Hace unas semanas el Gobierno anunciaba un nuevo acceso para la playa de Santa Catalina. Nos contaban desde la alcaldía que Medio Ambiente ya estaba trabajando en el proyecto que tenían que presentar. Estamos en junio y quienes quieren acceder a esta playa tienen que hacer malabarismos para evitar un accidente o, en el caso de las personas más mayores, ni siquiera se atreven a usar la infraestructura actual, destrozada y con unos palés de madera a modo de chapuza. Lamentablemente, la urgencia, en política, se aplica para lo que se quiere. Si conseguimos una playa de perros años después del compromiso político de ofrecerla, igual tenemos este proyecto de Medio Ambiente listo dentro de no sé cuántos veranos. Tiempo al tiempo.
Aquí las prisas se toman para lo que se quiere. En el Ayuntamiento son sagaces para correr con lo que les interesa pero también para dejar aparcado lo que creen que tiene menos valor o genera protestas mínimas. Se equivocan. A un alcalde le tiene que doler lo mismo cualquier queja, venga de donde venga. A mí, la de mi amiga Paqui, me enfada. Que una caballa que quiere a su tierra y a la que le gusta disfrutar de su buen merecido descanso se le prive de acceder a la playa del cementerio porque los que están para gestionar no hacen su trabajo a tiempo, me fastidia. Pero más aún si esto se convierte en norma; que, por cierto, lo es.
La desidia provoca malestar entre la ciudadanía. Quizá lo que le pasa a demasiados consejeros elegidos por el alcalde es que dedican más tiempo a las redes sociales que a escuchar a los de carne y hueso que pasan a su lado, a los que les pueden decir cómo está Ceuta, a los que les pueden reprender por la tardanza en proyectos que deben ser rápidos para que la gente esté contenta. La gestión de esos consejeros es conseguirlo, como la del alcalde. Están para eso, para que la gente del pueblo que gobiernan pueda disfrutar de su tierra, ahora defendida en Bruselas pero dejada de la mano en donde no debería estarlo.
Más España y más Europa, vale. Más estudios e informes sobre nuestro futuro, venga. Pero también más mirar hacia abajo, a la calle, a sus gentes, pararse con ellos, no evitarlos, no correr para obviar el saludo, menos redes sociales y enfrentamientos sin sentido, más resolución rápida de los problemas, más barrio... En definitiva más política real y eficiente, más humana, más de pueblo, que es en el fondo lo que somos. Un pueblo con aspiraciones y con ganas de que su alcalde y sus concejales se preocupen de que una persona pueda disponer de las mínimas infraestructuras dignas que se merece. No vendan fechas y proyectos que no pueden cumplir.