Me abrazó en la ‘Riquísima’ un chiringuito urbano de la plaza Azcárate. Recién levantado y con los cabellos desordenados por el sueño y el viento me dio un abrazo: “Eres mi amor furtivo"
Me quedé atrapado en una de esas ausencias sin tiempo pensando en aquella frase dándole vueltas, como si hubiera sonado el cañonazo de las 12 a las 9 de esta mañana tímida de luz que adelanta la hora.
Los amores furtivos, los besos ciegos, los abrazos al aire, las palabras pensadas sin pronunciarse, las caricias a ningún cuerpo, las manos que se unen a ningunas manos.
Amores furtivos, prohibidos, vedados, imaginados. Amores sin declarar, invisibles, no sospechados por nadie.
Así es, una especie de amor platónico en el que la felicidad y el deseo comparten un ágape, brindan, se besan apasionados, se observan apasionados, lloran emociones apasionadas, se dicen sin decirse, diciéndolo todo sin decirse nada.
Yo soy un cazador furtivo: me escondo en la trinchera de la fantasía, me ahueco en un montículo para pasar desapercibido, oteo, diviso, oigo los pasos. Siento los latidos acelerados, el sudor nervioso. Escucho el murmullo de la hojarasca pisada, disimulo mi aliento entrecortado, la sequedad de mi garganta, la torpeza de mis movimientos.
No he podido, no he querido herir, no creo en la vida arrebatada, en esa agonía que produce la munición desesperada por conseguir la pieza.
Así, me rodeo de los imposibles, de los etéreos, de los que anoto en las historias de mi diario guardado en cualquier lugar del alma.
Ellos no lo sabrán nunca, nunca sabrán que hice el amor con ellos, que planeé una fuga con ellos, que los quise poseído por la locura, por la concupiscencia desbocada.
Ando por los escondrijos, por las madrigueras, por las cuevas, por las playas de invierno.
Están, son, aunque no estén y no sean, aunque vuelen con las golondrinas pasajeras.
Muchos desaparecieron, a otros me atreví a pronunciar su nombre y desaparecieron para siempre dejando de habitar en mis entrañas.
He aprendido que la victoria y la derrota tienen el mismo significado.
Por la tarde me senté en la Plaza de los Reyes a oler el invierno humeante de las castañas.
¿Y tú eres mediterráneo, Cañonazo? Esto sobre lo que escribes es el colmo del amor romántico, oh cazador de fantasmas... Esto es viento del norte, rumores y sonidos vagos de Germania, de Escocia y de Galicia. Yo aspiro siempre a la silueta definida, al contrapunto rabioso, al claroscuro barroco, a la figura claramente recortada, corpórea y palpable, abrazable... Quiero notar y experimentar con todo mi cuerpo el cuerpo del otro, sobre mí, bajo mí o a mi lado. Hasta que no se me revele ese cuerpo -uno de esos cuerpos amados y vividos-, no cejaré.
Con cariño, desde Breda la catalana.