Se celebra este año el Centenario de la supresión del antiguo Penal de Ceuta que, tras su desaparición fue dejado en un simple presidio militar; habiendo sido el entonces Presidente del Gobierno Canalejas el que, viendo los futuros planes de España respecto de Marruecos para implantar un Protectorado en dicho país, junto con Francia, acordó en 1910 suprimir el Penal de Ceuta, aunque la supresión no se pudo llevar luego a cabo hasta el año 1912, fecha en que fueron trasladados los últimos 400 presos a otras prisiones. Precisamente, en atención a este hecho se denominó Canalejas a la calle de Ceuta del mismo nombre. Y es que tal medida resultó ser muy favorable para esta ciudad, porque supuso un importante punto de inflexión. A partir de entonces, se incrementaron aquí de forma espectacular las obras públicas, el comercio y la industria, lo que supuso un aumento de la mano de obra y un incremento sustancial de la población, que en pocos años pasó de 24.000 habitantes en 1910 a los más de 35.000 habitantes de 1920. Pero, antes de referirme a los motivos por los que el célebre político arriba epigrafiado estuvo preso en Ceuta, veamos cómo estaba organizado por entonces el viejo Penal, al que ya me he referido en otros artículos anteriores.
Ceuta había venido siendo hasta entonces presidio y plaza militar fuerte, y de ello venía haciendo su principal medio de vida. Su comercio había estado limitado a las necesidades casi exclusivas de la población militar y penitenciaria, y gran parte del mismo estaba en manos de hebreos; había algo de agricultura en el campo exterior, ocupando a colonos y presos, y abundante pesca. Pero, en realidad, la ciudad había vivido de las llamadas “doce cosechas” del año, que consistían en que cada mes venía un barco de la Península y traía nuevos presos para el penal, en bastantes ocasiones acompañados de sus familiares que necesitaban casas donde alojarse y servían de nuevos clientes para el comercio. Ceuta era como dos ciudades dentro de cuatro recintos fortificados: 1º: Interior de la ciudad nueva, llamada Almina, en las estribaciones del Hacho y al otro lado del Foso. 2º: Exterior de esa misma nueva ciudad y Monte Hacho. 3º: Interior de la población vieja, en la parte más extrema del itsmo, desde el foso de la Almina a las fortificaciones del campo exterior. Y 4º recinto: Campo exterior o zona que quedaba fuera de las murallas.
Con anterioridad a la desaparición del Penal, hacia 1885, la vida penitenciaria era parte integrante de la misma ciudad, hasta el punto de que había cierta dependencia orgánica entre los libres y los penados. El número de presos solía oscilar entre dos mil y tres mil. Gaspar Núñez de arce, poeta, periodista y cronista de la Guerra de África, refería entonces sobre el Presidio, entre otras cosas: “El Primer recinto o interior de la nueva ciudad, mantenía dos establecimientos penales: Talleres y Hospital. Talleres era un viejo edificio, antiguo Convento de San Francisco, insuficiente y en ruinas; tenía bajos y una planta. En los bajos se ubicaban los Talleres y en la planta las oficinas de Ayudantía y cuadra de la Brigada. Aquí, concurrían penados de los cuatro períodos, los que tenían un oficio y querían trabajar. En la calle Soberanía Nacional, actual C/. Real, cerca de los desmontes del Molino, estaban los enfermos y enfermeros del segundo período.
El Segundo recinto de la ciudad albergaba dos establecimientos: Cuartel Principal y el Hacho, junto al cuartel de Las Heras, del que era medianero; era rectangular y con un área de 4.500 m2, de los que 884 correspondían a cuadras o sitios donde se alojaban los presos y 3.316 al patio. Allí empezaba la vida penal y estaba incluida en el Primer período que se prolongaba hasta concluirla mitad de la condena. Dentro de este Período la vida penal tenía cuatro categorías: trabajos forzados; castigados a cadenas, que explícitamente tenían que llevar cadena al pie; reclusos corrientes, que formaban el grueso principal; recluidos en calabozos de castigo. Luego estaba el Hacho, dentro de la Ciudadela, en lo alto del monte y entre las murallas. Era un cuartel con cinco naves o cuadras, espacioso y con techos altos, con una sección de calabozos de castigos muy duros. Aquí se encerraba a los incomunicados que se dividían en tres clases: Políticos, incorregibles y militares.
El Tercer recinto o interior de la ciudad vieja comprendía un cuartel llamado Barcas. Aquí se alojaban los penados del Segundo período, trabajadores todos en servicios públicos: aguadores, encargados de Rastrillos, policía interior, etc. Eran catorce naves excavadas en la misma muralla del mar. Sobre la muralla, una batería. Luego estaban los de Jadú y Serrallo. En Jadú era un edificio de factura provisional construido en la guerra; consistía en dos cobertizos y un patio, destinados a los penados del Cuarto período, los que habían cumplido ya más de la tercera parte de la condena. Era una colonia agrícola y venía a distar unos dos kilómetros del centro.
Serrallo era otra colonia penitenciaria agrícola situada a unos tres kilómetros y medio, en el monte, junto a la residencia del Gobernador, del Campo Exterior. Un centenar de hombres trabajaban en losa, huertos y dependencias de la Residencia. Los penados eran todas clases o condición social, los había trabajadores del campo, soldados, militares de graduación, marineros eclesiásticos, hombres de letras, trabajadores manuales, gente de la nobleza, políticos famosos, carlistas, guerrilleros cubanos (hasta 592 presos políticos cubanos llegaron a Ceuta), independentistas de las naciones hispanoamericanas que se querían emanciparse o declararse independientes, etc.
Pues bien, celebradas las primeras Cortes de Cádiz en 1810, se comenzó con el estudio y debate de la Constitución que se aprobaría en 1812, de la que también este año se cumple el segundo Centenario. En las discusiones y prolongadas deliberaciones salieron a relucir dos tendencias, la constitucionalista y la realista o fernandina. La mayoría, lógicamente, estuvo en la primera y por ello se aprobó dicha Carta Magna; pero la segunda tendencia era partidaria del Príncipe, que luego reinaría con el nombre Fernando VII. Efectivamente, Napoleón había conminado al rey Carlos IV a que abandonara la corona, también convocó a Bayona al Príncipe Fernando, puso a ambos frente a frente en su presencia padre e hijo se insultaron y se faltaron el respeto; momento que aprovecho el Bonaparte para nombrar a su hermano José rey de España. Pero, con el tiempo, Napoleón puso a Fernando en libertad y fue acogido y recibido por el pueblo como nuevo rey. Y, una vez en el poder, por Decreto del 4-05-1814 dictó normas de represalias contra los más significados constitucionalistas.
Un impostor, que se hizo pasar por el general francés Audinot, filtró la noticia ficticia de que Agustín Argüelles encabezaba un grupo de constitucionalistas que pretendía imponer la República en España. Argüelles había sido uno de los Diputados más elocuentes en los debates de la Constitución defendiendo ardorosamente la libertad de expresión. Como el político represaliado estaba preso, se formó una rueda de reconocimiento de presos, entre los que estaba el elocuente asturiano, y el farsante fingió reconocerlo como el cabecilla denunciado; pero éste, viendo tan injusta trama contra él urdida, montó en cólera, comenzó a gritar de forma vehemente que era una atroz injusticia, de forma que se formó un gran alboroto al grito de “!tirano!”. Como los gritos llegaron a las demás celdas y los presos tuvieron un intento de amotinamiento, entre los que también estaba otro político célebre, Martínez de la Rosa, hubo que suspender la rueda de presos presidida por el Conde del Pinar. A los amotinados cabecillas los enviaron entonces a distintos presidios de Melilla, Alhucemas, Peñón de Vélez y Ceuta. A esta última ciudad enviaron a Argüelles y a otro destacado político liberal, al extremeño de Zafra, Juan Álvarez Guerra, que hizo una excelente amistad con el primero. Conscientes las autoridades de tan flagrante injusticia, con ambos fueron algo más benevolentes, porque los enviaron al presidio de Ceuta donde había menos rigidez que en los demás.
Llegado Argüelles a Ceuta, fue destinado, en principio, como recluta forzoso al Regimiento Fijo de guarnición en la ciudad, sin saber dónde iba hasta que desembarcó en territorio ceutí. Refiere en 1841 su biógrafo Nicodemes Pastor Díaz, que: “Como en Ceuta no faltaban distinciones, siendo allí el trato social agradable, el ilustre presidiario fue objeto de agasajos y obsequios, con lo que pasaba en medio de su mala ventura tolerablemente la vida. Pero el ciego encono del Gobierno, su enemigo, no consintió esta mitigación en poder de sus víctimas, cometiendo la enormidad de dar nueva pena a quien ya llevaba una y no leve. Fue de súbito otra vez D. Agustín, juntamente con varios de sus compañeros de presidio, tras de preso embarcado sin saberse dónde iba, siendo de temer cualquier extremo de injusto rigor. Y al cabo, fue depositado en Alcudia, puerto y pueblecito amurallado en la parte oriental de la isla de Mallorca, lugar conocido por lo sumamente dañino de su clima, pues rodeado de charcos y cenegales y falto de ventilación, sirve de sepulcro a cuantos forasteros lo van a habitar, acometidos de tercianas rebeldes con frecuencia convertidas en perniciosas, de calenturas pútridas, o de otras dolencias no menos fatales. No será acriminar injustamente a los que dictaron la traslación de los presos a aquel lugar, decir que allí los enviaron con el intento de quitarles lentamente la vida. Tras tres años que pasó Argüelles en tan duro cautiverio, vio morir víctimas de aquel horroroso lugar, los sacaron inmediatamente a Palma, de allí a Barcelona y luego a Madrid”.
Y esa fue la odisea de este ilustre político español que, en principio, tuvo la suerte (dentro de la injusta mala suerte), de que lo enviaran al Penal ceutí, donde tan bien acogido fue por los jefes del Penal que hace ahora cien años fue clausurado para que Ceuta prosperara en todos los órdenes.