Si escribir de política es la solución y, hacerlo con asiduidad, no es la mejor premisa, según se manifieste el interés para el que deja letras impresas en un papel, a veces con vehemencia y otras según le dicte la luna, lo mas aconsejable es pasar un tiempo de esa decepción. Cuando crees que el fútbol es tu pasión y penetras en su mundo, no hay mas remedio que volver al pasado. No hay dudas sobre mi vinculación con el Deporte Rey durante muchísimos años. En aquellos días de ilusión, donde el contrario no era tu enemigo, aquellos días de partidos en el Pedro Lamata en edad infantil, donde el barrizal se impregnaba en tus piernas y a veces hasta la cara, no era óbice para que vieras como el partido terminaba y según el resultado, te sintieras triste y desilusionado. La edad juvenil, cuyo campo oficial era el 54, era la expresión de la posibilidad de que las cualidades de buenos jugadores fueran vistos por corredores de futbolistas y les propusieran hacer una prueba en algún equipo de superior categoría. Algunos de los jugadores que pisaron aquel campo de piedras y heridas, si llegaron a triunfar y lucieron sus cualidades en campos de Primera División y llegaron a la internacionalidad… ¡Suerte!.
Pero no es mi deseo recordar a jugadores que triunfaron porque ya se escribe muchos de ellos. En esa fiesta que era ser jugador juvenil y hacerlo como jugador de la Regional, con apenas 16 años, superaba todas las previsiones de aquellos momentos. Muchos son los jugadores que tuvieron esa posibilidad, ser titular en el entonces equipo de sus amores.
Cuando ya terminaba la temporada, el mes de mayo alumbraba los rayos del sol, se jugaba un partido esencial para saber que dos equipos con posibilidades de ser campeón, lograría aquel deseado trofeo. Se enfrentaban el CD. O’Donnell y el Imperio de Ceuta. Quien triunfara en aquel partido, jugaría la fase de ascenso contra el Campeón de Melilla. Con los nervios a flor de piel, dió comienzo aquel partido con la particularidad de que el Colegiado y un Juez de línea vivían en la Barriada de O’Donnell, a lo que nadie se significó por aquella leve incidencia. Recuerdo que fue un partido muy trabajado, con oportunidades para los dos equipos. Si luchaban por el campeonato, era porque los dos equipos tenían jugadores de muy alto nivel, que hacían buen fútbol en armonía con las características propias de aquello que ambos equipos se jugaban. Faltando unos diez minutos para el final y el resultado con empate a uno, el delantero centro del Imperio, sorteando a varios jugadores y efectuando un centro medido que peina el central odonelista, elevando un poco el balón y que obliga al interior izquierda imperialista a tirarse en plancha, consiguiendo un gran gol, el cual suponía una victoria segura. Los jugadores blancos imperialistas hacen una bola abrazando al goleador el cual, permanecía en el suelo, producto de las heridas que se produjo: -Heridas importantes en los brazos y en las piernas, hematoma en el ojo izquierdo, piel levantada en los muslos-. Pasados veinte o treinta segundos, el juez de línea de la barriada, levanta la bandera manifestando con su gesto que era fuera de juego. El árbitro y el línea son increpados por los jugadores del Imperio y por la multitudinaria grada, produciendo un ataque de nervios del lateral izquierdo Miguel, rompiendo éste el escafoides a un jugador de su mismo equipo. Miguel es expulsado y eso produce una profunda decepción en los del Imperio que ven como, unos minutos después, el referee pita el final de aquel gran duelo. La decepción fue tan grande que muchos jugadores del equipo del Imperio tardaron varios días en superar aquel injusto varapalo.
El autor de aquel gol que, no subió al marcador, recordaba aquella anécdota cuando tomaba un café en una cafetería de la Gran Vía. Curiosamente, vió venir a aquel árbitro, ya bastante mayor. Este Señor se acercó al jugador al que saludó, no encontrando respuesta. Si la encontró en las palabras que el mencionado árbitro tuvo que soportar. (…) Usted fue un colegiado vendido, sin personalidad, que tuvo la osadía de robar, con una decisión suya, al equipo que lo había merecido durante toda la temporada, se acordará usted, ¿verdad?. El hombre no contestó, como aprobando que su actuación dejó mucho que desear (…).
Cuando el jugador se sentó nuevamente en su silla, pensó que, de alguna manera, había sido demasiado duro con aquel Señor, una persona que en aquella ocasión cometió un error pero que no debía cargar toda la vida. Quiso ir a buscarlo pero ya no lo encontró.
Estas son las cosas que no se deben hacer, el odio por un hecho aislado. Sería conveniente hacer un acto de contrición y Perdonar… si, Perdonar.
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