Los pasillos del centro de salud del Tarajal, contiguo al hospital, están vacíos: apenas hay tránsito de sanitarios en una jornada tranquila. En una de las consultas está Rosa Rodríguez. Enfermera de equipo en este ambulatorio, aprovecha para gestionar por vía telemática las citas de Enfermería.
Viste un pañuelo en la cabeza que se hizo ella misma. Se disculpa de antemano por si no sabe responder a algo. Ella es una de las caras de la Atención Primaria en Ceuta y, como Rodríguez, muchos de sus compañeros se hacen cargo del peso de los pacientes que presenten síntomas de coronavirus: son la primera línea en la casi segura segunda oleada.
No le da mayor importancia al hecho de haber estado en contacto directo con enfermos de COVID-19. “Cada uno elige una profesión y llega un momento en el que...”. Sin acabar la frase, mirando a los ojos, suelta: “Donde me manden, donde me digan, lo que sea”.
Claro que ella ha tenido miedo. Estaba presente. Cuenta que había gente que tenía esa sensación “y no lo decía”. También otros que sí lo expresaban, y luego algunos que “intentaban mantener la normalidad”.
No dudó ni un instante aquel día que empezaron a formarse los equipos de Primaria, a montar los dispositivos para ir a los domicilios a hacer las pruebas PCR. “Me ofrecí voluntaria para lo que hiciera falta”, cuenta.
Una decisión de la que nada se arrepiente y, a pesar del miedo presente a menudo, considera que aquella experiencia ha sido “fabulosa”.
“Me siento orgullosa de haberlo hecho. No he hecho más que otros compañeros. Otros que lo han tenido que hacer aunque no fuesen voluntarios lo han hecho, pero yo fui voluntaria junto con otro grupo de profesionales. Y ha sido una experiencia buenísima. Ir a los domicilios, hacerles las pruebas PCR a los pacientes, el estudio de seroprevalencia...”, recuerda.
Salir en esos primeros compases del estado de alarma a recoger muestras y hacer estas pruebas, que siempre se realizaban en la puerta de la casa, “a no ser que fuese un paciente inmovilizado en la cama”. Y ver el miedo en las caras de sus vecinos.
“La gente tenía muchas reservas de contagiarse, no querían, tenían miedo incluso de venir aquí, de venir al hospital o al centro de salud”.
Ese sentimiento se fue domesticando gracias a la formación que les impartía el personal del 061, al conocimiento adquirido de los frecuentes talleres a los que asistían sobre la enfermedad. “¿Preparados? No estamos nunca para nada”, desliza esta sanitaria con 13 años de experiencia en Primaria.
Como persona y profesional, echa la vista atrás y rememora lo que se veía en televisión y lo que se podía leer en las noticias. “Eso no estaba pasando en Ceuta”.
IFEMA, los muertos que se contaban por centenares en Madrid. “Tú te comparabas con lo que pasaba allí y decías ‘Dios mío, somos unos afortunados”, confiesa.
No obstante, está preocupada por la imagen que ve en las calles de nuestra ciudad.
“Tenemos que empezar a vivir, a trabajar, tenemos que volver a la normalidad, pero respetando la distancia. Tú no sabes si yo tengo el virus, y yo no sé si tú tienes el virus. Te quiero mucho, eres mi amigo, te aprecio un montón... pero no, no y no. Prudencia. Prudencia”, repite.
Sobre todo entre los jóvenes. “Adolescentes y gente joven no están guardando las distancias…”, lamenta Rodríguez.
Pero, al final, son patrones que esta sanitaria ve que se repiten: “Estamos deseando que pase todo para volver a lo mismo. Como la crisis que hubo hace unos años con el boom inmobiliario. Pues ahora igual. Estamos deseando volver a la normalidad para volver a consumir, volver a contaminar el planeta, y eso ya no tiene vuelta atrás…”.
Ella también quiere volver a esa rutina con su marido. Pero no por el momento, así que continúa con los protocolos: “A la entrada tengo mi toalla desinfectante, dejo los zapatos en la puerta, la ropa la lavo a 60 o 40 grados. La mascarilla me la ponía incluso cuando no se obligaba su uso, pero soy personal sanitario”, con todo lo que conlleva. “Y no... todavía el virus no se ha ido”.
“Hay momentos que dices tú ‘jolín, estoy aquí tan pancha y a ver si tengo el virus y se lo estoy contagiando…’. En mi caso estamos mi marido y yo solos en casa”. Esboza una media sonrisa entre resignada y concienciada.
Y añade: “Pues llevo meses sin dar un beso a mi marido. Sin darle un beso…”.
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