Hace unos días, mientras veía un partido por la tele, me dediqué a pensar los cambios que ha experimentado el fútbol desde aquellos lejanos tiempos en los que iniciaba mi gran afición por este deporte. Aparentemente, todo sigue igual, pero en realidad se ha producido un montón de variantes que, sin duda, sorprenderán a cualquier persona nacida a partir de los años 50 del siglo XX.
Para empezar, los postes y el larguero de las porterías no tenían la actual forma circular, sino que eran cuadrados. Esa diferencia ha supuesto que ahora entren goles que antes no se hubiesen logrado, y también lo contrario, según dé el balón en la madera. La iluminación de los campos surgió allá por los finales de los citados 50.
No se celebraba esa moderna ceremonia inicial de recogida del balón por el árbitro y de darse todos la mano Los equipos no salían al campo juntos y con los árbitros delante, lo hacían por separado, con lo cual el público podía disfrutar aplaudiendo a los suyos y silbando al contrario, Tras ellos salía el equipo arbitral, compuesto exclusivamente por el que iba a dirigir la contienda y dos jueces de línea. Lo del cuarto árbitro y, en competiciones internacionales, los dos “jueces de puerta” ni se soñaba. Es más, los “jueces de línea” se llaman ahora “árbitros auxiliares”.
Al contrario que en la actualidad, existía entonces un único color, el negro, para la vestimenta de los árbitros. Lo echo de menos, pues aún se me hace difícil comprender que un señor vestido de cualquiera de los colores del arco iris sea el juez del partido. ¿Se imaginan a los severos jueces y magistrados que dirimen cuestiones penales o civiles vistiendo togas de colores? Creo que ser el juzgador de cualquier contienda, por banal que parezca, es algo serio que debe revestirse con la necesaria formalidad
Los jugadores llevaban pantalones bastante más cortos que ahora. En su equipación no figuraba publicidad alguna, ni tampoco nombres o números; solamente el escudo del club; había que distinguirlos por sus físicos. Cuando un portero tenía el balón en su poder, debía ir botándolo hasta que lo enviaba hacia el centro del campo. Podía recoger con las manos las cesiones de sus compañeros, estando permitido que esa jugada se repitiera una y otra vez, lo que producía la exasperación del público cuando tal práctica la realizaba el equipo visitante con la finalidad de perder tiempo.
Las tarjetas no existían, de forma que las amonestaciones eran simplemente verbales, y la expulsión tenía lugar con un solo gesto del árbitro, a quien, para mandar “a la caseta” al infractor, le bastaba con señalarle el camino de los vestuarios.
Los balones eran de cuero y de color marrón. Las botas, lo mismo, mucho más pesadas que las actuales. No se producían esos rápidos cambios de balón de ahora en los saques de banda o de puerta, de forma que lo normal era terminar el partido con el mismo que se inició el partido. De ahí la costumbre de permitir que el jugador que lograba un “hat-trick” pudiera llevárselo a casa al finalizar el encuentro. Aquí, en el “Alfonso Murube”, el delegado de campo sacaba otro balón cuando el que estaba usándose caía fuera del campo por la grada de general. No se si ahora se sigue haciendo, pero entonces había siempre un grupo de chiquillos esperando que la pelota “se embarcara”, pues se dejaba entrar gratis al que la devolvía.
No existían cambios de jugadores. Si alguno se lesionaba y no podía seguir jugando, el equipo se quedaba con uno menos, de forma que cuando el retirado era el portero, tenía que ponerse bajo los palos un jugador de campo. Tampoco existía ese pequeño marcador luminoso que ahora señala los cambios y el alargue por el tiempo perdido; esos minutos solo los conocía el árbitro. El fuera de juego se pitaba aunque el jugador infractor no interviniera en la jugada. Hasta nuestro estadio ya no es igual. Sigue en el mismo sitio pero con sus gradas de gol mucho más altas y habiendo sufrido otras modificaciones, como el emplazamiento de los vestuarios, que antes estaban bajo la grada sur. Además, no había asientos individuales; todo era cemento.
Muchos cambios, pero, en lo esencial, el fútbol sigue siendo igual. Un árbitro, un balón y once contra once, tratando de meter goles en la portería ajena y de evitarlos en la propia.
Podría haber escrito sobre la gran invasión fronteriza del pasado viernes (mi deseo de pronta mejoría a los heridos, y en especial para los Guardias Civiles que resultaron contusionados en el cumplimiento de un deber cada vez más complicado) ni sobre determinado informe del Instituto Elcano referido a la evolución poblacional que experimentan Ceuta y Melilla y a sus posibles consecuencias.
Podría haberlo hecho, pero al final decidí no ahondar en las heridas y tratar de fútbol. Quizás sea lo mejor.