El día había salido bueno. Aunque ya estábamos en el mes de noviembre hacía calor. Se apetecía tomar algo en las terrazas de nuestra ciudad. Todo estaba a rebosar pero seguía en mi mente aquello que aconteció en la pasada noche. Me encontraba triste, mi mente estaba en otra dimensión. La falta de mis pies y de mis manos durante más de cincuenta años era un nudo muy grande. Empecé a recordar episodios de mi pasado con ella. Estuve en un viaje de negocios y una de las fantasías que siempre estábamos jugando era encontrar unas notas que nos dejábamos en algún rincón de la casa. Un juego muy infantil pero que nos hacía revivir ese cariño que siempre estábamos revitalizando. La rutina aparta poco a poco a las personas y eso era lo que no queríamos. Teníamos que convivir y buscar esa magia para que pudiéramos encontrar las explosiones en las interminables noches de falta de sueño.
No hace falta solo la pastilla azul, hace falta mucho más. Y contando que estábamos solos. Los nuestros ya tenían una edad grande y tenían sus familias. Ya éramos unos ancianos con tres generaciones. Teníamos bisnietos. Pero eso no quiere decir nada. Todo estaba como el primer día. Un botoncito y éramos una pareja de recién casados.
Nos dejábamos notas y una de ellas la habíamos enmarcado. Significaba muy para mí y para ella. En ella decía: “En la cercanía y en la distancia. Te quiero”.
Recuerdo cuando el médico nos dio la noticia. Esa que nos marco. Tenía un cáncer. No de esos que podíamos decir que la tendría durante unos años. Sino la que nos teníamos que despedir en breve.
Fueron diez días. Jamás pudimos pensarlo. Solo unos días donde nos volvimos a decir: Te quiero. Pero no con el alma, sino con todo lo que tenemos dentro de nosotros. Ella me dijo que me abriera al mundo. Yo era joven. Tenía que vivir los pocos días que me quedaran. Yo le decía que sin ella sería duro. Pero la prórroga ya se ha fijado. Solo un ser superior es el que sabe cuánto nos quedará.
Mi flor se marchitó.
Confieso que he llorado muchísimo. Solo cuando me visita mi nieta de 25 años es cuando me restablezco. Es el vivo retrato de mi esposa fallecida. Tiene su cara blanquita, sus ojos azules, su pelo castaño y su simpatía. Todo el día con la sonrisa en la boca.
Ella fue la primera en salir a mi rescate. Me preparaba la comida de la semana. Me ponía en los táper lunes, etc. Y el sábado y el domingo me arrastraba a la calle. A comer fuera y ver nuestra ciudad.
Yo le he contado muchas cosas de su abuela. Pero lo que no le conté fue lo que me pasó las otras noches. Estaba en el salón, viendo la televisión, serían cerca de las dos de la mañana cuando sentí caerse algo muy cerca de mi. Me levanté, encendí la luz y observé en el suelo el cuadro donde estaba la nota enmarcada. Esa que decía: Cerca o lejos. Te quiero.
Empecé a recapacitar, después de recogerlo y volver a ponerlo en su sitio. Era indudablemente una señal y de quién iba a ser, pues de mi esposa, Blanca volvía a jugar. Esta vez desde el más allá. Yo mentalmente le di las gracias. Y fue cuando caí rendido en el sofá.
En mis sueños apareció nuevamente ella. Era muy joven y me habló: Manolo cada día te quiero más. Aquí estoy aburrida. Pero deseo lo mejor para ti.
Me colmo de besos, caricias....
Y hoy estoy muchísimo mejor. Pero deseo que todos sepan que fui feliz y también ahora lo soy. Aunque haya perdido a Blanca.