Llevo ya 21 años escribiendo en El Faro de Ceuta todos los lunes seguidos, más algunas veces que también lo he hecho intercalando mis artículos en distintos días de la semana, habiendo publicado ya en dicho periódico del orden de unos 1.200. Y cuando uno escribe y se encuentra solo ante el ordenador, a menudo se pregunta, si merece la pena seguir haciéndolo, en primer lugar, porque tengo la costumbre de hacerlo con excesiva extensión que, quizá, resulte tediosa y aburrida para el lector; en segundo lugar, porque bien sé que, si tuviera que ganarme la vida a base de escribir artículos, pues tanto yo como mi familia tendríamos que vivir de fiado.
Pero he aquí que, hace un par de semanas, recibí la agradable sorpresa de que la autora del libro titulado: “La obra literaria de Manuel Alonso Alcalde (1919-1990)”, Dª María Escalada Buitrón, sin que nos conociéramos personalmente, me dirigió una notificación telemática para que le facilitara la mi dirección para enviarme un ejemplar de su libro, ya que había seguido mis artículos en El Faro de Ceuta y, por ello, conocía que yo había publicado varios en los que me había referido a la vida y obra de don Manuel.
A este último, tuve la doble suerte de conocerlo en Ceuta, donde estuvo destinado de capitán del Cuerpo Jurídico del Ejército desde 1948 hasta 1969, cuando ya ascendió a general y marcho destinado a Madrid, aunque sin que me vinculara al mismo ninguna relación de confianza ni de amistad, sino únicamente, por haber sido el mismo muy conocido en la ciudad ceutí por su intensa actividad literaria, periodística y cultural, concretamente, en el “Centro Cultural de los Ejércitos Manuel Alonso Alcalde”, que lleva su propio nombre en su cariñoso recuerdo. Recitando poemas en el mismo, a pesar de su menguada talla y de su figura física más bien menuda, se crecía como un gigante y hacía vibrar y ponerle los bellos de punta a los asistentes. Y, también, porque su hijo, Manuel Alonso Jalón, fue compañero mío como miembro del Cuerpo Superior de Investigación en el Organismo de Hacienda al que como funcionario pertenecí 50 años, 9 meses y 6 días, aunque él estaba destinado en Granada y yo en Málaga.
Don Manuel fue poeta, dramaturgo, escritor, jurista castrense de reconocido prestigio (general del Cuerpo Jurídico), persona sencilla, muy humana y familiar. Falleció en 1989 y era amigo íntegro y generoso de Ceuta. Recogió en su obra la belleza y las bondades de la ciudad y el mar, su cielo, sus preciosas vistas placenteras y bellas panorámicas, las montañas que la rodean, su luz, sus lindos paisajes, su naturaleza y de todo cuanto sobre ella expuso en su dilatada obra. El enorme cariño que por Ceuta sentía es lo que más quiero resaltar aquí. Era una persona muy querida, y también él quiso a raudales a Ceuta. Su hijo Manuel, mi compañero, me contaba que se sentía en ella tan contento y tan feliz, que cuando al ascender a general tuvo que marcharse a Madrid, desde allí la añoraba con mucho cariño y nostalgia, echándola tanto de menos que hasta se sintió algo triste y deprimido.
En Ceuta encontró la culminación de sus más íntimas satisfacciones y felicidades. En realidad, fuimos muchos los que allí las encontramos. Uno de sus versos a ella dedicados, comenzaba a así: “Tú sí, ciudad inolvidable, imagen de mis sueños, certeza de unos años luminosos, Ceuta amiga”. Desde Ceuta escribe y versifica constantemente, relacionándose a la vez con los círculos literarios de Valladolid (su ciudad natal), Madrid, León y otras ciudades, como el ceutí Luis López Anglada, Miguel Delibes y otros grandes de la época en poesía y literatura.
Decía que en Ceuta había vivido, junto a su familia, “en perpetuo estado de felicidad, devorando el pan de la alegría, ya que Ceuta constituyó una isla de luz y de alegría permanente”. Cuando falleció en 1989, por citar sólo uno de los numerosísimos panegíricos que se publicaron a su muerte. Otro grande de Ceuta, D. Alberto Baeza Herrazti, dijo de él que “era un hombre bueno, sencillo y afectuoso, a quien no deslumbraban los elogios, los galardones y los oropeles. No le corroían ni la envidia ni la ambición. Huía a la vez de altas cimas y de las lívidas oquedades donde la vida se torna combate y fruto amargo. La poesía era su refugio, su pleamar espiritual, la culminación de sus más íntimas satisfacciones. Su sonrisa era pronta, el gesto afable y cordial, el talante bien humorado y distendido”. Él también quiso mucho a Ceuta y en ella fue sumamente feliz, rimándole poemas a la Ciudad: “Y como Ceuta me tendió la mano y aquí inicié mi nueva historia, aquel extraño vecino de Castilla quedó transmutado en hombre de Ceuta y barro de su arcilla”.
Una vez, declaró a la prensa: “Ceuta es mi segunda-primera patria”; su otra patria chica tan querida, porque a su muerte también fue llamado el “vallisoletano-ceutí”. Y, por su parte, Ceuta, tan acogedora y hospitalaria, dio al poeta su tierra para que en ella nacieran sus tres hijos, de cuyo origen ceutí tan orgulloso él se sentía. El mismo poeta hizo balance de su estancia en la Ciudad, diciendo: “Ceuta..., la ciudad donde pasamos los veinte años más felices de nuestra vida..., veinte años que vivimos en perpetuo estado de felicidad..., un período que recordamos con nostalgia y agradecimiento... En ella fuimos felices y, si no comimos perdices, sí devoramos, a pieza diaria, el pan de la alegría, ya que Ceuta para nosotros constituyó una isla de luz y de alegría permanente”.
Su hijo, Manuel Alonso Jalón, me contaba emocionado la fuerza intensa con la que su padre quería a Ceuta y el amor tan profundo con que la amaba, hasta el punto de que cuando marchó desde aquí destinado a Madrid sintió por ella una fuerte nostalgia y hasta cayó algo deprimido. “Los veinte años pasados en esta ciudad serían fecundos en lo literario, gozosos y muy felices en lo familiar y enriquecedores de experiencias y conocimientos humanos”, dijo.
Como también me refirió, con los ojos humedecidos, la ternura y el amor paternal con los que a él le distinguió. Lo llevaba mucho a pescar. Cogía con él los mejillones en las lapas de las rocas, los rociaba con un poco de limón y así se los comía crudos; y le contaba lo importante que eran en la vida la literatura, el teatro y la poesía. Una de sus principales preocupaciones que sentía era la de agradar, hacer sonreír y poner contentos a los niños; por eso escribió tantos cuentos infantiles.
Se escribió de él que tuvo tres amores que estaban por encima de todo: Su esposa Maruchi Jalón Pizarro, la poesía y Ceuta; pero personalmente creo que tenía otro amor apasionado y superior a los demás: su condición de padre de familia, el amor paternal que se ve sentía hacia sus hijos. Eso, además de confirmármelo su hijo Manolo desde Granada, se ve palpablemente en una ocasión que escribió desde Madrid sobre él lo siguiente: “No me aguardes, hijo mío, por aquellos lugares (de Ceuta), las Balsas, el Sarchal, San Amaro o el Puerto, pues ya no he de volver a pasear contigo asido a tu manita, ni volveré a llamarte allí en voz alta: ¡Ven acá, Manolo!”. Y también se palpa en una de sus últimas obras dedicadas a Ceuta: “Teoría de la nostalgia”, donde el autor dialoga entrañablemente con su hijo en el Parque de San Amaro. O quizá fuera porque así de entrañable y tierno fuera con todos y cada uno sus tres hijos.
Entre los muchos poemas cantados a Ceuta, yo destacaría: “Cifra”, “Isla” y “Septa”. Por sólo citar dos más de sus numerosos versos dedicados a Ceuta, uno que presenta su melancolía tras su marcha a Madrid: “Yo era antaño un vecino de Castilla/ que llegó a Ceuta un día ya lejano/ Ceuta me tendió su mano/ puso un beso de paz en mis mejillas/ sembró, como se siembra una semilla/ mi corazón en su aire grano a grano/ y acabó siendo, sin que castellano/ lumbre de Ceuta y barro de su arcilla”. Y, “Tú sí, ciudad inolvidable/ imagen de mis sueños/ certeza de unos años luminosos/ Ceuta amiga”.
No dejó nunca de recitar a su Ceuta querida. Lo mismo componía versos de sus calles, de sus palmeras, de sus preciosas vistas placenteras, de sus bellas panorámicas, de los mares que la bañan y de las olas que la acarician. Don Manuel igual hacía odas de la intensa luz de Ceuta, de sus cielos azules y altos, que del Monte Hacho o la Marina, de las gaviotas de la Puntilla, que de sus plácidos y lánguidos atardeceres. Su fina agudeza para describir en sus versos las imágenes, los paisajes y las perspectivas de Ceuta.
Fue todo un poeta en cuerpo y alma, soñador, persona muy humana y familiar. Solía ir a los entierros de los marineros ahogados en el mar, porque con muchos de ellos mantuvo tan buena amistad como con los distintos sectores de la sociedad ceutí. Y llegaba hasta a llorar por ellos velando los féretros. Una de sus obras la tituló “Los marineros celestiales”. Era un amigo íntegro y generoso para con todos sus amigos; enamorado del mar, del campo, de la naturaleza, de las montañas, de los árboles, de la luz, de los paisajes y de todo cuanto de hermoso puso Dios en el universo. Amó intensamente a Ceuta, hasta quedársele su alma prendida en ella.
Fue definido como un poeta culto, excelente y místico, al mismo tiempo que un poeta de los campos de Castilla, incansable de rimar versos inmortales, como el titulado “Fluir”, que comienza así: “Estoy cansado hasta lo inexpresable/ de esta lenta, lentísima agonía/ de mi lento brotar de cada día/ de mi largo fluir interminable...”. Desbordaban su amor por una humanidad doliente, por la Ceuta que tanto le impresionó desde el primer instante que llegó a ella; la describió con aromas de pinares del Hacho, con la leve vibración del vuelo de las gaviotas, y con el efecto cálido y humano de su gente amable, sencilla y acogedora. Y a Ceuta le quedó de él en sus versos la huella y el obsequio del gran caudal de bellezas que supo crear para ella. A su muerte fue generalmente reconocido, por la práctica totalidad de la prensa nacional, como un hombre bueno, de profundos principios morales y éticos. Siempre con gesto afable y cordial, de aspecto sencillo y bonachón.
Por su parte, la autora del libro, doña Mª Teresa Escalada Buitrón, a la que quedo muy agradecido de que me lo haya enviado, tras haberlo leído con mucha atención, me he percatado de que es una intelectual de reconocido prestigio. En su libro, no sólo desgrana la figura, vida y obra de don Manuel, sino que, de forma exegética, analiza y desentraña pormenorizadamente la obra literaria completa, haciendo de ella una crítica literaria muy positiva, con la que acredita poseer profundos conocimientos sobre la materia, habiendo publicado, también, artículos sobre diversos aspectos de la obra general de Manuel Alonso Alcalde.
Mª Teresa es, como Manuel Alonso Alcalde, vallisoletana, aunque reside en otra ciudad. Estudió, se licenció y doctoró en Filosofía y Letras en la Universidad de Valladolid, en 1984 y 2001, respectivamente, con la calificación de “Sobresaliente cum laude” y, en ese mismo año, le fue concedido el Premio de Investigación de la Provincia de Valladolid, por su Diputación Provincial. Ha publicado diversos artículos sobre la obra de Alonso Alcalde, también, la Bibliografía de Castilla y León y breves notas para su estudio en Trabajos de la Asociación Española de Bibliografía II, Madrid 1998. Ella, es miembro del Cuerpo Facultativo de Archiveros Bibliotecarios y Arqueológicos, ha permanecido destinada casi veinte años en la Biblioteca Nacional y, posteriormente, ha desempeñado diversos puestos con cargos de dirección y de especial responsabilidad en diversos Ministerios.
Merece mi sincera enhorabuena y muy grata felicitación, junto con mi honda gratitud por su generosidad al regalarme el libro. Le quedo por ello profundamente agradecido y, respetuosamente, le ofrezco mi amistad y mi consideración más distinguida.
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