Esperaba que la Defensora del Pueblo, Soledad Becerril, acudiera ayer a la Plaza de los Reyes para comprobar, in situ, cómo están los 87 sirios que están acampados, ejemplificando así el bloqueo en el que se encuentran.
Esperaba porque, cuando menos moralmente, era la obligación de una institución como la que dirige Becerril acercarse a dicho asentamiento para conocer de primera mano el porqué de esta protesta, la situación en que se encuentran, qué pasa con las solicitudes de asilo en Ceuta, por qué un escapado de la guerra no reclama esa protección o qué sucede dentro del CETI para que las familias denuncien que determinadas escenas no pueden permitirse al menos cuando hay menores. Becerril no quiso conocer esa parte de la historia porque quizá su agenda era otra. Su paso por Ceuta terminó siendo un acto de pura galería: vino, se entrevistó con quien quiso, vio lo que le quisieron enseñar y se fue. Siendo ésta la primera vez que visitaba Ceuta, sorprende que toda una Defensora del Pueblo, supuestamente independiente, en cuyas memorias refleja cuantiosas críticas sobre la inmigración, terminara regalándonos todo un paripé mediático.
Toda una Defensora del Pueblo no puede despachar la pregunta de los periodistas sobre qué pensaba del problema de los sirios en Ceuta argumentando que “no puede concretar” mucho sobre este asunto. ¿Cómo que no puede concretar?, ¿cómo que toda una Defensora del Pueblo no puede hablar sobre el que hoy por hoy es el problema que más preocupa en materia de inmigración? Añade Becerril que hay que buscar una salida, una solución. Y aún me estoy preguntando cómo se llegará a esa salida si ella mismo, como representante máxima de la institución, no se ha interesado personalmente por lo que exponen estas personas.
Desconozco qué se perseguía con la visita de ayer, si acaso era una tomadura de pelo para escenificar la imagen de Ceuta tras el 6-F no se ha conseguido. Porque la imagen de la preocupación por el inmigrante, de la capacidad real para resolver la problemática existente a este lado de la frontera o del funcionamiento real y efectivo de las infraestructuras que tenemos a este lado del Estrecho no se logran con una ruta tan encorsetada, tan oficial, tan cerrada que más parece una broma.