabó del nuevo monarca Fernando.
Mérida fue reconquistada a los árabes por Alfonso IX, al igual que toda Extremadura en 1230, en cuya conquista estuvo presente don Bernardo, el arzobispo de Santiago de Compostela, quien desde el momento de poner pie en la ciudad se opuso firmemente a las pretensiones de algunos de solicitar la restauración de la que había sido sede primada de la Iglesia en Híspanla. El rey Alfonso el Nono hizo merced de la ciudad al arzobispo, el 2-06-1230.
Pues, en un plano muchísimo más sencillo y modesto, en mi caso concreto, cuando sólo contaba con 16 años, me marché a Ceuta, en 1958. Y, en ella permanecí luego un total de 27 años en las tres veces que voluntariamente quise volver a ella, porque aprobé hasta cinco oposiciones a la Administración del Estado, y cada vez que me promocionaba, me tenía que marchar de la ciudad por falta de vacantes; pero en cuanto, luego, se producía una plaza de mi nueva categoría, voluntariamente la solicitaba y, así, fue como conseguí volver siempre a ella, de manera que en Ceuta inicié mi vida profesional y en Ceuta me jubilé casi con 70 años, siempre muy ilusionado por haberlo conseguido, pues Ceuta me cautivó desde la primera vez y, en cuanto la vi, me quedé prendado de ella.
Y es que, en Ceuta, son preciosas sus vistas exteriores placenteras, su luz, su clara y diáfana luminosidad cuando en sus mañanas tempraneras la luz del alba anuncia un nuevo día y todo el horizonte amplio se va abriendo a la contemplación. Son preciosos su puerto y sus dos bahías, la ciudad recostada sobre la ladera del Monte Hacho, su fresca brisa de mar, sus numerosas playas, de San Amaro, Benítez, La Ribera, El Chorrillo, El Sarchal, El Tarajal, Almadraba, Benzú, Calamocarro, Cala del Desnarigado; con sus bonitas puestas de sol, cuando el mismo comienza ya a descender y, lenta y suavemente, se va introduciendo en la penumbra de las noches; pero hasta las noches son bonitas en Ceuta, cuando la luna llena se ve asomar, pletórica y resplandeciente, por lo alto del Monte Hacho.
Ceuta es de las pocas ciudades en que sus playas permiten bañarse con sólo una diferencia de unos quince minutos en el Atlántico y el Mediterráneo. Y, luego, como Mérida, también Ceuta es monumental y arquitectónica; ahí están sus monumentales Murallas Reales, la gran muralla del Monte Hacho y sus Murallas Merinidas, más otros importantes monumentos con los que cuenta.