Tengo que dar las gracias por haber confiado en mí, y tener este testimonio, tan simpático, que os voy a contar seguidamente:
Hace muchos años, imagínate, yo era una chavalina, me encontré en la carretera, allá donde están las espaldas del edificio de Correos, un anillo, para los materialistas, no tenía ningún valor, era de bisutería, tenía una piedra de color verde y el aro era blanco, imitación a plata.
Yo entusiasmada, al lado de mis hermanas, me lo puse en la mano y allí permaneció hasta hoy, que te lo voy a enseñar, no te enamores de él ya que es una joya, de mi pertenencia.
Me trajo, desde ese preciso momento, una suerte muy grande, yo incluso lloro, de tantos recuerdos.
Cuando algo tenía que hacer, por ejemplo un examen, conocer algo nuevo, agarraba mi amuleto, le daba varias vueltas y lo besaba, era suficiente, para que todo saliera “a pedir de boca”.
Por eso cuando ya una tiene tantos años y observando algunas cosas, tuve una decisión muy fuerte.
A mis 73 años, ¿para qué quiero tener esa defensa personal?, habiendo personas, de este mundo que le haría falta ese “tente en pié” de la suerte.
Con toda mi voluntad, me fui a casa de mi hija, la verdad, que es una chica muy buena, pero todo le sale mal y llevaba ya, en mi mano, una pieza mía, para regalársela.
-Ana quiero darte lo más valioso que han podido darme.
Desde que lo tengo soy una mujer tocada por un “algo”, que no sé cómo definirlo, pero te prometo que he sido la mujer más feliz del mundo, y sino es así, pues la segunda.
Se que tú has tenido muchas cuestas arriba en esta vida, por eso deseo ayudarte y darte lo más valioso que tengo.
Le puse la palma de en su mano derecha, mi tesoro, mi anillo de la suerte.
Ella se quedó mirándome a los ojos, y con una sonrisa muy grande me dijo:
-Mamá, ¿tú te crees que con esta baratija me vas a comprar para el futuro?
-¿Qué quieres decir Ana?
-Que en vez de darme esto, dame algo de tus alhajas.
-Tú creo que no has comprendido.
-Creo que sí.
-Mientras a las demás les das dinero y amor, a mí me das esta baratija.
Me quedé cortada.
No supe reaccionar.
Solo lo que vino a mi mente fue cogerle mi suerte y marcharme de aquella casa.
Mi conclusión fue abrumadora.
“Solo nos quieren por el valor de nuestras acciones”.
Pero no pensar en que desprenderse de esa pieza, era para mí como dar mi corazón.
Eso que quería para mi hija emprendiera un nuevo camino en esta vida.
Eso sí guiada por ese anillo que tengo tan fielmente resguardado.