Una campaña constante de cuatro años, en la que política y mediáticamente se ha estado inoculando fakes y odio en vena a gran parte de la sociedad, da como resultado que se desprecie con ojos inyectados en sangre una labor de gobierno respetada y aplaudida internacionalmente. Una sociedad tolerante, respetuosa, abierta, empática con el otro, consciente de lo que fue sufrir el terrorismo etarra que ya no existe, se ha descompensado y una parte se ha puesto a incubar el huevo de la serpiente fascista, oscuro, acusador, individualista, frentista y censor.
Si un gobierno, sea del color que sea, merece por sus decisiones la desaprobación de las urnas, el resultado se acata como demócratas que somos. Pero no ha sido el caso del gobierno de coalición de izquierdas en la última legislatura, que ha actuado siempre del lado de la sociedad en tiempos muy duros (efectos de una pandemia, un volcán, la guerra contra Ucrania emprendida por Rusia). Se le ha acusado de pactar con Bildu, pero el gobierno nunca ha dado cargo institucional alguno a quienes en otro tiempo les pedían, también desde la derecha, que cambiaran armas por política. Y ahí han estado políticamente, permitiendo que salieran adelante leyes beneficiosas para todos, sin que haya que lamentar un solo muerto sobre la mesa porque ETA, afortunadamente y gracias al gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, ya no está entre nosotros.
Quienes han puesto palos en la rueda aquí y en la UE a la acción de un gobierno legítimo en tiempos indeseables han sido los "demócratas" del PP y su maquinaria mediática, patrimonializando, en orden a sus deleznables intereses, poder, patria, símbolos y Constitución. Acusan al gobierno de mentir, cuando a nivel político y mediático, no ha habido día de la legislatura en que el PP, Vox y sus medios hayan descalificado, fabricado bulos y puesto en la diana del odio más delirante e irracional a cuantos miembros del gobierno se les han puesto a tiro, empezando por Pedro Sánchez.
Frente a una labor de gobierno responsable, por y para la sociedad, con muchísimos más aciertos que errores, hemos tenido enfrente a una pandilla tóxica que se ha dedicado a volcar su frustración de no poder gobernar en el beneficio endogámico de los suyos (la patria como coto privado). Tanto el PP como sus hijos bastardos de Vox, con el empujón de sus numerosos brazos mediáticos, han logrado envenenar a base de rencor, odio, bilis, frentismo y el trazo grueso de sus descalificaciones, mentiras y bulos, a una gran parte de la sociedad.
Todos esos ingredientes cocinados y servidos han tenido efectos infinitamente más lesivos e irreparables en la sociedad que los de una mala acción de gobierno... porque han generado malas personas, ciudadanos egoístas, individualistas, decimonónicos, que desean el mal del otro. Ciudadanos que, en lugar de refugiarse en sus semejantes, se repliegan en lo intangible de una bandera, de unos símbolos deformados por un nacionalismo rancio y españolista que nos aísla tanto a unos de otros como de Europa, del mundo; de negacionismos peligrosos; de una Historia adulterada, fabricada a medida de sus delirios.
Si hay algo que pueda reprocharse al gobierno de coalición es el hecho de no desmontar esa política del odio, de no situar un espejo que reflejara y explicara los efectos reales de su labor frente a la abrasión calculada de unos bárbaros ultramontanos que solo miran por sí mismos. Dicho lo cual, solo queda confiar en que las urnas demuestren que son más las personas demócratas, las que no se dejan manejar o engañar, las que quieren una sociedad mejor que avance y no retroceda en derechos y libertades, que respete la diversidad, la cultura, la educación. Una sociedad que se respete a sí misma, donde las personas, el progreso político y las conquistas sociales se antepongan a la defensa mitológica de una patria, de una bandera, de unos símbolos y de un sentimiento mágico-religioso que encubren unos intereses particulares y reaccionarios
Ante las Elecciones Generales del 23J solo cabe optar por la dignidad y el progreso o por la regresión y la podredumbre moral. Mi opción, como la de tantos ciudadanos y ciudadanas que sabemos lo que nos jugamos, está bien clara: dignidad y progreso ante, por y para todo.
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