En realidad lo somos todos. Lydia Lozano con Ylenia. La Aldón con los sufrimientos de los demás. O los aplaudidores del covid19 que callan cuando las quejas se refieren a los honorarios o la precariedad de sanitarios. Somos todos unos asintomáticos. No solo los que cogen puerta al modo” Ancha es Castilla” porque ellos ya están contagiados, pero no se mueren de dolor por la enfermedad. Así que en vez de quedarse en su casa a hacer la cuarentena, se pasean alegremente por todas partes para repartir amor universal al modo Nati Abascal. Lo peor de esto es que no somos francos ni con nosotros mismos. Predicamos con lo que creemos que nos va a hacer más populares al modo Yiya de “Supervivientes” que la cría debe tener el Bar bajo cero y anda despotricando de toda marioneta que tenga cabeza. Presume de enfermedad no diagnosticada, bordeando el asunto supongo que para crear morbo de una cosa que nos afecta a todos los que nos tomamos la ansiedad a pecho, la tristeza la envasamos en nuestro propio cuerpo o nacemos con las formulaciones químicas del cerebro alteradas. Lo cierto es que nos gusta mirarnos el ombligo y ser lo mejor del rebaño, aunque sea -como los niños pequeños- haciendo gracietas para que todos los demás se rían. En el curso de mis hijos, el delegado por aclamación popular era un crío repetidor que iba a clase como un mero trámite porque le obligaban a ir y punto. Mercedes Escolano les podría explicar lo que pasa en la Educación cuando a alguien lo obligas a compartir aula por Decreto, más o menos lo mismo que zamparte las Matemáticas o la Física y Química de Secundaria a pecho lobo sin que se den explicaciones o tutoriales porque el covid19 es una manta Paduana que tapa absolutamente todo. Uno de los vecinos de mi barriada- al que al ser de casitas bajas no le daba el protagonismo palmario de cada noche a las 8 - no dudaba en subirse al techo y pasearlo de palmo a palmo todo fuera integrarse. Los golpes en el pecho son así porque igualan más que las homologaciones y los raseros. Nadie quiere ser un asesino ni dice en un wassap” si hay que matarnos se hace, cabessa” como el gaditano acusado de homicidio, sino que presume de ser gente forma y seria hasta que tienes que llamar a la Policía porque parece que va a matar a su mujer a las cinco de la mañana, a puro grito en mitad de una pelea. Los asintomáticos son esa especie elegida para sobrevivir matándonos a todos con su irresponsabilidad, caradura y desparpajo que ostentan esos que se reúnen de quedada sin importarles contagiar, porque solo salir de rezar ya está pensando en cómo hacerle la puñeta a alguien. Asintomáticos de mucha o poca monta, de ir de la mano cuando hay que ir con guantes y mascarilla, de fugarse de hospitales y no reconocerlo porque la chulería está muy bien hasta que le vemos los bigotes al picoleto. Y persistimos, si no que se lo digan a Lydia que sembró el dolor en una familia y luego reintenta y reintenta en una vana agonía para seguir en el candelabro que dijo la Mazagatos que desapareció como la inteligencia de la que siempre fue asintomática. Es curioso el efecto tiempo que se impone en las hemerotecas, no dejando títere con cabeza a poco que cojan amarillo sus páginas. Al Covid19 no le recordaremos porque le sobrevivimos, siendo asintomáticos de razón, perplejos los dioses de que hayamos sobrevivido tanto como Rocío Flores en “Supervivientes” porque nació en una portada protagonizando exclusiva y ahí sigue asintomática de unas oposiciones, o de un trabajo de diez a diez de cajera en un supermercado. Seguramente será porque los sueldos de los cajeros no dan para mucho, pero el dolor de pies al final de su jornada de trabajo solo es comparable a la frustración de los sanitarios cuando los asintomáticos se pasean con total impunidad por las calles, llenándoles los hospitales de nuevos casos que han originado con su mala leche.