Los Bomberos llevan días soportando los ataques de un grupo de personas que idean emboscadas para, tras provocar un incendio, esperar su llegada con el único objetivo de apedrearles. Les arrojan bloques de grandes dimensiones, les insultan, se mofan... y así día tras día. Es la escenificación de un sin sentido, de un atacar por atacar, de un menospreciar a unos profesionales que están ahí, precisamente, para evitar males mayores y para, en definitiva, salvar vidas. La postura de quienes están detrás de estos episodios no puede ser ni defendida ni protegida por nadie. Sin embargo, tras la práctica de lo que se ha convertido en costumbre, no reciben reprimenda alguna, volviendo a repetirse día tras día el suceso.
Ante esto la Administración puso en marcha un protocolo que no funciona, porque los mismos profesionales lo denuncian. Ese protocolo se traducía en la presencia de escolta policial cada vez que los profesionales del SEIS tenían que acudir a determinados puntos considerados sensibles. No la está habiendo, aun cuando ya de por sí constituya todo un fracaso del sistema que tengamos que colocar escolta porque, de otra forma, somos incapaces de solucionar el problema. Pero fue el invento de la Administración, esa que se jacta de controlar todo lo que pasa en nuestra ciudad mientras cada vez presenta más agujeros que un colador. Había que proteger a los Bomberos, eran incapaces de atajar los brotes de delincuencia callejera y se asomaron a la galería mediática firmando un protocolo de protección que son incapaces de cumplir. ¿El resultado? Tenemos a unos Bomberos hartos, a una clase política desaparecida y a un grupo de niñatos-no niñatos crecidos y fuertes porque se ven capaces de amedrentar a unos profesionales y salirse con la suya.
Suena a chiste, pero no es más que el ejemplo de la triste realidad que nos va comiendo, que amenaza cual sombra difícil de erradicar por mucho que las luces de los festejos hayan supuesto un paréntesis buscado entre tanta falta de control.
Si el sistema funcionara nos toparíamos con una realidad bien diferente a la que padecemos día tras día, una realidad en la que unos pocos son capaces de sostener la sartén del mango porque nunca nadie ha sabido ni cómo arrebatársela ni cómo conseguir que haya un cambio, un giro, una solución a lo que, cual día de la marmota, se repite cada ciclo, por año, por épocas, según convenga.