Sin duda alguna la elección del Papa Francisco ha roto moldes. Cercanía, humildad, claridad...son los epítetos con los que se están definiendo sus primeros pasos al frente de la Iglesia. Una especie de torbellino revolucionario es el que los católicos y los no católicos quieren vislumbrar en el nuevo papado que durante los próximos años va a regir los destinos de la Barca de Pedro. La realidad es que nunca como ahora se había despertado una expectación mundial ante un importante acontecimiento como es la sucesión de un nuevo pontífice.
Con ser esto muy relevante, la historia eclesiástica del nuevo siglo no se podrá escribir ni recordar sin la decisión más trascendental que ha posibilitado este aggiornamento del papado: la renuncia o dimisión del Papa Benedicto XVI hoy ya Papa emérito.
Unos han querido ver en esa renuncia el agotamiento físico o la falta de fuerzas para afrontar un periodo convulso de la Iglesia por hechos tan graves como los escándalos sobre delitos de pederastia o las intrigas de palacio de la curia vaticana. Pero lo realmente digno de admiración y agradecimiento son las consecuencias de una decisión profundamente meditada y aceptada desde su soledad y responsabilidad.
Sólo un hombre en la plenitud de una gran fortaleza espiritual asentada en los sólidos pilares de la fe y la humildad puede haber dado un paso como el suyo. Su papado ha sido un puente entre un Juan Pablo II viajero, rompedor y un Francisco renovador que ha iniciado su camino descalzo de prejuicios y boato...
Benedicto XVI ha aportado una defensa sin titubeos y firme de los principios más elementales de la doctrina cristiana desde una elevada formación teológica proyectada en sus encíclicas, libros y reflexiones en documentos y conferencias que formarán parte, sin duda, del acervo doctrinal de la Iglesia.
Sus enseñanzas y advertencias sobre el peligro de un creciente relativismo en el desarrollo de la sociedad actual y un agresivo laicismo que pretende encapsular la libertad de expresión de los católicos han sido una valiente denuncia de los peligros que hoy, entre otros, acechan a la Iglesia del siglo XXI.
Un Papa polaco y otro alemán, antecesores del actual argentino, son la expresión más viva de la sabiduría divina que inspira la elección de los primeros mandatarios del sillón petrino. Polonia y Alemania se enfrentaron en una terrible guerra y luego se abrazaron a través de sus dos grandes hombres en un destino común para dirigir a más de mil millones de cristianos en el mundo.
La elección del Papa Francisco ha sorprendido a tirios y troyanos. La Iglesia, sin duda, esta necesitada de nuevos vientos que la alejen, quizás, de los vicios y debilidades de una sociedad que como la europea esta azotada por una durísima crisis económica, social e incluso política.
Esta crisis esta afectando muy seriamente a las costumbres y valores morales y éticos que en su día se asentaron en Europa desde una cultura de hondas raíces judeo-cristianas y que hoy se esta viendo degradada por la excesiva opulencia de una sociedad sumida en el consumo y corrupción de algunos de sus gobernantes.
Bienvenido sea pues, el nuevo pontífice Francisco pero sin olvidarnos también de que Benedicto XVI es, con su histórica decisión, quien ha abierto las puertas para que se haga posible lo que sin duda será, un difícil pero apasionante papado.