Ceuta es un lugar que ofrece unas favorables condiciones para el desarrollo de la vida. Nuestro clima es benigno, ya que las temperaturas se mueven en una franja templada y las lluvias son suficientes para el crecimiento de árboles y plantas. A esto se suman algunos fenómenos meteorológicos singulares, como las espesas nieblas veraniegas. El famoso taró -que es como se conoce a estas nieblas típicas del verano ceutí- aporta unos niveles de humedad que mantienen en buenas condiciones a la flora local. Quizá el principal problema de Ceuta sea la inexistencia de cauces permanentes de agua debido, entre otras cosas, a lo abrupto y quebrado del terreno, así como a la fuerte pendiente de sus laderas. Contamos con algunos manantiales, pero no con la suficiente entidad para garantizar el suministro a la población. Por esta razón, desde los orígenes de la ciudad, fue necesario construir acueductos, aljibes o grandes balsas, como la que se conserva en el llamado Barranco de Hierro.
El patrimonio arqueológico e histórico relacionado con la captación, almacenamiento y distribución del agua en Ceuta es importante, tanto desde el punto de vista cuantitativo, como cualitativo. El más antiguo de estos elementos es el conocido acueducto romano de Arcos Quebrados. Los últimos estudios sobre esta obra de ingeniería hidráulica corroboran su antigüedad, aunque siguen quedando incógnitas por resolver respecto a este interesante y valioso elemento patrimonial. Por desgracia, la destrucción del acueducto por un desaprensivo en los años noventa, así como la completa transformación del entorno del monumento por las distintas obras de urbanización de su espacio circundante, van a impedir dar respuesta a muchas de las preguntas que se plantean los investigadores sobre el acueducto de Arcos Quebrados.
El acueducto de Arcos Quebrado, según contaba al-Bakri en el siglo XI, conducía el agua desde el actual arroyo de las Bombas hasta unos grandes aljibes situados en las inmediaciones de la mezquita principal de Ceuta, sobre la que se construyó la catedral de la Asunción. Uno de estos grandes aljibes pudo ser el que se conserva junto al yacimiento protohistórico ubicado junto a la seo catedralicia. Desde estos aljibes el agua se distribuía por la Medina ceutí. En la excavación arqueológica que dirigí hace ya unos cuantos años en la esquina de la calle Dos de Mayo y Jaúdenes (enfrente del bar “La esquina ibérica”), documentamos una canalización de agua de gran tamaño que debió servir para la distribución del agua por toda la Medina aprovechando la mayor altura de la calle Jaúdenes en el contexto del istmo. Estos restos, una vez documentados, se volvieron a cubrir con gravilla para preservarlos. Pienso que sería interesante recuperarlos y mostrarlos al público dada la singularidad de esta estructura hidráulica.
El agua de los arroyos no sólo se utilizó para el abastecimiento de la población, sino que también sirvió para la producción agrícola y el funcionamiento de molinos. Al Ansari señalaba la existencia de un elevado número de molinos y explotaciones agrícolas en lo que hoy conocemos como arroyo de Calamocarro. Testimonios del aprovechamiento del agua y de los fértiles suelos de esta zona son los restos de presas en distintos puntos del arroyo y, al menos, dos torres de alquerías: la de la Huerta de Regulares y la de la Fuente de la Higuera. Esta fuente sigue dando agua y es frecuente ver a ceutíes llenando garrafas para el consumo doméstico. Otro punto habitual de obtención de agua es la llamada fuente de la Victoria, próxima a la carretera que une Benitez con Benzú. No son pocos los investigadores, entre los que nos incluimos, que identificamos este manantial con la célebre Ma Al Hayat (fuente del agua de la vida) custodiada por el misterioso personaje llamado al-Khidr. A estas dos fuentes señaladas se suman otras muchas repartidas por el Campo Exterior y algunas por la Almina y el Monte Hacho. Se trata de un patrimonio hidráulico muy interesante y poco conocido en nuestra ciudad.
Como venimos contando, la necesidad de disponer de agua -fundamental para la vida, la higiene y el desarrollo de muchas actividades productivas- obligó a los pobladores de Ceuta, desde las primeras etapas históricas, a idear sistemas para la captación de agua de los arroyos y de las lluvias. Los aljibes se convirtieron, desde al menos época medieval, en un elemento indispensable de las casas y edificios erigidos en Ceuta. Los grandes cuarteles que se construyeron en Ceuta a partir de mediados del siglo XVIII contaron con grandes aljibes. De ellos se conservan algunos, como el del cuartel de la Reina (actual Campus Universitario) o el del Pabellón Principal de la fortaleza del Hacho. Otros, como los existentes en el Cuartel del Revellín, fueron destruidos por el llamado “avance de la modernidad y el desarrollo urbano”. Tuve la suerte de ver algunos de estos aljibes durante los trabajos de documentación arqueológica previos a la construcción del Complejo Cultural de la Manzana del Revellín y puedo dar testimonio del descomunal tamaño de estos depósitos de almacenamiento de agua.
Quizá una de las obras hidráulicas más importante construidas en Ceuta fuera el conjunto de grandes balsas construidas en el siglo XVIII en el extremo nororiental de la Almina y en la vertiente norte del Monte Hacho. Las existentes enfrente del cuartel de las Heras desaparecieron todas o quedaron ocultas bajo los cimientos del Hospital de la Cruz Roja. Sin embargo, aún se conserva una de las tres balsas situada en una de las ramblas del Monte Hacho. Se la conoce como balsa del barranco de Hierro, cuyo tamaño impresiona a cualquiera que se acerque a ella. La mayoría de los ceutíes desconocen su existencia, ya que no está a la vista de todos. Las autoridades competentes en materia de protección del patrimonio cultural tampoco la han incluido en la relación de elementos protegidos, ya sea por la normativa urbanística o por la cultural.
La invisibilidad de los bienes culturales tiene su parte positiva y negativa. La positiva es que se libran de la acción de los expoliadores, pero la negativa es que pueden ser alterados o destruidos sin importarle a nadie, incluyendo a los responsables de su protección y mantenimiento. En el caso concreto de la balsa del barranco de Hierro, los vecinos de la barriada de San Amaro saben de su existencia y andan preocupados por la cantidad de agua que puede acumular y el peligro para sus viviendas y para sus ocupantes en caso de rotura. Entendemos su preocupación, pero hay medios para evitar este peligro sin tomar la drástica propuesta de solicitar el derribo de esta balsa del siglo XVIII. La limpieza periódica del interior de la balsa y la correcta evacuación del agua acumulada mediante un eficaz sistema de canalización evitaría daños tanto a este elemento patrimonial, como a los vecinos.
Los ceutíes hemos heredado un importante y valioso patrimonio natural y cultural que, como toda herencia, supone, al mismo tiempo, una suerte y una responsabilidad. Hemos necesitado mucho tiempo y demasiada destrucción indiscriminada para que la ciudadanía tome conciencia del valor del patrimonio natural y cultural. Todavía nos queda por dar un paso importante, como es pasar del pensamiento a la acción en materia de protección del patrimonio cultural. Para hacerlo posible, se requieren medios económicos, humanos y técnicos que hasta la fecha son muy escasos, sobre todo si los comparamos con los que se dedican al capítulo de “embellecimiento urbano” y la “nueva construcción”.