“Hoy estoy negativo, pero supongo que es normal después de siete meses aquí. Ya estoy muy nervioso. Puedo entender que con la
crisis sanitaria nadie sabía qué hacer, pero ahora ya ha pasado mucho tiempo y seguimos igual”, lamenta al otro lado del teléfono Francisco Vázquez Quero. Este granadino de 56 años viajó hasta
Tánger el pasado 27 de enero con un objetivo que tenía entre ceja y ceja desde hacía mucho tiempo: casarse con su mujer, Rachida Talaimt, una marroquí de 38 años.
Francisco confiesa que cuando viajó a Marruecos “no había pandemia ni se hablaba de ella”, sino quizás sí que se lo hubiera pensado dos veces. Pero desde hace tres años él y la que ahora es su mujer solo soñaban con que llegara el 9 de febrero. Estos meses serán difíciles de olvidar para ambos, pero aquel día hace que todo merezca la pena.
Fue cuando Francisco y Rachida se casaban por el rito musulmán y de acuerdo a “las leyes del matrimonio que se encuentran recogidas en el libro sagrado del Corán”. Días más tarde, “como tenía el auto del Juzgado y Registro Civil de Granada y todo”, firmaron el matrimonio también en el Consulado de España en Tánger. Ahora solo faltaba conseguir el visado de reagrupación familiar que permitiría a la pareja vivir en Almuñécar, donde Francisco tiene su casa.
A pesar de tener el libro de familia y el visado, “no podemos volver porque ella no es española ni nacionalizada, pero si fuera al revés yo sí que podría venir a Marruecos a estar con ella”.
Tampoco tiene pelos en la lengua para criticar que la gestión de la Embajada de España en Marruecos ha sido “un desastre”. “Si toman represalias, me da igual. A estas alturas, si me tengo que ir en patera, me voy. Pero es la Embajada la que se supone que debería de hacer la repatriación y las listas con las personas y no una empresa privada. Además, los de reagrupación familiar estamos aquí totalmente abandonados y solo existe un silencio administrativo”, explica.
Francisco relata que muchos de los atrapados residentes en España que tienen casa en Marruecos “están vendiendo sus billetes a terceros con un sobrecoste”.
“Estoy sin vida porque me quiero ir a mi tierra”, continuó. Pero para eso parece que la única solución sería viajar en avión, que “ahí sí que no ponen pegas para los de visado de reagrupación familiar”, pero como viajó con su coche “preferiríamos la opción de volver en barco”. “Mis padres y mis abuelos lucharon por unos derechos que tenemos conseguidos y no es posible que ahora los hayamos perdido de golpe. Soy un simple español al que nadie hace caso, pero tengo derecho a volver a España con mi mujer”, reclamó.
La respuesta que le daba la Embajada no le convencía: “Tú te puedes ir, pero tu mujer no”. “Para mi padre la luz de sus ojos era mi madre y ahora la luz de los míos es mi mujer. No la voy a dejar aquí sola muriéndose de pena pensando que a mí me pueda pasar algo”, concluyó emocionado Francisco mientras recordaba su viaje de novios en Chefchaouen cuando aún no había comenzado una pandemia que levantó una
frontera entre su sueño y la realidad.