En Ceuta siempre merece la pena madrugar, sea cual sea la estación del año. Esta mañana he salido temprano de casa. Serían las 7:50 h, aunque ya llevaba un buen rato despierto para desayunar y preparar mis cosas. La temperatura ha bajado un poco y ya hemos pasado el primer vendaval del año que ha dejado a su paso árboles caídos, así como ramas y hojas esparcidas por toda la ciudad. En la calle Independencia presenciamos una auténtica lluvia de redondeados dátiles procedentes de las palmeras que jalonan esta avenida ceutí. Al caer sobre el estéril asfalto no tienen ninguna oportunidad de germinar, pero el ciclo natural de reproducción continúa sin descanso.
En mi camino hasta el Monte Hacho he percibido el aroma del pan recién sacado del horno de la panificadora “El Molino” y el perfume que exhalan los hibiscos que he visto en el camino. Es un recorrido de apenas veinticinco minutos en los que he estado muy pendiente de los colores del cielo. Las nubes estaban aborregadas y marcadas con una tenue tonalidad rojiza.
"Pienso que los animales saben reconocer a aquellos que aman a la naturaleza y la respetan"
Al llegar al fuerte de la Palmera y asomarme a los acantilados, he presenciado una estampa fascinante en la que el rubedo y dorado del cielo se miraba en el espejo de un mar en calma. Durante los primeros minutos de este bello amanecer los colores se encendían, como también lo hacía el fuego de mi corazón con la chispa de una incontenible emoción ante la belleza que tenía ante mis ojos. Al retirarse el primer telón del alba se ha dejado ver, durante unos segundos, el color morado, al que ha seguido un tercero azulado que ha acompañado a la salida del sol por el horizonte.
Las primeras luces del día han sacado del sueño a las palomas y a las gaviotas que han pasado la noche refugiadas en los acantilados y a varios cormoranes que volaban en formación de tres en dirección a la ciudad.
A las 9:00 h he recibido los primeros rayos solares que he agradecido, como también lo ha hecho un perrito que se ha acercado a mí sin conocerme para saludarme, un gesto que he correspondido acariciando su cabeza. Pienso que los animales saben reconocer a aquellos que aman a la naturaleza y la respetan. No es la primera vez que recibo este tipo de muestras de cariño.
"Me gusta recorrer el Camino de Ronda con el cuaderno en la mano y el bolígrafo en movimiento siguiendo el ritmo acompasado de mis pasos y mis pensamientos"
Me gusta recorrer el Camino de Ronda con el cuaderno en la mano y el bolígrafo en movimiento siguiendo el ritmo acompasado de mis pasos y mis pensamientos. Me sirvo de la barrandilla de madera para escribir y escuchar el canto del bulbul naranjero y los estridentes chirridos de los charranes. Así he llegado hasta la cala del Desnarigado. Quería ver más de cerca la mancha de residuos que el oleaje ha llevado hasta el salto del tambor. Aquí se aprecia mejor la sinfonía del mar que se entretiene cubriendo las rocas y sus cortantes aristas. Otros, como el grupo de submarinistas que han anclado su embarcación en la cercanía, preparan sus equipos para la inmersión, mientras que a pocos metros un barco pesquero recoge sus redes con más algas que peces. No creo que les salga a cuenta tanto esfuerzo para tan escasas capturas.
A las 10:15 h el paso de las pardela cenicienta se anima. Un grupo numeroso de estas aves pasa por detrás del barco pesquero rozando la superficie marina. También observo dos alcatraces distinguibles por su tamaño y por el batir de las alas.