Los contratos relacionados con la limpieza y recogida de los residuos sólidos urbanos, es decir, los relacionados con la basura, siempre han estado rodeados de un halo de pestilencia provocado por la mezcla de intereses. Intereses empresariales y políticos, principalmente, y casi nunca intereses propios y acordes a las necesidades de la ciudadanía.
Desgraciadamente, allá donde existan contratos de millones de euros se suele encontrar también, en este caso camuflados entre la basura, los espurios intereses de quienes van rebuscando entre los residuos de esos contratos millonarios, “a ver qué tajada se le puede sacar”. Esas tajadas van desde la promesa de contratar afines para trabajar esporádicamente, a pagar campañas electorales, todo un manjar en bandeja de plata para quienes tienen el gen de la corrupción tremendamente desarrollado.
A la suciedad de la mayoría de las calles, de las que tal vez sólo pueda excluirse aquella por la que transita a diario el Excelentísimo alcalde y que comprende el recorrido desde su casa a su oficina, hay que sumar la vergonzosa imagen de los contenedores desbordados y malolientes allá por donde camines. Calles demasiado sucias, algunas en la que el único agua que se conoce para limpiar es el que cae de forma natural por las lluvias o la que arrojan los propios vecinos y vecinas avergonzados de semejante dejadez. Sin embargo, esta situación se veía venir.
Se veía venir desde el preciso instante en el que los pliegos en virtud de los cuales iba a contratarse el servicio establecían un precio notablemente inferior al que se pagaba al anterior adjudicatario y que le permitía incluso incorporar máquinas para limpiar cera de velas en Semana Santa o restos de chicles en aceras, “delicadezas” que estaban más que cubiertas con las cifras millonarias que también se embolsaba la anterior adjudicataria.
A la actual, que se embolsa una cantidad nada despreciable por la prestación del servicio, superior a los quince millones de euros anuales (15.056.902 euros aproximadamente) y a la que el actual desgobierno le aprobó una subida en lo que se va a percibir por la prestación del servicio de un total del 10%, parece que se le empiezan a torcer las cosas.
Si bien al principio contó con el beneplácito y las bendiciones de quienes mandan (tanto en la luz como en la sombra) llegando a autorizar incluso que las funciones que debían realizar los controladores del servicio público de limpieza viaria y de recogida de residuos domésticos de nuestro ayuntamiento, las hicieran personas que trabajan para empresas municipales, aún tratándose de una potestad pública la de fiscalizar la gestión que haga el concesionario y que por tanto exige que sea personal funcionario el que la desarrolle. ¿Por qué? Eso debe explicar el desgobierno que hasta hace apenas unos meses no decidió dotar de un jefe de servicio al equipo de los controladores de basura aunque hasta la fecha, no parece que sea tenida muy en cuenta su objetividad y su criterio.
Ahora, pasadas las elecciones, parece ser que el tema de la basura ha dejado de ser tabú y que los empresarios de luxe ya no son tan intocables. ¿Por qué es ahora cuando el desgobierno y parte de la oposición van a empezar a reconocer que la limpieza no es la que debería ser, cuando otros llevamos denunciándolo desde hace más de un año? ¿Se pretende asustar al empresario de luxe para seguir teniéndolo al servicio de otros intereses? ¿Cuáles son las verdaderas razones por las que no se nos ha hecho caso a todos los que denunciábamos la suciedad de Ceuta desde el minuto uno? ¿Es ahora cuando han visto la luz? Por desgracia, en el tema de la basura, los que perdemos, somos siempre los ciudadanos y ciudadanas que tenemos que soportar las prioridades que se marcan desde algunos despachos de la Plaza de África con la complicidad de los que rebuscan entre la basura, las sobras y las migajas para ayudar a esconder las desvergüenzas debajo de las alfombras, mientras siguen tramando como beneficiarse a sí mismos y a los suyos.