Categorías: Opinión

Al borde de un ataque de nervios

Vuelvo a insistir en que nuestros políticos, y sobre todo los más cercanos, con el Presidente Vivas a la cabeza, deberían prestar más atención a la voz de la calle. Y en nuestra ciudad hay ocasiones en las que esas voces se convierten en un auténtico clamor. Lo que está ocurriendo con las obras en nuestras vías públicas ha traspasado el límite de la decencia política exigible. Han conseguido poner a Ceuta “al borde de un ataque de nervios”. Todos, peatones, conductores, profesionales del volante (sobre todo conductores de autobuses y de taxis), comerciantes y clientes, todos nos encontramos indignados. Corrijo: Todos no. Algunos de nuestros gestores de la cosa pública parecen estar encantados (ejem).
En una ciudad como la nuestra, donde habitualmente ya era suficientemente complicado el tránsito rodado, se están acometiendo obras sin ningún orden ni concierto. Hay calles estratégicas desde el punto de vista circulatorio (casi todas lo son), que son “levantadas” hasta tres veces en un año. Conducciones de agua, electricidad, teléfono, se convierten en la excusa fácil. Y poco tiempo después, vuelta a empezar, las más de las veces sin siquiera haber terminado de asfaltar decentemente el pavimento. Pregúntese a los moteros, obligados a hacer verdaderas piruetas, y a poner en juego su integridad física en ese auténtico circuito de motocross en el que se han convertido  nuestras calles.  
¿No existe en nuestro hipertrofiado Ayuntamiento un equipo técnico que programe, con un mínimo de coherencia, todas las actuaciones en una calle de una sola vez?. ¿Nadie que coordine esas sin duda necesarias obras?. Seguro que sí. Entonces… ¿Por qué se realizan tan anárquicamente y con tantas molestias al ciudadano de a pié y al ciudadano al volante?.
Seguramente es una sospecha infundada. Seguramente es un clamor sin base alguna. Desde luego, no es producto de mentes calenturientas ni bocas maledicientes. Pero el hecho es que el ciudadano intuye que “cuanto más se gasta, más ganancias para algunos”. Y que nuestros desprendidos gestores (tiran con pólvora ajena) no trabajan para el pueblo, o por lo menos, no para “todo” el pueblo. En Román Paladino: Que el importe de cualquier mejora urbanística aumenta sospechosa e  innecesariamente en cuanto esa obra se multiplica “ad infinitum”.
Presidente: Deje el coche oficial y súbase a un taxi, o a dos, o a tres, y pregunte a nuestros sufridos taxistas, que están deseando decirle unas cuantas cosas. Y escuche. Escuche el clamor popular. Cuando éste es unánime, algo puede  haber de verdad.
Algo huele (y no precisamente a flores) en nuestras calles.

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