Ayer entraron en colación dos mundos. Uno que deseaba ver al otro. El otro que encontró por fin a esa persona que no veía desde hacía muchos años. Fueron momentos donde las lágrimas, los sentimientos y los recuerdos entraron en plena fusión, y el mundo siguió igual, pero esas personas después de sus interminables besos, agarrarse de la mano, ya que no deseaban estar más tiempo sin perder esa referencia que es la visión y el parlamento cotidiano, que habían perdido hacia tantos años.
Breves minutos y mucho que decirse. Se resumió en dar “coba”, al aspecto de cada uno, donde las arrugas aparecían de manifiesto y lo de menos era eso; lo indispensable era adular a nuestro amigo, pensar en esos momentos donde estábamos juntos y desearnos lo mejor para una próxima vez, que se esperaba para una más pronta visión de nuestras caras, un intercambio de teléfonos, una foto para el recuerdo y la alegría transmitida en ese instante donde servirá para recordarnos todos los instantes, interminables, para coincidir en nuestras calles. Ser caballa y con un espíritu libre tiene todo esto.
Querer salir de nuestro istmo y al cabo de poco tiempo volver a la madre Patria, como un recién nacido con ganas de ver algo, pero que le suene a algo ya vivido y mejor, es en nuestra querida y añorada Ciudad Autónoma de Ceuta.
Palabras las justas, pero emociones montones, como las reseñados.
Son instantes para el recuerdo. Esa hemeroteca tan grande, donde creía que no podía caber nada más, y mira por donde algo nuevo se ha tenido que archivar, con la letra “p”, de preferente.
Y mira las casualidades, que otro hijo vi casi a pocos metros y también le dio ilusión, aunque nos vemos con más reiteración, pero al ver esa instantánea que nos habíamos hecho, salieron a la palestra nuevos aires de llantos, que sucumbieron con un beso en la pantalla y un “te quiero pequeña mía”, en alusión a su gran mamá, que estaba allí reflejada en este móvil, que me sirvió de soporte para esta pequeña reseña de sociedad.
Hasta pronto Antonia.