Colaboraciones

El amor de la niña-mujer

El amor, podría decirse a fuer de ser sincero, es lo que más nos identifica como ser humano. Nada hay tan hermoso como caer enamorado de una muchacha y que cada noche tus sueños vuelen hacia ella. Y quien no ha tenido uno, dos o tres… amores. De ellos, varios ya nacieron, anónimos y guardados en el corazón como un tesoro que nadie osara descubrir; algunos, fueron como una llamarada de fuego, pero pasajeros como las nubes que transcurren raudas en las mañanas de vendaval allá en el celaje que emborrona al sol; otros, permanecen en nuestra almas, como una herida que ni la distancia ni el tiempo lograra cicatrizar; mas quedaran en nuestros sueños como un rumor, como murmullo sonoro de una fuente lejana que, en la lejanía, sentimos su constante fluir… Y he decir que yo, apenas un niño, me enamoré más allá de lo razonable de una niña-muchacha que acompañaba mis pasos en aquel entorno mágico donde se ubicaba nuestro Instituto de Las Puertas del Campo -el único que se abría en Ceuta en esos años- y el magnífico y romántico jardín de Rosende*. Para algunos, el Instituto, significaba el alfa y el omega de nuestro aprendizaje a la vida y al conocimiento. Empezamos con ocho años en los cursos de las Escuelas de Preparatorias al Ingreso, y acabamos en el curso superior de PREU, pasando ineludiblemente por seis cursos y dos revalidas imposibles. Así, que en tantos años, a pesar de estar separados por tabiques de aulas diferentes y, lo que es peor, por muros culturales de la época, nosotros- atrevidos y arrogantes- mirábamos y, en algunos casos, también deseábamos a aquellas niñas-muchachas que, en nuestra intuición, pensábamos que disimuladamente, casi de reojo, también nos miraban… No puedo ocultar que a medida que iba pasando de la niñez a la adolescencia, me iba fijando en algunas de aquellas niñas que ya, como flores de primaveras, se iban abriendo a la vida…Y en esos años, lo advenedizo y lo inconstante son nuestra huellas de identidad; de tal manera, que si un día mis pensamiento viajaban hacia la mirada atenta de algunas de ellas, al poco, volaban hacia otra que me había levemente sonreído o yo así lo había creído… Desde la distancia en el tiempo, no puedo dejar de emocionarme del enorme candor que representan estos devaneos primigenios que, sólo una palabra o un beso, fuera la mayor conquista que pudiéramos alcanzar y que, además, nos bastaba para sentirnos amados y amantes de una quimera llamada amor; y, que traducido, significaba la palabra de las palabras, la palabra que retumba como el eco de las aguas bajo los puentes, la palabra: «mujer»… Sin embargo, siempre estuvo en mí la querencia a una muchacha que me acompañó en todo mi estancia en el Instituto desde que llegué de niño hasta mi marcha al pie de la adolescencia… Y no puedo negar que al llegar y al finalizar cada día, procuraba acercarme, sin que ella se diese cuenta, al lugar donde ella transitaba, jugando con el agua de una fuente, con el aleteo de unos pájaros, o con las corolas más altivas y bellas del embrujado jardín. Bien es verdad, como ya he apuntado, que siempre tuve alguna muchacha en mi corazón; sin embargo, ella representaba lo imperecedero, lo inmutable, lo que no cambia a pesar que los años van cambiando nuestros gustos y nuestras preferencias. No; nunca a través de los años cambió ni un ápice mi delicado amor por ella… Cierto, que los adolescentes vamos como las abejas libando de una flor de romero a otra de alhucema o de toronjil…; sin embargo, esta rosa única e indeleble de mi pasión, no decaía ni dio paso a otra imagen que yo, en mi inconstancia, dejaba su impronta, pues siempre se encontraba presente y ausente de mi olvido… La vida es un camino sin retorno, que paso a paso va yendo de manera inexorable a lo que el futuro nos depara, a pesar de que algunos, perdida la razón, intentemos detenerlo. Y vino a concluir lo que tanto quise alejar de las hojas inexorables del calendario: mi término como alumno de nuestro Instituto de Enseñanza Media. Todo lo que había representado la razón y ser de un muchacho, acababa de pronto sin que pudiese darse otra circunstancia de continuidad; sin que pudiese darse otra oportunidad de allegarse aún un tiempo añadido. Todo había terminado y había de emprender un nuevo aprendizaje lejos del Instituto y de ella… Ni que decir tiene que fui a despedirme... Qué elegí un día achubascado de primavera de finales de marzo. Qué no me fue difícil encontrarla. Qué sólo tuve que encaminar mis pasos al lugar donde desde los olvidados años de mi infancia, ella siempre me esperaba sin pedirme nada a cambio… Qué dudé en acercarme. Qué la miré a través de las palmeras y de los setos verdes y entrelazados que, a modo de una frontera infranqueable, la separaban de mí. Qué al final, consciente de que la entregaba a su soledad, consciente de mi traición, crucé la maleza y, como en un rumor, en un murmullo de nostalgia, me acerqué en silencio, puse la rodilla en tierra y la besé dulcemente en un beso que me hizo sentirme unido a la misma naturaleza de las cosas, más allá de la vida y de la propia creación de nuestras almas… Con los ojos cerrados por la emoción me levanté y me alejé sin decir nada, pasado un momento volví la cabeza y aún la pude ver sumida en la tristeza de la despedida; sin embargo, no pronunció una queja a mi ingratitud, ni tan siquiera un reproche a mi desolado abandono… Han pasado muchos años, muchos, quizás demasiados…Yo nunca volví al lugar donde ella me esperaba cada día a que yo llegara y le dedicara una mirada… Han pasado muchos, años, y aquel jardín, el jardín de Rosende ya no está… Han pasado muchos años, es verdad, y ella, el amor imposible de un muchacho, ya sólo se encuentra en nuestros recuerdos y en mi corazón… (*) José Enrique Rosende Martínez -ingeniero de caminos, canales y puertos-, llegó a Ceuta en 1904 para hacerse cargo de la Dirección del Puerto de Ceuta, del que fue su director desde 1904 hasta 1929. Un año antes de jubilarse, en 1928, fue nombrado Presidente de la Junta Municipal Cívico-Militar, cargo que desempeñó hasta la proclamación de la II República en 1931, en que fue designado alcalde de Ceuta el republicano y médico, don Antonio López Sánchez Prado. Falleció en 1932, se le dedicó un busto que se halla ubicado en el muelle España en su recuerdo en 1963, obra del escultor Bonifacio López Torvizco..

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