Al final de la Avenida de África y vecina del conocido Hadú se abren las puertas a una zona bien pintoresca cuyo tesoros son grandes para parte de la ciudadanía. Es coqueto, entrañable y cruzar su umbral supone un regreso al pasado, de los que pocos quedan. Su fragancia a antaño todavía se respira por sus estrechas calles en las que pequeñas casitas, ahora vestidas de diferentes colores, invitan a sumergirse en un mar de calma y tranquilidad.
Es popularmente conocido como El Morro, pero este nombre le llovió décadas más tarde de sus orígenes, a los que hay que remontarse un siglo. Quizá pocos lo sepan, pero este barrio nació como General Sanjurjo y una gran placa rezando este nombre todavía da la bienvenida a la zona más antigua y originaria de la barriada.
Este segundo nombre se lo debe al pico de un monte que puede verse desde varios puntos del barrio y de la Nacional 352, postrándose así como uno de los más elevados de Ceuta y que en su parte más alta regala impresionantes vistas a la bahía sur y a gran parte de la ciudad.
Su origen se remonta a los inicios del siglo XX cuando las autoridades de la época ofrecieron una cesión de terrenos a los vecinos que quisieran instalarse en la zona. “Mi abuelo fue una de las personas que edificó una vivienda en la parcela que le habían cedido. En principio eran casas de planta baja con tres habitaciones, un tejado a dos aguas, casi siempre, y un pequeño patio”, apunta Félix Palma, quien puede presumir de ser uno de los vecinos más antiguos del barrio. “Además todas estaban encaladas, lo de pintarlas de diferentes colores vino más tarde”.
Hoy, muchos de los edificios se han remodelado para elevarse uno o dos pisos más. Durante esas reformas los vecinos se han encontrado con claros vestigios del pasado. “Las construcciones originales se hacían con grandes piedras y arena de la playa porque no había hormigón ni cemento. En algunas casas las vigas eran raíles del tren”, añade.
Félix recuerda los tiempos pasados con un doble sentimiento contradictorio cargado de añoranza. Esboza una sonrisa al recordar esa unión y familiaridad que existía entre los vecinos. Cuando se hacía vida en la calle, se intercambiaban a diario platos de lo que cocinaban o se entregaban a las verbenas que se organizaban en el llano de ‘La Carmelita’. Él nació en el barrio, en la casa-tienda que construyó su abuelo, ‘La Carmelita’, donde actualmente reside y se niega a abandonar. “Este barrio es parte de mí o yo soy parte de él, llámalo como quieras, pero es el gran capítulo de mi historia, de mi vida”.
El llano de ‘Las Carmelitas’ es una de las zonas más emblemáticas de esta barriada. Allí nació el ultramarino más antiguo de la ciudad que da nombre a la zona en la que ha permanecido durante casi ocho décadas, ‘La Carmelita’. El abuelo de Félix Palma edificó en esta parcela la residencia y tienda de la familia por la que han pasado tres generaciones. Sin embargo, ese conocido establecimiento, que aún viste el nombre de ‘La Carmelita’, no continuará con la herencia familiar desde que Félix se jubiló hace unos años y ninguna de sus hijas le ha tomado el testigo. El nombre tiene su origen en la abuela de Félix “que era una gran devota de la Virgen del Carmen. Además yo tenia una tía, hija de mi abuela, que también era Carmen y de pequeña le decían Carmelita”, explica.
No era el único establecimiento de comestibles en la zona. En las cercanías se ubicaba ‘La tienda del montañés’, “que frecuentaba Eduardo García Revuelta”, y en cualquiera de ellas se podían encontrar desde arenques ahumados en barriles o jamones hasta carbón, petróleo y cal “para encalar las fachadas de las casas”.
En la zona más antigua del Morro, justo en una de las calles perpendiculares al conocido cruce, se erige hoy un moderno edificio que ha remplazado a una casita blanca de planta baja. Por aquel entonces allí vivía una señora llamada Pepita y cuya labor era preparar a los niños más pequeños antes de que iniciaran su etapa escolar. Ese lugar en términos actuales se podría traducir como un parvulario, aunque entonces era conocida como ‘La Escuela de los cagones’. “Porque todos éramos niños muy pequeños y nos llamaban los cagones”. Una escuela ‘privada’ que no todos podían costearse y donde los niños aprendían a leer y a escribir antes de comenzar con seis años los estudios en el colegio del Estado de la barriada Sanjurjo.
En la parte “alta” del Morro se encuentra un centro educativo, el Maestro José Acosta, cuyos orígenes se remontan al primer cuarto del siglo XX. Por aquel entonces era un colegio del Estado, el de la barriada Sanjurjo, y se componía de tres unidades: un parvulario, un aula para niños y otra para niñas. Se encontraba ubicado en el conocido ‘Llano del Morro’ y era el único colegio de la zona. A principios de los años 60 se demolió para construir en su lugar la nueva ‘Escuela Normal de Magisterio’, más conocida como ‘La Normal’, que venía a reemplazar la existente en la calle Marina Española. La planta baja del edificio albergó al colegio público, que cumplió la doble finalidad de dar cobertura escolar a las barriadas colindantes (El Morro, Las Carmelitas, O’Donnell...) y servir de colegio de prácticas para los alumnos que se estaban formando en la ‘Escuela Normal’. De este modo, pasó a llamarse ‘Colegio Normal de Prácticas’ (1963), y por estar separados los alumnos en función del sexo se dividió en dos colegios diferentes, recibiendo los nombres de ‘Colegio Nacional de Prácticas femenino’ y ‘Colegio Nacional de Prácticas masculino’. Su unificación llegó en el año 1983, cuando recibió el nombre de ‘Colegio Público de Prácticas Mixto’. Su nombre actual lo adoptó en el año 1995, que lo tomó de uno de sus maestros más representativos, José Acosta, denominándose en la actualidad ‘Colegio de Educación Infantil y Primaria Maestro José Acosta’.
Los vecinos del Morro viven entre pintores. Velázquez, Murillo, Zurbarán o Claudio Coello, entre otros muchos, dan nombre a todas sus calles excepto una, la del ‘Flecha Bermúdez’, que rinde homenaje a un chico, un flecha, que formaba parte del puesto recreativo que tenía La Falange en el barrio. El joven tuvo un accidente en el cruce del Morro y falleció. A raíz de este trágico suceso se decidió honrar al flecha que se apellidaba Bermúdez y que hoy todavía permanece en la memoria de todo el vecindario.
Muchos de los vecinos con más edad de Ceuta es probable que hayan escuchado hablar o hayan conocido a uno de los personajes que pululaban por la geografía caballa y destacaban por su mayor o menor gracia, su antipatía, su difícil existencia o, por desgracia, por ser burla de todos, como era el caso de Tobalo. Un vecino del Morro que padecía una discapacidad y al que Félix Palma define como “un peculiar personaje”. Vestía siempre un sombrero y un bastón, “y los niños se metían con él. Entonces enfurecía y todos salían corriendo porque como te diera un garrotazo no ibas a por otro”, recuerda.
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